Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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El juez Guthrie pegó un golpe de mazo en su pedestal.

«¡Crac!»

– ¡Silencio! ¡A puerta cerrada, ahora mismo, señorita Rosato! ¡Alguacil, sírvase despedir al jurado! Se admite la moción excepcional presentada por el Estado, señor Hilliard. Este coloquio no constará en acta.

– Que conste, de todas formas, mi protesta -dijo Bennie a la relatora, cuando la joven ya había apartado los dedos del teclado-. Quiero que conste en acta que el fiscal Dorsey Hilliard y su señoría, Harrison Guthrie, han interrumpido la declaración del señor Muñoz.

– ¡Señorita Rosato! -gritó el juez Guthrie, girando sobre su butaca de cuero-. ¡No se atreva a dar órdenes a la relatora del tribunal! Este tribunal levanta la sesión. ¡A puerta cerrada, abogados! ¡Alguacil, adelante!

22

El juez Guthrie estaba de pie tras la butaca de su despacho, con la negra toga desabrochada por arriba, mostrando el almidonado cuello blanco de su camisa. Sus arrugadas manos agarraban la parte superior de la butaca y a Bennie no le sorprendía que las puntas de los dedos dibujaran unas hendiduras en la untuosa piel color borgoña. El juicio había virado, escapando a su control, y el veredicto de culpabilidad que él mismo podía haber garantizado pendía de un hilo. No miró a Bennie cuando ésta habló y apenas conseguía hacer una exposición civilizada.

– Me ha sorprendido muchísimo su comportamiento de esta mañana, señorita Rosato -dijo-. Las acusaciones, las indirectas, ¡en plena sesión! -Miró de reojo a la relatora-. Sin embargo, mis impresiones personales no van a tener consecuencias en esta coyuntura. Tenemos que solucionar una cuestión legal de la mayor gravedad. Sírvase exponer su postura, señor Hilliard.

– La señorita Rosato está confundiendo y manipulando al jurado de forma intencionada, señoría. Ha aparecido esta mañana en la sala vestida de manera idéntica a su clienta, con un traje gris y zapatos grises, y tiene el mismo aspecto que su clienta. Su estratagema ha conseguido desconcertar a un testigo vital para los hechos. La señorita Rosato no puede continuar como abogada defensora, señoría. El Estado exige que se la excluya.

Bennie estuvo a punto de estallar.

– No existe base para…

– ¡Silencio, señorita Rosato! -le ordenó el juez Guthrie.

Hilliard se desplazó hacia delante en su asiento.

– El comportamiento de la señorita Rosato ha sido vergonzoso y poco ético. Debería sustituirla alguna de sus asociadas. Tal decisión no iría en detrimento de la acusada, pues las asociadas de la señorita Rosato han asistido todos los días a las sesiones.

El juez Guthrie miró a Bennie con gélida expresión.

– ¿Qué tiene que decir en su defensa, señorita Rosato?

– No había planificado vestirme como mi clienta hoy, señoría. No tenía idea de lo que iba a llevar ella. Si bien es cierto que me parezco a mi clienta, es inaudito excluirme de la defensa por el simple hecho de un parecido físico. No existe precedente que marque que un acusado que se enfrenta a la pena capital no pueda seguir con el abogado elegido porque éste se parezca a él.

La lisa calva de Hilliard giró de repente.

– No existe precedente porque nunca ha ocurrido. ¿Cuántas veces cree que un gemelo ha representado a su otro hermano gemelo en un proceso por asesinato?

– Dispense. -Bennie le interrumpió, dirigiéndose directamente al juez Guthrie-. Además, el tribunal debe recordar que yo intenté retirarme del caso tras la muerte de mi madre, en parte por las dificultades que me planteaba la representación de la señorita Connolly y este tribunal me denegó la petición.

El juez Guthrie se puso tenso.

– Este tribunal no preveía ni podía prever que usted trataría de explotar la situación con tanto descaro.

