José Somoza - El Cebo

Здесь есть возможность читать онлайн «José Somoza - El Cebo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Cebo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Cebo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Madrid. Un brutal atentado terrorista. Un futuro desolador.
El Espectador, el mayor y más salvaje homicida de todos los tiempos, anda suelto. La policía va en su búsqueda. Los métodos policiales han cambiado. La tecnología no funciona. Tiene que buscar dentro, en la mente, en los deseos del asesino. Para ello utilizan cebos, expertos en conductas humanas, entrenados para conocer las filias de los delincuentes y manipularlas a través de máscaras. Diana Blanco es la mejor, la más prepaparada, la única que puede atrapar al Espectador.
Cuando la protagonista descubra que su hermana ha sido secuestrada por el asesino, iniciará una carrera contrarreloj para salvarla que la conducirá a la guarida del monstruo.
A partir de este momento se desencadena un trepidante juego de sospechas que llevará a la protagonista a un sorprendente final lleno de acción y erotismo.

El Cebo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Cebo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Rumana -corrigió Padilla rascándose la papada-. Eva Rutlu, veintidós años. Estaba tramitando los papeles en nuestro país y nadie denunció su desaparición…

– Rumana o húngara, ella era el único cadáver, Julio. La última que secuestró.

– Diana, el análisis informático ha determinado que a Elisa y Vera se las llevó ese tío con un noventa y nueve, coma…

Lo escuché en silencio. «Alguien ha amañado los datos», había dicho el Espectador. «Alguien de tu departamento os está engañando.» Pero ¿debía creerle?

Tras cansarse de dar cifras, Padilla me miró un instante, pensativo.

– Estás agotada, Blanco. Estresada por la desaparición de tu hermana y por la captura. Ese salvaje y su retoño te… te hicieron mucho daño. Pero has realizado una cacería impecable. Eres la mejor, siempre lo has sido. -Me sorprendió aquella alabanza, más bien propia de Claudia Cabildo, y a él también, quizá, porque de improviso optó por dar una de cal con una de arena-. Por supuesto, estoy al tanto de lo que hiciste, y de cómo lo hiciste…, pero vistos los resultados, no tengo nada que objetar, al contrario…

Sabía a qué se refería. Yo ya había contado mi entrevista con Gens a los psicólogos que me habían interrogado en el hospital, así como la técnica empleada para cazar al Espectador. No hubo grandes sorpresas. Como el propio Gens me había dicho, los altos cargos del departamento sabían que seguía vivo y le pasaban informes de vez en cuando. El hecho de que Gens revelara sus trucos a una antigua discípula antes que a ellos les fastidiaba, pero encajaba dentro de la imagen orgullosa del viejo psicólogo.

Yo estaba pensando en otra cosa. Decidí plantearlo con naturalidad.

– Julio, ¿qué ha ocurrido por fin con lo de Álvarez?

Fue como si hubiese entrado un coronel: Padilla se irguió, muy serio.

– Un suicidio. Dejó una carta, lo típico… Fuiste a ensayar a la granja en coincidencia con su muerte, nada más.

Alisé la sábana con la mano que no tenía vendada y asentí.

– ¿Y qué era ese… túnel? He estado años allí y no sabía que existiera.

– Oh, una ampliación que hizo Gens en el sótano para construir nuevos escenarios, pero nunca llegó a utilizarse. -La entrada de un enfermero le dio la excusa que precisaba. Se quedó mirándome, como indeciso-. Vendré mañana. Intenta descansar.

No respondí: pensaba en un túnel de paredes de madera y techo de vigas en aspa.

Y en lo mal que mienten todos los filícos de Petición cuando se les pregunta.

El Taller era una clínica sin carteles ni distintivos con un jardín seco por el que los cebos podíamos pasear en camisón, como viejos patricios que ya han entregado a su prole la parte de mundo que poseyeron. Lo habían edificado en un polígono industrial más próximo a Segovia que a Madrid, Dios sabía por qué, y contaba con un quirófano y una sección de larga estancia con veinte camas. La decoración me recordaba desagradablemente la de los sótanos del Espectador: paredes y muebles blancos, ventanas metálicas. Desde el techo te espiaban visores de conducta y cámaras de holovídeo.

Pero no era ninguna cárcel, por lo que ese mismo domingo decidí largarme.

Fue después de la visita de Padilla. Miguel, que había venido el sábado a darme besos y rodearme de ramos de flores de antiguos compañeros -una tradición cuando uno de nosotros realizaba una captura esperada-, me trajo también algo de ropa de mi apartamento. Tras el almuerzo, me levanté, la cogí y me vestí en el baño.

