Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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La mano derecha de Crow está tendida hacia la parte superior de su cuerpo, tratando de alcanzar algo. Hay una jeringuilla clavada en su antebrazo izquierdo, con el émbolo totalmente apretado. Hay una pequeña banda elástica caída en el fondo de la bañera, justo debajo de su brazo izquierdo.

Me muevo hacia la parte alta de la bañera, le toco el cuello, localizo el bulto de la carótida debajo de la oreja izquierda. Rozo su barbilla, y los escasos pelos que en ella crecen. No percibo pulso y la piel está fría.

Me enderezo lentamente y miro la forma inerte que yace en la bañera. No cabe duda de que Jason Crow pertenecía a los bajos fondos de este mundo. Por todo lo que he visto y leído, el tipo no hizo sino aproximarse a este fin durante gran parte de su vida adulta. En su lamentable existencia, no existió ni rumbo ni guía. Sin embargo, no logro evitar el pasmo que me produce pensar que, hace sólo unas horas, él se levantó de la cama, miró por la ventana para ver cómo se presentaba el día, y en ningún momento sospechó que éste fuera a ser el día de su muerte.

Me aparto de la bañera y veo mi rostro en el espejo de encima del lavabo. Es un rostro fatigado, que parece pertenecer a un desconocido. Mis mejillas están cubiertas por una densa sombra de barba. Cabello revuelto, ojos con bolsas bajo ellos, indicios de estrés y de falta de sueño.

Jonah está en el hospital y yo he vuelto a la casilla de salida. Ya no tengo a un testigo que relacione a Jessica con el narcotraficante mexicano Ontaveroz. Mis planteamientos para la defensa se evaporan como un escupitajo sobre una acera caliente.

Siento el fuerte impulso de echarme agua en la cara mientras estoy inclinado sobre el lavabo, pero lo contengo. El lugar es ahora el escenario de un crimen, y mis huellas dactilares ya están bastante repartidas por todas partes.

Mi primera idea: llamar a Floyd Avery. Quizá él pueda conseguir que el Departamento de Policía de la ciudad actúe conmigo con cierta lasitud. De lo contrario me pasaré toda la noche contestando preguntas, y tengo que estar en el juzgado a las nueve de la mañana.

Aparto la mirada del espejo, y me vuelvo para salir del baño. Es entonces cuando lo veo, iluminado por la débil luz de la lamparita de noche del baño. Está caído sobre la cama plegable, con la mirada de los ciegos ojos clavada en el techo. De su pecho asoma la empuñadura de un cuchillo Bowie del tamaño de la herramienta de un matarife. El muerto es Joaquín Murphy.

En una pelea, Crow jamás habría podido con Murphy, de eso estoy convencido, pero no les digo nada de ello a los policías. Estoy sentado en un pequeño banco de madera del porche delantero.

Unos agentes están tendiendo la cinta amarilla del precinto policial en torno al césped -casi todo matojos- que rodea la casa.

Una unidad móvil del Canal 2 acaba de detenerse junto al bordillo y está desplegando su parabólica.

Avery y Harry se hallan cerca, junto a un detective del Departamento de Homicidios de la ciudad. Forman grupo bajo una de las bombillas que cuelgan del techo del porche. Están lo bastante cerca para conversar conmigo, aunque guardando la distancia.

– ¿Ese tal Murphy era amigo suyo? -pregunta el detective.

– Era un detective que contratamos hace un par de meses -responde Harry.

– ¿Para qué lo contrataron? ¿Cuál era su trabajo?

– Eso es confidencial -interrumpo yo.

El policía se vuelve hacia mí.

– ¿Y qué los trajo a ustedes hasta aquí? -Tiene abierto el cuaderno de notas y no me quita ojo.

Yo no respondo.

– ¿Eso también es confidencial?

Avery le susurra al oído y el tipo se vuelve de nuevo hacia mí.

– ¿Es usted el abogado del caso Suade? Lo vi por la tele -dice-. ¿De eso se trataba?

– Lo único que puedo decirle es que teníamos a Crow bajo citación. Era un posible testigo. Eso es todo.

– ¿Cuándo habló usted por última vez con ese detective, el tal Murphy?

– Hace dos días.

– ¿De qué hablaron?

