Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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– Hace unos años. Nos conocimos en Florida. Ella trabajaba en un club.

– ¿Alguna vez delató ella a Ontaveroz? ¿Quizá a los federales?

– Yo de eso no sé nada. -Se frota el dolorido codo con la mano del otro brazo. Sus piernas siguen dobladas sobre el sofá-. Lo único que sé es que Ontaveroz podía ofrecerle más.

Alzo una ceja inquisitivamente.

– Jessica le pegaba fuerte a la coca -dice Crow-. Siempre estaba con la cabeza inclinada sobre un espejo ajeno, con una paja en la nariz. El mexicano tenía más nieve que un puñetero alud. Jessica me dijo que estar con él era como vivir en una ventisca. Siempre que quería una raya de perico, con él la tenía. Nosotros nos veíamos de vez en cuando, pero en cuanto conoció a Ontaveroz y probó su perico, todo terminó entre nosotros.

– ¿Pero la veías cuando ella venía al norte, cuando traía la droga?

Ahora los ojos de Crow son como dos cuchilladas en un tomate.

– No lo sé -responde-. Como le he dicho, la vi un par de veces después de eso. Pero no sé en qué andaba metida.

– Aparentemente andaba metida en el negocio de vaciar casas ajenas contigo -comento.

– Eso era un simple hobby.

– ¿Para ella, o para ti?

– Para ella. Jessica era una chiflada. Sobre todo cuando estaba empericada. Le gustaba el riesgo. Para ella sólo era una distracción, no sé si me entiende.

– ¿Por qué no me lo cuentas?

– Quería vivir nuevas experiencias. Cometer robos a lo rata de hotel, con ropas negras y cuchillos, entrando por la noche en casas con gente dentro. Ésa es una excelente forma de ganarte un tiro. La gente cree que son los espaldas mojadas, que han llegado desde México para matarlos en sus camas.

– Pero en vez de eso, no erais más que tú y una yonqui armados con cuchillos de cocina.

– Sí. A ella le gustaba caminar a oscuras por una casa mientras el puñetero propietario aún estaba roncando en la piltra. Esas cosas la excitaban.

– Pero ella se quedaba con parte del material, ¿no?

Él me mira como si no supiese de qué le estoy hablando.

– Las cosas que robabais.

– Claro. Se quedaba sobre todo con lo que era difícil de colocar. Ropas. Ordenadores. Le gustaban las cosas exóticas. Si encontraba por ejemplo un biquini con lentejuelas, era como si se hubiera muerto e ido al cielo. El subidón le duraba una hora.

– Según me han contado, algunas de las cosas con las que se quedó eran muy valiosas.

– Los polizontes siempre valoran de más esas mierdas. Para luego, cuando te pescan, poder enchironarte para siempre. Ella sólo se quedaba con basura.

– Y luego a ti te encerraron por los robos.

Él asiente con la cabeza.

– ¿Y a ella por drogas?

– Sí.

– ¿Y desde entonces no la has vuelto a ver?

– No, ya se lo he dicho.

– ¿Y a Ontaveroz tampoco?

– ¿Por qué no deja de repetir las mismas preguntas?

– Sólo quiero cerciorarme de que entiendo bien lo que me cuentas -respondo.

Miro a Murphy y asiento con la cabeza.

Murphy mete la mano en el interior de su chaqueta de sport, saca un papel doblado, se acerca a Crow y le toca en el hombro con el papel.

– Acabas de ser citado -dice Murphy.

– ¿Cómo? -Crow se aparta del papel, no quiere ni tocarlo.

– Esto es una citación para que comparezcas ante el tribunal pasado mañana -le explico-. A las nueve de la mañana. Las señas están en la propia citación.

– ¿Para qué me quieren?

– Tú limítate a estar allí -le digo-. Si no lo haces, te denunciaremos al agente responsable de tu libertad condicional. Como no comparezcas, terminarás otra vez entre rejas. ¿Entendido?

Él asiente con la cabeza.

– Se trata de una orden del tribunal -informo-. Si no la cumples, pueden revocarte la libertad condicional. Y créeme, yo me esforzaré al máximo por que así ocurra.

