Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– No había pegado ojo desde la mañana. Siempre echaba la siesta cuando lo hacía Molly, de lo contrario no habría resistido aquel primer año. Me lo aconsejó alguien del grupo de actividades educativas y lo encontré muy acertado.

– ¿O sea que la noche anterior a la del diecinueve de mayo había dormido usted sólo tres horas?

– Sí.

Bennie pensó en cómo se sentía ella tras una semana de dormir mal.

– ¿Le afecta en la concentración la falta de sueño?

– Por supuesto. Soy de esas personas que necesitan dormir mucho, nueve horas todos los días. Una vez llevé a Molly al médico, pues tenía una infección de oído, y luego no me acordaba si él me había dicho que le pusiera las gotas en los oídos o las disolviera para que las tomara. Otro día compré pañales y me los dejé en la caja del supermercado.

Los miembros del jurado sonrieron y Bennie esperó un momento antes de formular la siguiente pregunta.

– ¿Le ha ocurrido alguna vez pensar que está leyendo algo y no enterarse de ello? -preguntó.

– ¡Protesto! -dijo Hilliard, levantándose y cogiendo las muletas. Sabía por dónde iba Bennie, que había terminado con el tema de la niña. Hizo deslizar sus fornidos antebrazos por los asideros de aluminio de las muletas-. La pregunta exige una conjetura y es imprecisa. Considero que el interrogatorio no viene al caso y constituye una pérdida de tiempo para el tribunal.

La objeción cogió al juez Guthrie limpiándose las gafas.

– Yo no lo considero así, señor Hilliard -dictaminó, y Hilliard se dejó caer pesadamente sobre el asiento.

Bennie miró al juez, agradecida. Aunque el día anterior hubiera denegado sus protestas, en aquellos momentos jugaba limpio. Lástima que para conseguir su atención hubiera tenido que estar al borde de la muerte.

– Puede responder a mi pregunta, señora Lambertsen -dijo.

– Creo recordar que leía una y otra vez las instrucciones de un frasco. En voz alta, incluso.

– Reflexionando otra vez sobre la noche del diecinueve de mayo, recuerde que intenta calmar a Molly, usted trabaja habiendo dormido sólo tres horas y oye un disparo. Corre hacia la puerta, vuelve y mira al reloj. ¿Cómo puede asegurar que vio bien la hora?

Lambertsen volvió la vista, reflexionando, al parecer.

– Creo que sí la vi.

– ¿Está usted segura de que su percepción era la correcta aquella noche, aun cuando trabajaba habiendo dormido sólo tres horas?

– Sí, lo estoy.

Bennie se metió las manos en los bolsillos. Tal vez le exigía demasiado pero no podía evitarlo. Quería saber lo ocurrido aquella noche.

– Pero no fueron tan correctas sus otras percepciones aquella noche, ¿verdad, señora Lambertsen?

– ¿A qué se refiere? -preguntó la testigo pensativamente.

Bennie notó que los rostros de los miembros del jurado se volvían hacia ella. Era consciente de que si conseguía seguir adelante cambiarían de bando. Notaba como una especie de resaca que tiraba de sus tobillos amenazándola si no seguía nadando a fondo.

– Bueno, señora Lambertsen, cuando se asomó por la puerta no distinguió qué blusa llevaba Alice Connolly, ¿verdad?

– Pues… no.

– ¿Y tampoco se fijó en si llevaba vaqueros o pantalón corto?

– Pues… no -respondió ella con el temblor de la duda en su tono.

Bennie sintió que la ola cedía. La señora Lambertsen era una persona inteligente y razonable, capaz de echarse atrás para testificar verazmente. Por la experiencia que tenía Bennie, sabía que ésos eran los peores testigos.

– ¿No es posible, pues, señora Lambertsen, que, teniendo en cuenta que estaba usted muy cansada, además de todo lo que ocurría, que no esté segura del todo de la hora que marcaba el reloj cuando lo miró? Los documentos policiales nos muestran que no llamó al 911 hasta las ocho y siete minutos.

