Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– O sea que estaba sentado junto a la ventana la noche de autos. ¿La tenía abierta?

– No conozco otro sistema para que me entre el aire. -El jurado rió y Muñoz sonrió, jugando ya con ellos-. No le estoy tomando el pelo. En esta ciudad uno suda como un cerdo. Es peor que en el sur de Texas, lo que es mucho decir.

– Por favor, señor Muñoz… ¿Había cortina en la ventana? Y hágame el favor de dirigirse a mí cuando responda y de hacerlo con un sí o un no.

– Ya estoy respondiendo sí o no.

– No es cierto, señor Muñoz. Haga el favor de decir sí o no, ¿entendido?

Muñoz levantó una ceja.

– La pregunta era: ¿había cortina en la ventana?

– Pues claro que había cortina en la ventana. Por eso oí el ruido. Sonó como un petardo. Imaginé que habría unos críos fuera. Quiero decir los chavales que se preparaban para el cuatro de julio. -Volvió otra vez la cabeza hacia el jurado y una mujer mayor de la primera fila asintió, como si estuviera de acuerdo-. Ya sabe cómo son los chavales -insistió Muñoz.

Hilliard miró al juez:

– ¿Me hará el favor, señoría, de dar instrucciones al testigo para que responda a las preguntas de la forma indicada? Con ello el acta quedará mucho más clara.

El juez Guthrie inclinó la cabeza con decisión y se volvió hacia el testigo:

– Si no le importa, señor Muñoz, hágalo para el acta.

– Si usted lo dice, juez… -dijo Muñoz, fulminando a Hilliard con la mirada, lo que indicó a Bennie que el fiscal había cometido su primer, y probablemente único, error en el juicio. Acababa de convertir el interrogatorio directo en una lucha por el poder. Los miembros del jurado parecían incómodos en sus asientos, sin dejar de escuchar.

– ¿Sabe usted qué hora era cuando oyó el ruido al que se ha referido, señor Muñoz? Repito: míreme y responda con un sí o un no.

Muñoz clavó la vista en el fiscal.

– No.

– ¿No miró el reloj?

– No. ¿Lo hago bien, abogado?

– Perfecto, señor Muñoz -respondió Hilliard consultando sus notas-. Vamos a ver: en un momento dado miró por la ventana. ¿Sabe usted si tardó mucho en asomarse a ella después de haber oído el disparo?

– ¿Debo responder sí o no?

– Sí. Responda sí o no, por favor.

– Sí.

– ¿Cuánto tiempo pasó desde que oyó el ruido hasta que miró por la ventana?

– ¿Sí o no?

Hilliard suspiró de forma audible.

– Evidentemente, no.

– Vale, pero tiene que decirme cómo he de responder, si no, yo no lo sabré. No soy tan inteligente como usted, que conste.

Muñoz sonrió y lo mismo hicieron los miembros del jurado, pero Hilliard se agarró al estrado y se puso aún más rígido.

– ¿Cuánto tiempo transcurrió desde que oyó el ruido como de petardo hasta que se asomó a la ventana, señor Muñoz?

– Un rato.

– ¿Podría describirnos un poco mejor ese tiempo y no con el simple «un rato»?

– ¿Quiere que responda sí o no?

– ¡Sí, por favor!

– No.

Los miembros del jurado ahogaron unas sonrisas y Hilliard se pasó la mano por la desigualmente poblada cabeza. De haber tenido mucho pelo, habría tirado de él.

– Explique al jurado exactamente lo que vio al asomarse a la ventana, señor Muñoz.

– Ya le he dicho que vi a una señora corriendo. Le vi la cara y el pelo al pasar bajo mi ventana.

– ¿De forma que la vio usted bien?

– Protesto -dijo Bennie, medio levantándose-. El fiscal está testificando, señoría. El testigo no ha dicho que la hubiera visto bien. En realidad, el testigo ni siquiera ha dicho quién era «ella».

– Se admite. -El juez Guthrie miró por encima de sus gafas-. El tribunal entiende que está usted intentando clarificar el testimonio, señor Hilliard, pero le ruego que plantee las preguntas con cuidado.

– De acuerdo, señoría. -Hilliard se cuadró frente al testigo en el estrado-: Señor Muñoz, para clarificar su testimonio, ¿identificaría usted a la mujer que vio corriendo bajo su ventana?

