Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– Busco a Ed Vega.
– Acaba de salir, pero no creo que tarde.
– ¡Mala suerte! -exclamó Lou-. Le esperaré. Habíamos quedado para comer.
– ¿No será usted periodista? -dijo la joven, entornando un poco los ojos.
Lou se echó a reír.
– ¡Qué dice! Yo… era poli.
17
El testigo, el doctor Liam Pettis, era calvo, aunque lucía un encrespado mechón de pelo plateado sobre las orejas, y su sonrisa ponía de relieve las suaves y tenas mandíbulas. Llevaba un traje de lino a rayas azul celestes que se ajustaba a su rechoncho cuerpo como si lo hubiera llevado muchos años. Como respuesta a las preguntas de Dorsey Hilliard, el doctor Pettis recitó una interminable lista de credenciales -títulos, publicaciones y galardones-, pero curiosamente pareció sorprendido cuando el juez Guthrie le calificó de experto.
– Además de ser profesor y doctor en medicina, doctor Pettis -siguió Hilliard-, ¿es usted también experto en análisis de manchas de sangre?
– En efecto.
– Explíquenos brevemente qué significa el análisis de las manchas de sangre, con terminología de profano, si es posible.
– El análisis de las manchas de sangre, o de las pautas que presenta una mancha de sangre, implica que cuando las fuerzas actúan sobre esta materia, ella misma se deposita formando unos elementos en el escenario del delito o en la ropa del autor del mismo, que siguen unas pautas determinadas. Comprendiendo dichas pautas obtenemos mucha información sobre la forma en que se cometió el asesinato.
Bennie echó una ojeada a la tribuna. Los dibujantes se encontraban atareados con sus bosquejos y los periodistas tomaban notas rápidamente. Mike e Ike seguían en su sitio y, tras ellos, se acurrucaban los DiNunzio. La madre de Mary fijó su vista en ella, y Bennie se preguntó quién mostraba una actitud más protectora: los guardaespaldas o los padres italianos. Sin embargo, no la ofendía la actitud de aquella madre, pues le recordaba cómo habría sido la suya, caso de haber disfrutado de salud.
– ¿Podría describir al jurado el tipo de herida que sufrió el inspector Della Porta en relación con las pautas de las manchas de sangre que ha examinado usted, doctor Pettis? -preguntó Hilliard.
– Evidentemente. En este caso se trata de un arma del calibre veintidós, disparada contra la parte inferior de la frente del finado. En este punto. -El doctor Pettis señaló con un velludo dedo la parte central de su frente-. Se desgarró la piel situada sobre el hueso, el cráneo quedó perforado y la sangre y el líquido de la bóveda craneal salió a borbotones. La bala se alojó en la parte trasera del cráneo e hizo un pequeño agujero en la frente. La perforación era casi redonda, lo que sugiere que el arma fue disparada a quemarropa contra la víctima. Centrándonos en las pautas de las manchas de sangre halladas en las paredes y los muebles del piso, que he examinado a través de las pruebas fotográficas, podría decir que el arma fue disparada a una distancia de entre noventa centímetros y un metro.
Hilliard se acercó a la mesa de las pruebas y cogió una bolsa de plástico que contenía una camiseta ensangrentada.
– ¿Ha tenido usted ocasión, doctor Pettis, de examinar la sangre de la camiseta que constituye la prueba 13 del Estado, la cual hemos admitido como objeto testimonial?
– Sí, la he examinado.
Hilliard, apoyándose en una sola muleta, sacó la camiseta de la bolsa y se acercó al estrado llevándola colgando de la mano como un ensangrentado estandarte de guerra.
– Las manchas que presenta la camiseta son lo que usted denomina pautas de sangre, ¿correcto?
– Efectivamente. Una pauta típica en una mancha de sangre. Además, he realizado una serie de análisis de esta sangre. La analítica convencional de cara a determinar el tipo, etcétera, así como la prueba del ADN. La prueba RCP. Podría entrar en detalles, si lo desean, sobre dicho proceso.
Hilliard movió su reluciente cabeza.