La señora Lambertsen se enderezó en su asiento. Bennie contuvo el aliento, y Hilliard, su protesta. El juez Guthrie estiró el cuello para consultar sus notas al alargarse el silencio. Todo el jurado se concentró en la joven madre, a la espera de su respuesta.

Finalmente, la señora Lambertsen dijo:

– Creo que no puedo estar del todo segura de si vi que el reloj marcaba las ocho.

El cuerpo de Bennie se combó con el alivio de la tensión.

– No haré más preguntas -dijo y volvió a su asiento en la mesa de la defensa.

– Tengo que intervenir de nuevo, señoría -dijo Hilliard levantando un dedo, pero Bennie se relajó en el asiento.

Sabía que no conseguiría borrar la declaración de Lambertsen.

Connolly se movió hacia Bennie y le dio unos golpecitos en la manga.

– Vamos bien, letrada. Pocos abogados son capaces de matar a un poli y dar una patada en el culo al tribunal al día siguiente.

A Bennie se le encendió el rostro de vergüenza. Se volvió, dolida, pero Connolly ya estaba mirando a otra parte, dibujando una sonrisa en las comisuras de los labios.

16

Estaban en el descanso del almuerzo y Bennie se encontraba frente a Connolly en la sala de comunicaciones de los juzgados. Aquélla estaba tan enfurecida que ni siquiera notaba el dolor físico.

– ¿Cómo sabía lo de Lenihan? -preguntó.

– ¿Cómo no iba a saberlo?

– De entrada, está usted presa.

– Algo que no me ha detenido nunca. ¿Impresionada?

Bennie cruzó los brazos.

– ¿Con quién tiene contacto en el exterior? ¿Con Bullock?

– Tranquila. -Connolly se apoyó en el asiento sonriendo. Sus muñecas esposadas se apoyaban en el regazo, algo que chocaba con el traje y el collar de perlas-. Uno de los guardianes me ha enseñado el periódico. Ya te había dicho que la poli estaba detrás de esto. Lenihan, McShea, Reston, todos van a por mí. A ver, ¿consideras que estoy diciendo la verdad?

– Sobre ellos, sí.

– Sabes, pues, que soy inocente.

– No mató usted a Della Porta, vamos a dejarlo así. ¿Conocía a Lenihan o no?

– No, ya te lo dije.

– ¿Nunca oyó que nadie lo mencionara? Anoche estuvo a punto de matarme. ¿Qué relación tenía con usted, o con ellos?

– Ni idea.

Bennie estaba cada vez más decidida.

– El juez quiere inhabilitarme para el caso. ¿Sabe por qué?

– Para condenarme a mí injustamente.

– ¿Por qué? ¿Qué relación tiene con esta confabulación?

– No sé cuál es, ya te lo he dicho.

– ¿Y qué me dice de Hilliard, el fiscal del distrito? ¿Qué ocurre con él?

– He dicho que no conozco estas relaciones.

– ¿No sabe nada que pueda ayudarnos?

– ¿Ayudarnos? Me conmueves.

– Me refiero a mí y a mis asociadas.

Connolly se echó a reír.

– No puedo ayudarte, guapa. Es tu numerito.

– Se acabaron los numeritos. Nos vemos en la sala.

Bennie abrió la puerta y salió. Pero el gesto le costó más de lo que había imaginado.

Tras dejar a Connolly desilusionada, se fue hacia la sala de reuniones de los juzgados, donde DiNunzio y Carrier estaban acabando de comer, sentadas en las mismas sillas que en el último descanso, como una familia alrededor de la mesa. Mary tomaba su habitual ensalada griega, y ante Judy descansaba la punta de un inmenso bocadillo envuelto en papel encerado. Aquella imagen casi fue un sedante para Bennie.

– Te hemos traído sopa de pollo -dijo Judy, deslizando hacia el otro lado de la mesa un recipiente de plástico. Le brillaban los ojos, llevaba el pelo reluciente y todo su cuerpo vibraba de energía bajo el holgado vestido azul marino-. Mary ha dicho que te sentaría bien, que era el remedio ideal.

– Me encuentro perfectamente.

– Nadie puede encontrarse perfectamente después de una noche como la de ayer.

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