José Somoza - El Cebo

Здесь есть возможность читать онлайн «José Somoza - El Cebo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Cebo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Cebo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Madrid. Un brutal atentado terrorista. Un futuro desolador.
El Espectador, el mayor y más salvaje homicida de todos los tiempos, anda suelto. La policía va en su búsqueda. Los métodos policiales han cambiado. La tecnología no funciona. Tiene que buscar dentro, en la mente, en los deseos del asesino. Para ello utilizan cebos, expertos en conductas humanas, entrenados para conocer las filias de los delincuentes y manipularlas a través de máscaras. Diana Blanco es la mejor, la más prepaparada, la única que puede atrapar al Espectador.
Cuando la protagonista descubra que su hermana ha sido secuestrada por el asesino, iniciará una carrera contrarreloj para salvarla que la conducirá a la guarida del monstruo.
A partir de este momento se desencadena un trepidante juego de sospechas que llevará a la protagonista a un sorprendente final lleno de acción y erotismo.

El Cebo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Cebo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– No miento… -Gruñó con gran esfuerzo-. Ya te dije que podía acceder a los informes de la policía… El sábado me enteré de la forma en que desapareció la primera, y ayer de la segunda… Pero escucha esto, porque te interesa: alguien modificó las probabilidades en ambos casos…

– ¿Qué quieres decir?

Soltó una risa hueca, vacía. Su mano izquierda seguía presionando la herida del vientre. Un humo blanco escapaba con sus jadeantes palabras.

– No lo sabías, ¿eh…? Los ordenadores de tu departamento calculan las probabilidades que tiene cada secuestro de haber sido producido por mí… Primero realiza un análisis preliminar, rápido, y luego otro más profundo. Los análisis preliminares de tus dos compañeras ofrecen casi un cien por cien de probabilidad de que haya sido yo… Eso me intrigó y decidí investigar… No tardé en comprender qué sucedía… Sé cuándo se modifican los datos desde dentro, soy un experto, y te aseguro que alguien los ha amañado para hacerme responsable… Alguien de tu gente os está engañando, gilipollas… Y quizá yo podría ayudaros a atraparlo, pero si me entregas a la policía, nunca sabréis quién es…

Miré el cadáver atado al torno: en vida, podía haber tenido la edad de Vera.

– No pienso entregarte a la policía -dije.

Su único ojo se abrió del todo mientras negaba con la cabeza.

– No… no vas a matarme así, desarmado… No te atreverás…

– No, no me atreveré -convine.

Aparté el pie de su cuello y arrojé la barra al suelo. Cuando comprendió lo que me disponía a hacer, dejó de fingir que era un adulto.

Ignoré su llanto y súplicas, separé las piernas y afirmé las plantas de los pies a ambos lados de su cuerpo mientras movía los brazos. La clásica técnica de Ashburn para el Holocausto. Mi desnudez y el hecho de que mi presa me observara desde abajo reforzaron los efectos. Tardé quince segundos en poseerlo. Luego me alejé de él impidiendo que siguiera viéndome y despojándolo, así, del objeto supremo de placer en el instante de posesión, lo cual le provocó una disrupción dolorosa, agónica.

Lo dejé aullar mientras contemplaba el cadáver en el torno y pensaba en el resto de sus víctimas. El infierno se había inventado para seres como él. Pero yo no necesitaba que hubiese uno: el Espectador ya estaba en el infierno. Sus gritos se hicieron cada vez más agudos conforme su psinoma, incapaz de obtenerme, se refugiaba en etapas más primarias. Chilló todo el terror, la soledad y la angustia que yacían en su biografía. Chilló más allá de su condición humana. Chilló de puras ansias. Empezó a sacudir la cabeza, golpeándola contra el suelo de piedra en un martilleo constante, frenético, que no se detuvo cuando la sangre salpicó las baldosas. De hecho, aceleró el ritmo, como si batiera un tambor en algún ritual maléfico. Su boca soltaba espumarajos y todo su cuerpo temblaba. Era como si un demonio intentara escapar de su cráneo tras un exorcismo. «Te quemo el alma… Te estoy quemando el alma…», pensé.

Por fin decidí tener compasión y pateé la pistola hacia él, pero ya era tarde para que pudiera usarla. En un momento dado, su cuello se torció en un ángulo de muelle roto, se oyó un crujido. Al caer de nuevo, la cabeza quedó inerte.

«¿Te ha gustado mi actuación?», le pregunté mentalmente. Su tortura había durado apenas un minuto; la de sus víctimas, días enteros. Ciertas cosas en esta vida no guardaban equilibrio.

Entonces me sucedió algo. Yo había contemplado el fin del Espectador sin inmutarme, con una rabia y una sensación de triunfo como llamas en una hoguera: a ratos menguando, a ratos cobrando fuerza. Pero cuando todo concluyó, me sentí consumida, marchita, como si hubiese pasado cincuenta años viviendo aquel único minuto. De repente no pude más, y sin pensar siquiera en salir de aquella cámara gélida o vestirme, caí de rodillas. Maldije mi vida, mi trabajo, pero sobre todo mi vida. Me quedé allí, doblada sobre el vientre, como un despojo humano, llorando incontrolable. Por mi cabeza pasaban imágenes de mis padres, de Vera, de Miguel, del doctor Valle… No quería pensar que también lloraba por el Espectador con un llanto rabioso y hondo, y por la necesidad de comprender lo incomprensible, de otorgarle un sentido a las cosas. ¿ Quién es el culpable?

