Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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– Quiero que te quedes aquí.

– ¿Por qué?

– Para vigilar su coche y la puerta principal. Yo llamaré al timbre y me dirigiré a la puerta trasera. Si Crow está en casa, supongo que bajará por ahí. Huyendo. Sobre todo, después de la forma como Murphy lo vapuleó el otro día. Se dirigirá hacia su coche.

No pretendo abalanzarme sobre Crow ni vapulearlo como hizo Murphy. Dejo eso para los alguaciles encargados de entregar las citaciones y para los detectives privados.

– Si él llega a su coche, recógeme en la calle. Ahí. -Señalo el lugar en que me hallaré-. No enciendas los faros. Lo seguiremos para ver adónde va. Una vez llegue a su escondite, conseguiremos que el tribunal extienda una orden de prisión y que la policía lo detenga. -Crow ya ha violado la citación. Estoy casi seguro de que lograré convencer a Peltro de que lo haga detener en espera de su testimonio. Se trata de un testigo clave para la defensa, y tiene unos antecedentes muy considerables.

Harry se queda en el coche. Yo me dirijo a la puerta principal. Subo la escalinata. No tengo que buscar mucho para encontrar el timbre adecuado. Veo la tarjeta nueva con el nombre de Crow en ella y pulso el botón. Arriba suena el zumbador. Llamo otras dos veces, bajo la escalinata y rodeo el edificio, manteniéndome lejos de sus ventanas.

Hay un pasaje que conduce a la parte posterior. El cemento está resquebrajado y en las grietas crecen las malas hierbas. Segundos más tarde me hallo en el patio trasero. Aquí y allá, unos arbustos luchan por sobrevivir entre los matojos, bajo la sombra que arroja un alto aguacate. Me escondo entre las sombras y espero. Puedo ver el apartamento de Crow; al menos, su ventana posterior. Siguen sin verse luces. En este lado de la casa, la escalera es de madera y necesita una reparación. Está ligeramente inclinada y lo que antes era blanco es ahora de un sucio color grisáceo.

Si Crow baja por aquí con prisas, hará mucho ruido. Yo tendré tiempo de sobra para reunirme con Harry en el coche frente a la casa.

Espero, consulto mi reloj. Hace treinta segundos que pulsé el timbre, y nada.

No es posible que él me haya visto. Salgo de entre las sombras, y regreso a la parte delantera por el pasaje. Cuando me ve a través de una angosta puerta, Harry se encoge de hombros y niega con la cabeza. En la parte delantera tampoco ocurre nada.

Sé que la puerta principal está cerrada, así que me dirijo hasta la escalera posterior. Subo por ella silenciosamente, dos peldaños cada vez, apoyándome con ambas manos en la barandilla de madera. Alcanzo el descansillo de la parte alta. Aquí no hay luz, sólo una vieja puerta de madera que tiene en la parte superior un único panel de cristal. Dentro, a través del cristal, veo el corredor escasamente iluminado, una puerta a la derecha, un apartamento que pertenece a otro inquilino en el otro lado.

Pruebo la puerta exterior. No está cerrada. Entro y cierro a mis espaldas. Como nunca he venido por aquí, no estoy seguro de dónde se halla la puerta de la habitación de Crow. Creo que es al fondo del pasillo y a la izquierda. Camino de puntillas, con toda la ligereza que rae es posible, evitando que mis talones pisen la raída alfombra.

De algún lugar distante llega el sonido de un televisor, amortiguado por paredes y puertas cerradas. Sonido de concurso, vítores y aplausos, nada que me sea posible reconocer. No tardo en darme cuenta de que se trata de un canal hispano.

Llego hasta el recodo y asomo la cabeza. La puerta de Crow se halla a cosa de cinco metros pasillo abajo. Me pregunto si debo llamar o no. No hay escapatoria posible, a no ser que Crow decida descolgarse por una ventana con unas sábanas, o tenga una de esas escaleras de cuerda que se usan para los incendios, cosa que dudo. La última vez que estuve aquí, Crow no estaba preparado para casi nada, y mucho menos para encontrarse con alguien como Murphy.