– Yo no he hecho eso, señoría. El fiscal ha pedido la identificación en la sala, y la declaración era la del señor Muñoz, testigo de la acusación. Yo he actuado simplemente en protección de la declaración y del testimonio del testigo, y era mi deber legal y ético discutir en este punto el error en la identificación. Ha quedado claro que el señor Muñoz no ha sido capaz de identificar de forma concluyente a mi clienta en la sala. El jurado deberá sopesar la declaración, como cualquier otra, y por tanto creo que deberíamos volver ahora mismo a la sala, e iniciar yo mi interrogatorio.

– ¿Cómo? -Hilliard estaba tan frustrado que golpeó la suave alfombra con sus muletas-. ¿Después del truco que acaba de representar? ¡Deberían acusarla de desacato al tribunal!

– No existe fundamento para el desacato -respondió enseguida Bennie-. No he desobedecido ningún fallo del juez.

El juez Guthrie levantó un dedo en señal de advertencia.

– No se precipite, señorita Rosato. -Hizo una pausa, suspirando-. El tribunal se encuentra entre la espada y la pared, abogados. La cuestión radica en adonde nos dirigimos a partir de aquí. Mi sentido de la ley me indica que la señorita Rosato puede seguir en la defensa independientemente de su parecido físico con su clienta. Los precedentes, escasos todo hay que decirlo, indican que si el tribunal fuera sua sponte, o hacia la moción oral del Estado, el hecho de pedirle la retirada en estas circunstancias, en este punto, podría constituir un error revocable y crear base suficiente para la apelación.

Hilliard se dirigió al juez.

– No obstante, seguir con la señorita Rosato va en detrimento del Estado. No podemos desviar a Muñoz ni tampoco pedir a los demás vecinos que afirmen haber visto a Connolly huir del lugar del crimen, porque el aspecto de la señorita Rosato les desconcertará. Esto elimina a mis testigos de la tarde.

Bennie se inclinó hacia delante.

– Si este testigo es incapaz de proceder a la identificación, los demás tampoco podrán hacerla, señoría. Suponiendo que todo lo que pueda afirmar esta gente es que vio a una mujer muy parecida a mí corriendo, no disponemos de pruebas de identificación que vayan más allá de la duda razonable.

– Reserve las conclusiones para el jurado -saltó Hilliard, pero Bennie hablaba para que constara.

– La acusación ya dispone de la identificación hecha por la señora Lambertsen, señoría. El resto de los testigos redundarán en lo mismo, y el Estado no sufrirá ningún perjuicio.

– ¡Eran testigos corroborantes! -exclamó Hilliard-. ¡A mí no me diga cómo debo llevar el caso!

El juez Guthrie dio la vuelta a la butaca y se sentó lentamente en ella, evitando la mirada de los dos abogados.

– Comprendo su frustración, señor fiscal, pero llegados a este punto no tenemos más opciones. Nos encontramos ante un dilema. La única alternativa sería declarar el proceso nulo por tener vicios de procedimiento, y este tribunal duda que el Estado haga tal petición.

– De ninguna forma -dijo Hilliard-. El Estado no puede correr el riesgo de hacer una apuesta tan arriesgada. Entonces no podríamos volver a juzgar a Connolly.

El juez Guthrie asintió lentamente, dirigiendo su mirada a uno y otro abogado, para centrarla luego en la ventana.

– Pues tendremos que seguir adelante después de comer. Se reanudará la sesión a la una y media.

– Gracias, señoría -dijo Hilliard, en un tono que rayaba lo sarcástico, al tiempo que se levantaba.

Bennie le siguió hacia la puerta sin mediar palabra con el juez Guthrie. El estado de ánimo de éste era el vivo reflejo del de Hilliard. Los dos habían caído en la trampa y le echaban la culpa a ella. De todas formas, la situación no satisfacía a Bennie. No había actuado para desconcertar a Muñoz, lo había hecho Connolly, y a ella no le interesaba engañar para vencer. Peor aún, la victoria que se había granjeado era sólo temporal, y las fuerzas que movían los hilos de la conspiración iban a redoblar sus esfuerzos.

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