Lisa Scottoline - Falsa identidad
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La señora Lambertsen soltó una risita.
– Molly no hace nada sin protestar. Es muy terca.
Los miembros del jurado rieron también, disfrutando con aquellos detalles sobre el bebé, que Bennie consideraba como una distracción y un rodeo aparentes.
– ¿Lloró Molly en la sillita?
– Un poco, pataleando. Estaba agitada, ya me entiende usted. Durante aquella época estaba muy pegada a mí. Ni siquiera quería que saliera de la habitación. Se ponía a llorar y a patalear.
– ¿De forma que la tuvo que calmar antes de ir hacia la puerta?
– Sí.
– ¿Cómo la calmó?
– Le di el chupete y la acaricié un poco. Le alisé el pelo y cosas de ésas.
– ¿Se calmó entonces?
– No. Creo que también le di un juguete. Por aquellos días su preferido era un pato de goma. Le di el pato.
El juez Guthrie esbozó una amable sonrisa desde el estrado.
– Es usted una excelente madre, señora Lambertsen -dijo, y la testigo se sonrojó ante el elogio.
– Estoy totalmente de acuerdo -dijo Bennie. Intentó no pensar en su propia madre-. Vamos a ver, señora Lambertsen, ¿antes de acercarse a la puerta, instaló a Molly en su silla, le ajustó la correa, le dio el patito, un chupete, la acarició, le alisó el pelo, es eso?
– Sí.
– ¿Dónde tenía el patito de goma, por cierto?
– En un cubo de plástico en el mostrador de la cocina.
– ¿Contenía el cubo otros juguetes, señora Lambertsen?
– En mi casa hay juguetes por todas partes. Nuestro decorador es Fisher-Price -respondió ella, y el jurado rió de nuevo.
– ¿O sea que tuvo que rebuscar en el cubo para encontrar el patito de goma?
– Exactamente.
– ¿Cuánto tiempo diría que le llevaron todas esas cosas que hace una buena madre, es decir, colocar a Molly en su sillita, sujetarle la correa, buscar su patito, darle el chupete, acariciarla y alisarle el pelo?
– ¿Cuánto tiempo? Pues… tal vez cinco minutos, puede que más.
Bennie pensó que la testigo se quedaba corta en el cálculo, aunque sin mala intención.
– ¿Mucho más? ¿Unos diez minutos?
– Puede que sí, aunque tal vez fueran siete.
Bennie estaba avanzando. Entre siete y diez minutos era tiempo suficiente para que el asesino huyera y llegara Connolly. Un poco justo, de todas formas.
– ¿Y lo hizo todo antes de ir hacia la puerta?
– Pues… sí.
La señora Lambertsen dirigió una mirada de pesar a Hilliard, quien tomaba notas en su mesa.
– Después de darle el patito a Molly, señora Lambertsen, ¿cubrió los seis metros que la separaban de la puerta caminando o corriendo?
– Caminando.
Bennie reflexionó sobre la escena. Le resultaba difícil pensar con lo que le dolía la mandíbula. Tenía que haber tomado más Advil.
– Un momento. Ha dicho usted que tenía la silla de Molly sobre el mostrador. ¿Podía ver a la niña desde la puerta?
– No.
– ¿De modo que tuvo que dejar a Molly sin controlarla con la vista, en el mostrador, para ir hasta la puerta?
– Sí.
– ¿Y ella lloraba y pataleaba en su silla?
– Sí.
Bennie vio por el rabillo del ojo que la joven madre de la primera fila arrugaba un poquitín la frente. Aquello le dio una pista. Se acercó a la testigo y pasó a un punto que ni siquiera ella sabía adónde la conduciría.
– Cuando dejó usted a Molly en el mostrador para ir hacia la puerta, señora Lambertsen, y la niña pataleaba y no paraba, ¿no tenía miedo de que se cayera del mostrador?
– ¡Protesto! -exclamó Hilliard, con voz retumbante desde la mesa de la acusación. Aquel sonido surtió el efecto deseado: interrumpir las buenas vibraciones que había estado alimentando Bennie-. ¿Qué importancia pueden tener estos detalles?
Bennie miró al juez.