Cuando logré tranquilizarme, caí en la cuenta de que me había olvidado del niño. Decidí ir en su busca. Lo vi nada más abrir la puerta. Me esperaba de pie en el pasillo, el rostro en sombras bajo la gorra y las rastas, sosteniendo algo que en ese instante volcó sobre mí. El líquido grasiento me empapó de pies a cabeza. Apestaba a gasolina. Al verle sacar una pequeña caja del bolsillo de sus bermudas, alcé las manos.

– ¡No, Pablo…! -grité, horrorizada.

Su rostro inexpresivo brilló durante un segundo a la luz de la cerilla encendida.

Entonces me la lanzó.

26

El psinoma.

La expresión matemática de nuestro placer.

Ahora parece que hace siglos que se descubrió, pero aún no han pasado cincuenta años. Sung Yoo, Giacomo Pallatino, David Alien, Charles Bliss, Nathalie Parks…, sus nombres no te sonarán, pero ellos demostraron su existencia. Y los experimentos de David Sun lo llevaron a la práctica.

Una pared azul, una sábana roja, una chaqueta negra, un cuerpo desnudo, un gesto o una voz te producen distintos grados de placer. Es un placer tan sutil y cambiante como la forma de las nubes en el cielo, ni siquiera tú lo percibes siempre. Sin embargo, los ordenadores cuánticos lograron computarlo y clasificarlo en folders. Cada folder es como el código genético del deseo de una persona: ahí está escrito, mediante números. Se le llamó «psinoma». Luego se comprobó que podían agruparse según características comunes. A cada grupo se le llamó «filia». Hay cincuenta y ocho clases de filias identificadas en la humanidad.

Sorpresa. Resulta que, frente al mismo estímulo de placer, tú reaccionas igual que todos los que poseen tu misma filia: te rascas la pierna, subes la ceja, te aclaras la garganta, dices «te amo», lloras, tienes un orgasmo. No puedes hacer otra cosa.

Más sorpresa. Si el estímulo es muy intenso, quedas poseído. Significa que te conviertes en su esclavo. Haces cualquier cosa: te matas, matas a otros, torturas, violas.

¿Y sabes lo más divertido? Que los estímulos pueden representarse. Fingirse. Como en un teatro, con un vestuario, unos gestos, una luz, una voz. A eso se le llama «máscara». No importa si eres ciego, sordomudo, retrasado mental o genio: si la máscara está bien hecha, la percibirás de una forma u otra, sentirás placer, quedarás poseído.

A partir de ahí, cualquier conjetura vale. Quizá hayamos nacido predestinados, y luego el azar nos selecciona. Quizá un asesino en serie se diferencie de otras personas por la clase de estímulo que recibió cuando aún estaba desarrollándose. En una sesión a puerta cerrada del Congreso de los Estados Unidos, la doctora Nathalie Parks llegó a proponer que se revisaran de arriba abajo las leyes. Si no tenemos otro remedio que hacer lo que nos gusta, ¿por qué encerrar a unos cuantos? ¿Por qué condenarlos? ¿Por qué ejecutarlos? Se requería, exigió, una amnistía universal.

No le hicieron caso. Prefirieron crear a los cebos.

– Comprendo -dijo Seseña.

No, no comprendía, pero me pareció natural. Gonzalo Seseña, joven y virginal abogado de cabello curiosamente grisáceo, rostro atractivo y ademanes amables, era el nuevo Comisionado de Enlace tras la muerte de Álvarez. Había sido nombrado con urgencia el fin de semana, como suele ocurrir en este país, tan solo para tapar el agujero, y andaba como perdido en aquel mundo. El primer deber que le había reportado su cargo había sido visitarme en el CDE, el Clínico de Defensa Especial, pomposo nombre para el hospital donde nos trasladaban cuando nos estropeábamos, y que todos llamábamos «el Taller». Era domingo por la mañana, y Seseña no se había afeitado, no llevaba corbata, su traje gris estaba arrugado y parpadeaba constantemente. Los guardaespaldas, más elegantes, lo rodeaban como devotas gallinas al nuevo polluelo, instándolo a que adquiriese conciencia de ser importante, pero Seseña se sentía cómodo en el rol de aprendiz.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Cebo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Cebo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


José Somoza - Clara y la penumbra
José Somoza
Jose Somoza - Art of Murder
Jose Somoza
Clifford Simak - Il cubo azzurro
Clifford Simak
Jaspreet Singh - Chef
Jaspreet Singh
José Somoza - La Caja De Marfil
José Somoza
José Somoza - Dafne desvanecida
José Somoza
José Somoza - Silencio De Blanca
José Somoza
José Somoza - Zigzag
José Somoza
Отзывы о книге «El Cebo»

Обсуждение, отзывы о книге «El Cebo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x