Me limito a alzar las cejas y a sonreír.

– Hoy mismo traté de llamarlo un par de veces, pero no pude localizarlo.

– Lo sabemos. Vimos su busca. Su número aparecía en él -dice Avery -. Murphy aún llevaba el busca sujeto al cinturón.

Se produce una pausa que yo aprovecho para pensar. ¿Quién más habrá visto el busca?

– Volvamos al motivo que los trajo hasta aquí -dice el de homicidios.

– Ya se lo he dicho tres veces esta mañana, Jason Crow tenía que haber ido al juzgado. Se hallaba bajo citación. No apareció, y vine a averiguar por qué.

– ¿Y se introdujo usted en el apartamento?

– La puerta posterior no estaba cerrada. La del apartamento, sí, pero el pestillo no había encajado bien.

– Muy conveniente.

– Puede, pero es lo que sucedió.

– Lo podría encerrar por allanamiento de morada -dice.

– Y mañana ya estaría en la calle. Y el teniente Avery tendría que comparecer ante el juez Peltro para explicarle por qué no había aparecido yo en el juzgado por la mañana.

Avery mira a su compañero como diciéndole que puedo tener razón.

– Repasémoslo una vez más -dice el detective.

Pongo los ojos en blanco.

– Como ya he dicho, llamé al timbre. No respondió nadie. Probé por la escalera trasera. La puerta no estaba cerrada. El pestillo de la cerradura de Crow no había encajado. Cuando la toqué, la puerta se abrió.

– ¿Cómo la tocó?

– Me hallaba junto a la puerta, escuchando.

– ¿Por qué estaba escuchando?

– Para ver si Crow estaba dentro. Si escuchaba voces. No lo sé. Pensé que tal vez estuviera dormido y no hubiese oído el timbre.

– He escuchado el ruido que hace el zumbador -dice el de homicidios-. Nadie podría dejar de oírlo sin despertarse. A no ser que estuviera muerto.

– ¿Cree usted que yo sabía que estaban allí dentro?

– No lo sé. ¿Lo sabía?

– Así no vamos a ninguna parte.

– Aún no me he enterado de lo que hacía aquí su investigador -dice él-. Dice usted que ya le habían entregado la citación a Crow, ¿no?

– Exacto. Hace dos días.

– Entonces, ¿por qué regresó?

– Porque Crow no apareció por el juzgado.

– ¿Usted sabía eso?

– Exacto.

– Pero su investigador no. ¿Estuvo él hoy en el juzgado?

Harry y yo nos miramos. Avery no nos quita ojo. Él lo sabe.

– No.

– Entonces, ¿cómo se enteró de que el testigo no había comparecido?

– No lo sé.

– O sea que ignora usted qué hacía aquí el tal Murphy.

– En efecto.

– Cuénteme otra vez cómo entró usted en el apartamento.

– Ya se lo he dicho. Tenía la oreja pegada a la puerta. La toqué accidentalmente con el hombro y se abrió.

– ¿Así como así?

– Si no lo cree, haga que sus técnicos lo investiguen.

– Muy bien. Y luego ¿qué?

– Entré. Encontré los cuerpos. Llamé al teniente Avery porque tenía su número. Él lo llamó a usted. Salí de la casa, me metí en el coche y esperé. Luego aparecieron ustedes. Eso es cuanto sé.

Él consulta sus notas.

– Dice usted que a Crow le entregaron la citación hace dos días.

– Exacto.

– ¿Y quién se encargó de entregársela?

– El señor Murphy.

– ¿Se hallaba usted con él? -Es un tiro a ciegas, pero el tipo tiene suerte.

– Sí.

Los ojos se le iluminan.

– O sea que tuvo usted oportunidad de hablar con Crow, ¿no?

– Sí.

– ¿Durante cuánto tiempo?

– No lo sé. Quizá diez minutos.

– ¿De qué hablaron?

– Creo que voy a tratar a mi socio como si fuera un cliente -dice Harry-. Voy a aconsejarle que no diga nada más.

– ¿Ah, sí? -dice el policía-. Usted estaba fuera, sentado en el coche. Fue cómplice de cualquier delito que se haya cometido aquí. Supongo que usted también tendrá que estar en el juzgado mañana.

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