Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– Vamos, pregúnteme qué tal he hecho mis deberes.
Lou extendió los brazos. ¡Cuánto tiempo llevaba sin experimentar aquella agradable sensación!
– Habíamos quedado en que seguiría sondeando a los vecinos. Y ha ido a ver a Citrone.
– ¡Y que lo diga! -Lou cogió una silla y les contó toda la historia, lo de Citrone y Popeye en el aparcamiento de la comisaría-. Luego me he ido a casa, me he tomado una cerveza y a esperar.
– ¿A esperar qué? -preguntó Bennie, inquieta.
– Una llamada telefónica.
– ¿La ha recibido?
– Por supuesto -respondió Lou, disfrutando a todas luces de la intriga.
– ¿Quién le ha llamado?
– Un poli que dice tener pruebas contra Citrone. Hemos quedado en citarnos.
– ¡Ahí va! -saltó Judy, y Mary quedó pasmada.
Sólo la expresión de Bennie reflejaba consternación.
– ¿Ha quedado con él, Lou? ¿Cómo sabe que no se la está jugando? ¿Qué le ha dicho el hombre?
– Sé lo que la preocupa pero no hay motivos para preocuparse.
Lou le dio unas palmaditas en la mano, aunque aquello no tranquilizó a Bennie.
– ¿Cómo se llama?
– No me lo ha querido decir, estaba asustado. Ha dicho que de entrada no podía confiar en mí y no le culpo por ello. De todas formas, trabaja en el Undécimo. Me ha visto en pleno arrebato en el aparcamiento.
Judy se echó un poco hacia delante.
– ¿De modo que vamos a la cita?
– Usted no, marinero. Iré yo. Quiere que vaya solo.
Bennie movió la cabeza.
– Esto no me gusta nada, Lou. Si dispone de pruebas sobre corrupción policial, habría acudido al fiscal del distrito, al FBI. No podemos acudir a su cita ni llamarlo aquí.
– No tiene intención de acudir al fiscal ni a los federales. No quiere hacer una bandera del caso, sólo pretende que se haga algo. Confía en mí porque soy poli. Si me pasa datos, los utilizaré.
– ¿Eso le ha dicho?
– No, pero lo presiento.
Bennie tuvo un escalofrío.
– Exactamente lo que le habría dicho si le estuviera tendiendo una trampa. Se está convirtiendo en un blanco, Lou. Usted mismo ha abierto la veda. Estos policías son unos asesinos.
– No es ninguna trampa. El hombre es policía, poco más o menos de mi edad. Quiere hablar conmigo y yo acudiré. No tiene por qué preocuparse, sabré arreglármelas. -Lou se levantó, alisándose la americana-. Conozco mucho mejor que usted este tipo de mentalidad. Usted ocúpese del juicio, que yo me haré cargo de los polis.
– ¿Para cuándo es la cita? Iré con usted.
Lou apretó con firmeza los labios y su mentón entrecano se hizo más terso.
– ¡Y un pimiento!
Bennie se levantó.
– Pienso ir. Si no le acompaño, le seguiré. Iré con Mike e Ike.
– Nosotras estaremos detrás, Lou -dijo Mary, ya de pie. Por nada del mundo quería que hicieran daño a Lou. Le había cogido cariño cuando habían trabajado juntos investigando a los vecinos-. También me llevaré a mis padres. A mi madre, Lou.
Judy también se levantó, al lado de Mary.
– Me levanto sólo porque todo el mundo lo ha hecho. Yo no tengo a nadie a quien llevar, pero puedo practicar el boxeo.
– No sabes boxear -dijo Mary.
– Algo he aprendido. He visto combates. Sé en qué postura mantenerme cuando alguien ataca.
Lou iba moviendo la cabeza.
– Sabía que no tenía que abrir la boca.
– Pero lo ha hecho -respondió Bennie-, de modo que vamos a hacer un trato: usted y yo vamos a la cita del poli y Mike e Ike nos apoyan desde un coche. Mis asociadas permanecen aquí por si nos matan; así queda alguien para llevar el caso.
– ¡Muy bonito! -dijo Mary, y Judy levantó la vista esbozando una sonrisa de sorpresa.