– ¿Identificar? ¿Qué significa eso?

– Señalarla aquí en la sala -dijo enseguida Hilliard.

Muñoz ya estaba forzando la vista hacia Bennie y Connolly. Levantó su fornido brazo y el regordete dedo señaló hacia la mesa de la defensa, aunque con un blanco impreciso.

– Vi a una de ellas, no sé a cuál -dijo-. Parecen gemelas.

Bennie se irguió de repente en la silla, intuyendo lo que iba a suceder una fracción de segundo antes de que ocurriera. Muñoz no podía identificar a Connolly al tener las dos un aspecto tan parecido y vestir igual.

– Está usted señalando a la acusada y no a su abogada, ¿correcto, señor Muñoz?

– ¡Protesto! -dijo Bennie, ya de pie-. Es algo que ni ha hecho ni dicho el testigo, señoría. El señor Muñoz ha declarado que no podía identificar a la acusada como la mujer que vio corriendo aquella noche.

– ¡Por el amor de Dios, señoría! -exclamó casi a gritos Hilliard desde el estrado-. El testigo ha señalado directamente a la acusada.

Bennie se acercó al juez.

– El señor Muñoz ha señalado un punto intermedio entre mi clienta y yo, señoría. Ha dicho que no podía identificar a la acusada.

«¡Pam! ¡Pam!», el juez Guthrie golpeó con el mazo, con la frente arrugada en una expresión de inquietud.

– Orden, por favor. Los letrados, por favor, y también la tribuna. Este tribunal ya les ha amonestado antes. ¡Deben mantener el orden! -El juez Guthrie hizo girar la butaca de cuero de alto respaldo para mirar de frente al testigo-: Permítame clarificar el testimonio, señor Muñoz. ¿Ha identificado usted, y con ello me refiero a señalar, a la acusada?

– No sé cuál es la acusada. He señalado a estas señoras. Parecen idénticas. De todos modos, la que yo vi era pelirroja. Esas dos no lo son.

– Pido que no conste la respuesta como irresponsable y perjudicial -gritó Hilliard y Bennie no pudo reprimirse.

– Ésa no es base para eliminar una respuesta, señoría. La declaración del testigo ha quedado clara y él mismo acaba de confirmarla. Lo que ocurre es que el señor Hilliard no ha obtenido la respuesta que esperaba.

Muñoz movió la cabeza de arriba abajo.

– ¡Ella tiene razón! No le gusta mi respuesta y me dice que me equivoco. Yo sé lo que me digo, juez. Sé lo que vi. Vi a una pelirroja.

– Se lo ruego, señoría -exclamó Hilliard, agarrando las muletas y colocándoselas bajo los codos-. Permítame que rebobine la cinta. ¿Recuerda usted, señor Muñoz, que la policía le mostró una serie de fotos y que usted eligió la de la acusada?

– ¡Protesto, señoría! -dijo Bennie, pero el juez Guthrie le ordenó silencio con un gesto.

– No se admite.

Muñoz parecía desconcertado.

– ¿Qué foto?

Hilliard arrancó un objeto expuesto en el estrado, se acercó con él al testigo y se lo mostró.

– Que conste en acta que presento al señor Muñoz la prueba veintiuno de la acusación, una selección de fotos. Vamos a ver, señor Muñoz, ¿ha visto antes estas fotos?

– Sí.

– Y cuando se las enseñaron, ¿no es cierto que eligió usted la foto de en medio, a la izquierda, diciendo que era la de la mujer a quien vio correr bajo su ventana?

– ¿Y qué? -Muñoz apartó la selección y Bennie pensó que ni ella misma lo habría hecho mejor-. Usted me ha. preguntado quién era la señora que vi por la ventana. Me ha dicho que respondiera sí o no. Ha dicho que señalara a la señora en la sala. No puedo hacer eso y jurar ante Dios. Si no le gusta mi respuesta, es su pro…

– Señoría -le interrumpió Hilliard-, ¿podríamos continuar esta discusión a puerta cerrada?

– Protesto, señoría. -Bennie se plantó como si estuviera echando raíces-. El fiscal ha interrumpido la respuesta del testigo. El señor Muñoz estaba respondiendo.

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