Me sentía débil y mareada, y me dolía todo el cuerpo. Tenía la cara señalada con la huella de las mordazas de goma y cuerdas y los golpes del Espectador, la garganta con la línea roja dejada por la argolla y varios hematomas en el vientre, espalda y muslos. Por supuesto, y pese a que me constaba que lo habían intentado, no habían podido injertarme el dedo. Lo hallaron el mismo viernes, tras una búsqueda desesperada y minuciosa, formando parte de la horrenda colección de trozos de víctimas que el Espectador guardaba en los frascos del segundo sótano. Aunque la temperatura allí no superaba los cinco grados centígrados, mi meñique estaba sumergido directamente en líquido conservador, con lo cual el tejido era irrecuperable. A decir verdad, me importaba un rábano: despedirme del meñique izquierdo no era, ni de lejos, tan duro como asumir la pérdida de otras muchas cosas de mi vida, incluyendo, por encima de todas, la de mi hermana. Si por algún milagro encontraba a Vera sana y salva, bien podía irse al infierno mi mano entera.

En el Taller casi todos eran hombres, casi todos vestían de blanco y casi todos acostumbraban a tocarte: te palmeaban la espalda, te estrechaban la mano, te auscultaban o te cambiaban el vendaje. Mi enfermero se llamaba Alfredo, y era un chico de mandíbula angulosa, muy apuesto, que se presentó en mi habitación casi antes de que terminara de abrocharme los zapatos. Le dije que me iba, y llamó a un médico, que a su vez llamó a otro. Me advirtieron que los cinco puntos de sutura que me habían dado tras limpiarme el tejido del muñón habían cerrado bien, aunque podían soltarse con los esfuerzos, y que aún necesitaban asegurarse de que no había lesiones internas. Pero, tras la exención de responsabilidades con las suficientes firmas, claudicaron. Yo era una especie de «enchufada» para ellos, la heroína del día. Incluso se mostraron obsequiosos: los autocares públicos tenían horario de domingo, y Alfredo se ofreció a llevarme en su coche hasta Madrid.

De regreso a casa, hice una llamada. Luego me duché e ingerí un analgésico con un vaso de leche y galletas mientras encendía el televisor. Repetían la noticia que ya había visto en el hospital: la muerte el viernes del «presunto» asesino de prostitutas de Madrid cuando un «equipo especial» iba a proceder a su arresto. Los detalles aún no habían sido esclarecidos, pero se suponía que la víctima, «conocido empresario en el sector de la seguridad informática», se había quitado la vida. Los locutores hablaban ansiosos frente a la atroz casa de la sierra. El niño solo se mencionaba de pasada, sin relación alguna con los acontecimientos. Yo sabía que se hallaba en un centro psicológico para menores y que estaban intentando encontrar a algún posible familiar.

Pero la calma vende menos que la inquietud, y el secuestro de una niña en Barcelona y el hallazgo de otra víctima del Envenenador ocupaban la mayor parte del informativo. Esta última era una mujer de unos sesenta años fallecida en su domicilio de Moncloa. Sin embargo, seguía sin haber nada claro y hasta la propia existencia de un «envenenador» se ponía ya en duda, porque aún no se había aislado la sustancia. Luego venían fotos de la niña secuestrada. Ojos tristes, pelo rubio, seis años. Se me revolvió el estómago, apagué el televisor y me fui a la cita que había concertado por teléfono.

Era una preciosa tarde otoñal de Madrid, de esas de cielo puro y sol que, aunque declinante, sigue calentado. Después de los días que había pasado sumida en pesadillas, tenía que haberme sentido mejor al respirar aquella atmósfera suave y dorada. En cambio, me encontraba nerviosa y mis manos sudaban sobre el volante mientras salía de Madrid en dirección hacia Las Rozas. Lo que me disponía a hacer no me gustaba nada, y no podía evitar la tensión. En contraste con mi ánimo, la calle Teseo presentaba un aspecto pacífico y florido. Nely Ramos salió a recibirme en cuanto toqué el timbre de la cancela. De sus lóbulos colgaban unos pendientes de aros enormes.

– ¡Qué bien que llamaste! -Sonrió-. ¡Le va a dar una alegría verte…! Pero ¿qué te ha pasado?

Le conté que había tenido «un pequeño accidente», sin más. De cualquier forma, el vendaje impedía ver del todo mi dedo seccionado. Me precedió hacia la casa, pero no entramos, en vez de ello, la rodeamos hasta el jardín posterior. Y mientras tanto Nely no cesaba de hablar con aquella voz enronquecida y a la vez dulce, de acento canario.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Cebo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Cebo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


José Somoza - Clara y la penumbra
José Somoza
Jose Somoza - Art of Murder
Jose Somoza
Clifford Simak - Il cubo azzurro
Clifford Simak
Jaspreet Singh - Chef
Jaspreet Singh
José Somoza - La Caja De Marfil
José Somoza
José Somoza - Dafne desvanecida
José Somoza
José Somoza - Silencio De Blanca
José Somoza
José Somoza - Zigzag
José Somoza
Отзывы о книге «El Cebo»

Обсуждение, отзывы о книге «El Cebo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x