La noche se hizo más oscura al otro lado de la ventana del despacho de Mary, pero las dos jóvenes se apiñaban ante el ordenador. Mary manejaba el teclado, mascando Doublemint como una desesperada. Sólo se permitía el chicle con azúcar en épocas de juicio. La vida de un letrado es rápida y peligrosa.
– ¿Ves, Judy? Nada.
Le dio al intro y apareció el mensaje: la búsqueda no había obtenido ningún resultado.
– Vamos a reflexionar un poco -dijo Judy, cerrando los ojos-. Has buscado casos en los que Hilliard se ha presentado ante Guthrie y has encontrado seis. En ninguno de ellos figuraba Henry Burden, actualmente de vacaciones en Tombuctú.
– Eso.
Judy abrió los ojos.
– ¿Algún caso en el que consten Burden y Hilliard, ya sea con Guthrie como juez o no?
– No, ya lo he comprobado. He investigado también sus fechas de nacimiento en Martindale-Hubbell. Hilliard tiene treinta y cinco años y Burden, cincuenta y cinco. Son veinte años de diferencia, por más fobia que tengas a las matemáticas. Burden y Hilliard ni siquiera coincidieron en la oficina del fiscal del distrito, y no hablemos ya de participar juntos en algún caso.
– ¡Caramba! -Judy siguió reflexionando-. Has buscado casos en los que Hilliard actuara como abogado. Busca si consta en alguno como parte.
– ¿En un caso de delincuencia? No hay partes.
– En uno que conste como actor. ¿Desde cuándo eres tan lista?
– Desde que Bennie me dijo que era una excelente letrada. ¿Acaso no lo oíste?
Judy sonrió.
– Hemos creado un monstruo. Métete en Hilliard como actor, rápido.
Mary buscó en una colección de programas a los actores.
– Imposible. No figuran en ningún índice, tal vez por razones de respeto de la intimidad.
Judy suspiró.
– ¿Tú crees que el gobierno se preocupa de respetar nuestra intimidad? Imposible. Tiene que haber otro sistema.
– Espera un momento. -Mary tecleó «Hilliard» en la búsqueda general, como si buscara una palabra normal. La pantalla mostró el siguiente mensaje: «En la búsqueda se han encontrado 1.283 respuestas. ¿Desea seguir? Sí/No». Mary apretó la tecla del sí-. Pues claro -dijo mascando el chicle.
– ¡Tú estás chalada!
– No lo dudes.
– Mil opciones. Eso te llevará toda la noche.
– También tienes razón.
– ¿De dónde sacas tanta energía?
– Mi droga preferida -dijo Mary, pasándole un Doublemint.
26
La llovizna intensificaba la oscuridad de la noche mientras Bennie y Lou aguardaban junto a la entrada de cemento de un pequeño restaurante cerrado. Apareció el poli con un disfraz improvisado: gorra de los Phillies y gafas de sol; Bennie sólo pudo vislumbrar parte de sus rasgos bajo el reflejo de un tono blanco como de cal procedente de una farola lejana. Llevaba las patillas plateadas muy recortadas y se le habían marcado bastante las arrugas de la sonrisa. Torció los labios con una mueca de recelo por encima de la hundida barbilla al ver a Bennie y a Lou.
– ¿Por qué ha venido con ella? -dijo el poli con desdén.
– Le he dicho que no viniera -respondió Lou-. Pero no me ha hecho caso.
– Soy la mujer a quien Lenihan intentó matar -dijo Bennie-. Y si no le importa, quisiera saber por qué.
– Yo no sé por qué. -Llevaba un impermeable de nailon negro con el cuello levantado. El pantalón era también negro, al igual que sus zapatos-. ¿Alguno de ustedes lleva algo encima?
– Yo -dijo Lou, y el poli dio un paso hacia delante y le cacheó.
– Quiero saber si llevan un micrófono -dijo, y cuando hubo terminado, se volvió hacia Bennie-: Ya que está aquí, señora mía, no tendré más remedio que cachearla también.
Lou protestó:
– No hace falta, colega. Yo respondo por ella.
El poli negó con la cabeza, un único giro en la gorra de béisbol.
– Lo siento, no puedo arriesgarme.
– Vale -dijo Bennie, incómoda. Las manos del policía recorrieron rápidamente su cuerpo al tiempo que ella no dejaba de hablar. Bennie hacía lo mismo en la visita del ginecólogo-. ¿Qué sabe del asesinato de Anthony Della Porta?
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