– No será necesario -respondió, echando una ojeada al jurado-. La prueba del RCP está aceptada en el campo científico como algo fidedigno y válido, ¿no es así, doctor Pettis?
– Por supuesto. Se utiliza en todo el país para la investigación en plantas y animales. En el contexto de la biología humana, puede servir para determinar la paternidad y la determinación de gemelos.
Bennie se sonrojó al instante, pensando en la prueba del ADN que se habían hecho ella y Connolly. Con todo lo ocurrido en el ínterin, había olvidado por completo lo de la prueba. ¿Cuándo recibiría los resultados? Se fijó en que un miembro del jurado, el realizador de vídeo con perilla, la miraba.
– ¿Ha analizado usted, doctor Pettis, la sangre de la camiseta, comparándola a efectos de la identificación con una prueba de sangre del inspector Della Porta que le proporcionó el Estado a usted?
– En efecto -dijo el doctor Pettis, asintiendo.
– ¿Y en su experta opinión, afirmaría hasta cierto punto de certeza médica que la sangre de esta camiseta perteneció al inspector Della Porta?
– Ciertamente.
– Muchas gracias. No haré más preguntas al testigo, señoría -dijo Hilliard, cogiendo la camiseta y dejándola sobre la mesa de las pruebas con la parte ensangrentada hacia arriba, ante el jurado.
Todos permanecieron en silencio observando las manchas. Incluso Bennie imaginó la sangre brotando de la frente de Della Porta y luego la de Lenihan saliendo a chorro del cuello. La sangre de Valencia Mendoza. Después, la suya y la de Connolly observadas a través de los microscopios de tamaño celular.
– ¿Desea usted interrogarle, señorita Rosato? -preguntó el juez Guthrie, y Bennie se levantó sin mirar a su clienta.
18
– ¡Pero si aquí tenemos a Vega júnior! -exclamó Lou cuando vio al hijo de Carlos Vega entrar corriendo por la puerta de la comisaría.
– Siento haberme retrasado -dijo el joven policía.
Se secó la mano, que chorreaba. Tras él fueron llegando otros agentes de uniforme, charlando y quitándose los impermeables al entrar. A Lou todos le parecían crios, pues ninguno de ellos era tan corpulento como el hijo de Carlos. Éste, metiéndose la gorra bajo el brazo, le tendió la mano.
– Soy Ed Vega. Encantado de conocerlo, señor Jacobs.
– ¿Qué es eso de señor Jacobs? -saltó Lou. Estrechó la mano del muchacho, reteniéndosela un momento, mientras contemplaba admirado aquel ancho y serio rostro. El hijo de Carlos tenía el pelo oscuro, llevaba un pequeño bigote, y sus atractivos ojos eran idénticos a los de su padre a los veintitrés años-. Llámame Lou, ¿vale? Tu padre sí que tiene que llamarme ahora señor Jacobs.
Vega se echó a reír.
– De acuerdo, Lou. Siento llegar tarde. ¿Es cierto eso de que me invitas a comer?
– Depende del hambre que tengas.
– Sería capaz de comerme un buey -dijo el muchacho y Lou le miró fijamente.
– Pero habrá que beber agua. Yo estoy jubilado.
– Trato hecho.
Se dispusieron a salir pero en la puerta les detuvo un alud de agentes que entraba a toda prisa huyendo de la lluvia. Lou contó ocho, entre los que había un par de groseros, que juraban más que los mayores.
– Una nueva hornada de gente valiente, ¿verdad? -comentó Lou, sin entrar en detalles, mientras un agente mayor y más alto subía a toda velocidad los peldaños.
– ¡Eh, Lou! -dijo Ed, cogiendo al agente mayor del brazo-. ¿Te presento a alguien mayor que tú? Éste es Joe Citrone, mi compañero, Lou. Es Lou Jacobs, Joe, un amigo de mi padre.
– ¡Hola! -respondió Citrone, con un movimiento de cabeza que indicaba que no tenía tiempo que perder.
Intentó seguir su camino, pero el bullicioso grupo le impidió el paso.
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