Si sale por otra parte, Harry lo verá, aunque a mí me llevará unos cuantos segundos llegar hasta la calle.

Avanzo hasta la puerta, me detengo y pego una oreja a la madera. El televisor que suena abajo dificulta la audición.

«¡ Fant á stico! ¡ Excelente! » [3] Aplausos y música ratonera.

Acerco la cabeza un poco más a la puerta y, al hacerlo, mi hombro roza contra ella. Se escucha un clic y la puerta se abre, no una ranura ni un resquicio, sino del todo, lentamente, empujada por la gravedad. De pronto me encuentro plantado en mitad del umbral, silueteado por la luz del pasillo. Ya es demasiado tarde para apartarme. Lo único que puedo hacer es cruzar los dedos y esperar que Crow no esté dentro con una pistola apuntando en mi dirección.

La habitación está sumida en la oscuridad y no se percibe ni un movimiento ni un sonido.

Parece como si Crow hubiera salido a dar un paseo. Probablemente se quedó sin cerveza y no echó el cerrojo al salir.

No puedo ver gran cosa del apartamento. Sólo cuento con la luz que llega del pasillo, y ésta sólo ilumina lo que está directamente frente a la puerta. Entro en la habitación y cierro a mi espalda.

Ahora la única luz es la que se filtra a través de una de las ventanas, la de un farol situado a media travesía de distancia. También se percibe un leve resquicio luminoso procedente de la puerta situada a mi izquierda. Supongo que se trata de la luz de noche del baño, el pequeño resplandor que percibí desde la calle.

No llevo linterna y no me atrevo a encender las luces. Si Crow ha salido y regresa, verá las ventanas iluminadas y desaparecerá.

Me cercioro de que, a mi espalda, la puerta está cerrada. La cerradura es endeble, como las que suele haber en las casas de mala muerte. Tengo que empujar con fuerza el tirador para que el pestillo encaje en su lugar. Tanteando, encima del tirador encuentro un cerrojo por casualidad. Por algún motivo, Crow no lo utilizó. Tengo la sensación de que el tipo no ha ido muy lejos.

Giro ciento ochenta grados y echo a andar alejándome de la puerta, con las manos extendidas, a ciegas. Le doy tiempo a mis ojos a habituarse a la penumbra. Me es posible distinguir parte de la habitación. La mesa plegable bajo la ventana. Golpeo con el pie algo que hay en el suelo y que se desliza sobre la superficie desprovista de alfombra. El pequeño sonido que hace al chocar con una de las patas de la mesa plegable me indica que se trata de un bote vacío de cerveza. Permanezco inmóvil unos momentos, tratando de orientarme.

A mi derecha debe de estar el sofá-cama, abierto y ocupando buena parte de la habitación. Eso no puedo verlo con claridad. Sólo entreveo el borde izquierdo inferior de la cama, lo que entre las sombras parece ser una arrugada manta. Doy un amplio rodeo para evitar tropezar con la cama.

Me dirijo hacia la puerta del baño. Si la abro, la lámpara de noche del interior arrojará luz suficiente para permitirme ver. Avanzo a paso de lobo hacia el resquicio de luz que hay bajo la puerta. Golpeo con un pie el cartón del envoltorio de una hamburguesa. Finalmente llego a la puerta, encuentro el tirador y abro.

En el interior, la luz no es muy intensa, pero me permite ver. Una cortina de ducha está corrida en torno a la bañera. En la parte de los grifos, la cortina sobresale, empujada por algo que hay dentro.

Lo estudio unos segundos, una pequeña forma negra, del tamaño de un gato, una sombra oscura vista a través de la cortina traslúcida.

Avanzo un paso y descorro la cortina.

Jason Crow está en el interior de la bañera. Sus vidriados ojos me miran, pero no se mueven cuando yo lo hago. Los pies siguen calzados con las Reebok y están apoyados en el extremo de la bañera en el que se hallan los grifos. Su cabeza reposa en el otro extremo.

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