– Estoy llevando a cabo la correcta investigación de los hechos acaecidos durante la noche de autos, señoría.
El juez Guthrie se apoyó en el respaldo y se tocó los dientes con la varilla de las gafas.
– Denegada.
Bennie se volvió hacia la testigo:
– ¿Estaba inquieta por Molly al dejarla sobre el mostrador para ir hacia la puerta, señora Lambertsen?
– Sí, estaba inquieta. Tenía que haber dejado la silla en el suelo pero no lo hice. Con el disparo y tal, estaba atolondrada. Como si sucedieran dos cosas a la vez. -La testigo se calló un momento, reflexionando-. Pensándolo bien, a medio camino volví hacia atrás a echarle un vistazo.
Bennie asintió. Le había dado un respiro.
– Si tenemos en cuenta esa circunstancia, ¿cuánto cree que tardó para llegar hasta la puerta? ¿Entre tres y cinco minutos?
– Sí, probablemente.
– O sea que tendríamos que añadir entre tres y cinco minutos al tiempo en que vio a Alice Connolly pasar corriendo.
– Sí.
– ¿Y no nos llevaría eso a un total de entre diez y doce minutos desde que oyó el disparo, llegó a la puerta y vio a Alice Connolly?
– Pues sí.
Bennie hizo una pausa, satisfecha, y luego repasó la declaración de Lambertsen. Siempre la sorprendía que la información que le ofrecían los testigos durante la declaración añadiera trascendencia al contexto.
– Ha dicho antes, señora Lambertsen, que Molly necesitaba echar una siesta. ¿Cuándo la había echado aquel día por última vez?
– Protesto, señoría. -Hilliard se medio levantó del asiento-. Es un tipo de interrogatorio completamente irrelevante y mueve al testigo a hacer conjeturas.
– La pertinencia de las preguntas quedará del todo clara, señoría -dijo Bennie con firmeza-, y no creo que la señora Lambertsen esté haciendo conjeturas. Es una persona que presta mucha atención a su hija, como usted mismo ha comentado.
El juez Guthrie frunció el ceño.
– Sírvase no hacer conjeturas ni suposiciones en sus respuestas, señora Lambertsen. Si no recuerda algo, dígalo con toda libertad.
– Gracias, señoría -dijo la señora Lambertsen-. Conozco bien los horarios de Molly. Los seguía aun siendo tan pequeña.
Hilliard se dejó caer sobre su asiento mientras Bennie rezaba para sus adentros, agradecida.
– Lo que le preguntaba, señora Lambertsen, era cuándo había dormido por última vez aquel día Molly.
– Había estado despierta desde la siesta matinal. Se despertó hacia las seis de la mañana y luego volvió a dormirse. Por aquella época se despertaba hacia las diez y media. Ni siquiera hacía la siesta por la tarde, y cuando lo conseguía, nunca más de una hora.
– ¿De modo que el diecinueve de mayo estuvo despierta desde las diez y media de la mañana hasta que se acostó por la noche?
– Eso es.
– Vamos a retroceder un poco, al día antes del diecinueve de mayo. Ha dicho usted que entonces Molly tenía dos meses. ¿Qué horarios seguía entonces, si es que lo recuerda?
Hilliard soltó un sonoro suspiro, pero reprimió la protesta. El malhumorado sonido ya había provocado la interrupción deseada.
– ¡Madre mía! Aquello era un auténtico infierno -dijo la señora Lambertsen, poniendo los ojos en blanco-. Armaba un gran alboroto a última hora del día, cuando estaba demasiado cansada para seguir despierta. Se dormía hacia las nueve y volvía a despertarse a medianoche. Veíamos juntas a Jay Leño.
– ¿Recuerda usted si Molly volvió a dormirse enseguida después del programa de Jay Leño la noche del dieciocho de mayo?
– No volvió a dormirse. Las dos estuvimos despiertas toda la noche.
A Bennie le costaba imaginárselo. Pensó en la dedicación de su madre y la aflicción se apoderó de repente de ella. Se calló un momento, esperando que el jurado atribuyera la expresión a la reflexión de la próxima pregunta.
– ¿Había dormido usted la siesta aquel día, el diecinueve de mayo, señora Lambertsen?
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