Murphy arroja una tarjeta de visita sobre la cama.

– Si tienes algún problema, llámame a este número -dice.

Crow recoge la tarjeta, la mira, y luego me mira a mí.

– ¿Quién es usted?

– No necesitas saber quién soy. Simplemente, preséntate en el juzgado todos los días, a la misma hora, las nueve en punto, hasta que te llamen a testificar. ¿Entendido?

– No sé nada acerca de la droga -dice él.

– ¿Entendido?

– Sí. -En los ojos de Crow brilla el resentimiento, pero también el miedo.

Puede que el testimonio de Crow, un delincuente convicto, no valga mucho. Tal vez Ryan se lo meriende. Pero el tipo puede ayudarme a conseguir mi propósito, que no es sino relacionar a Jessica con Ontaveroz, lo cual será el primer eslabón en la cadena que necesito para incorporar al mexicano a mi estrategia de defensa.

VEINTE

Tras haber establecido la base médica de la muerte de Suade, y tras haber salido de ello trasquilado, Ryan pasa a un terreno más sólido, a las pruebas que tienden a vincular a Jonah con el asesinato. La fiscalía parece haber reflexionado y aprendido una lección: la de mantener las cosas sencillas y directas.

– ¿Puede usted decir su nombre? -pregunta Ryan.

– John Brower.

– ¿Y cuál es su profesión, señor Brower?

– Soy investigador del Servicio de Protección al Menor del condado de San Diego.

– ¿Puede usted decirnos en qué consiste su trabajo?

– Soy supervisor, o lo era hasta hace poco. -Al decir esto, mira hacia mí-. Ahora me dedico sobre todo al trabajo de campo. Casos que implican delitos contra menores. Lesiones, algunas muertes. Respondemos a las denuncias de abusos cometidos contra niños.

– O sea que es usted un agente de la ley con autoridad para efectuar arrestos, ¿no?

– Exacto. -Brower se llena los pulmones de aire y mira hacia el jurado.

– Agente Brower…

– Mi título es investigador.

– Dispense. Investigador Brower, quiero que trate de recordar una fecha de antes del verano, en abril, más o menos sobre el 17. ¿Visitó usted por entonces el bufete legal de Paul Madriani, el abogado de la defensa en este caso?

– Protesto. -Me he puesto en pie-. Cualquier cosa que este testigo viera u oyera en mi bufete cuando yo estaba consultando con mi cliente es confidencial.

– No es así -dice Ryan-. El testigo fue invitado al bufete por el señor Madriani. Mi colega no puso objeciones a la presencia del señor Brower, ni tampoco el acusado, el señor Hale. De hecho, querían que el señor Brower estuviese allí.

– Basta -dice Peltro-. Ni una palabra más. -El juez menea la cabeza, irritado con Ryan por entrar en detalles antes de que el tribunal haya tenido oportunidad de dictaminar si se trata de algo que el jurado debe escuchar. Nos hace seña de que nos acerquemos al estrado. Celebramos una breve conferencia en el extremo del estrado más alejado de la tribuna del jurado. Finalmente, Peltro alza la cabeza y vuelve el sillón hacia el jurado-. Voy a pedir a los jurados que abandonen la sala. Tómense ustedes un café.

Han estado en la tribuna un total de una hora, y ahora salen a tomar café. Es la segunda salida de la mañana debido a debates y consultas en el despacho del juez. Para cuando lleguemos al veredicto, todos ellos tendrán taquicardia a causa de la cafeína, y los que fuman se estarán subiendo por las paredes por el mono de abstinencia.

El alguacil despeja la tribuna. La puerta que conduce a la sala del jurado se cierra.

– Bueno, ¿ahora qué pasa?

– Lo que dice el señor Ryan no es cierto. No invité específicamente al señor Brower a mi bufete. Le pedí a su jefa que asistiera para esclarecer ciertos asuntos oficiales referentes a los servicios de protección al menor. Ella se presentó con Brower.

– Ella nos dijo que pidió usted un investigador.

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