Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– La bolsa de plástico estaba en su mano cuando la acusada se metió en el callejón y ya no la llevaba cuando la detuvimos.
– ¿Cuándo volvió a ver la bolsa, agente McShea? -preguntó Hilliard.
– Detuvimos a la acusada, la encerramos en el coche patrulla y nos fuimos a buscar la bolsa de plástico. Los dos habíamos visto que la llevaba al meterse en el callejón y que había salido de él sin ella, por lo que estábamos casi seguros de dónde podíamos encontrarla. Soy más listo de lo que parece.
Hilliard sonrió, inclinándose ante la tarima del testigo, y se acercó tanto a él que daba la impresión que quería sentarse en su asiento. El gesto no tenía nada que ver con su impedimento físico, más bien respondía a su actitud de adopción de las afirmaciones del policía, que a Bennie se le antojó una danza de sumisión.
– Exponga al jurado el resultado de su investigación, agente McShea-dijo.
– El agente Reston y yo registramos el callejón desde media manzana hasta el extremo oeste. Allí encontramos un contenedor, de una obra de enfrente. Buscamos en él y encontramos una bolsa de plástico blanca, como la que habíamos visto que llevaba en la mano la acusada.
– ¿Encontraron algo en el interior de la bolsa?
– En efecto. Una camiseta gruesa gris, de mujer, manchada de sangre, aún húmeda y caliente.
Hilliard cogió una bolsa blanca etiquetada de la mesa de las pruebas y la presentó. Bennie observó cómo el jurado estiraba el cuello para ver mejor las listas oscuras de la arrugada pieza, que sólo podían ser de sangre.
– Estoy presentando las pruebas C-12 y C-13, agente McShea. ¿Corresponden a la bolsa blanca y a la camiseta que encontraron ustedes?
El policía estiró el brazo, cogió la bolsa y la examinó, dándole la vuelta.
– Efectivamente.
– Ha declarado usted, agente McShea, que encontró la camiseta, la prueba C-13, en el contenedor del callejón. ¿El contenedor estaba lleno o vacío?
– Bastante lleno. Muchos escombros, tablas, restos, de todo.
– ¿Tuvo que rebuscar mucho entre los desechos para encontrar esta camiseta?
– No. Estaba encima de los otros desperdicios.
– ¿Escondida allí?
– Ni muchísimo menos.
Bennie miró al jurado. Todos sus miembros estaban absortos. La declaración de McShea se entendía perfectamente, resultaba claramente incriminatoria y del todo falsa. Tendría que andarse con píes de plomo.
– Por cierto, agente McShea -dijo Hilliard-, ¿encontraron usted o su compañero el arma homicida en el callejón?
– No, no la encontramos. Que yo sepa, no se ha recuperado el arma homicida.
– Comprendo. -Hilliard hizo una pausa-. ¿Y entonces usted y su compañero se llevaron a la acusada a la Roundhouse, a la Jefatura de policía en el coche patrulla?
– Sí, eso hicimos.
– Cuando llevaron a la acusada a la Roundhouse, ¿estaba ella visiblemente alterada o lloraba por la muerte de su amante, el inspector Della Porta?
– Protesto, señoría -dijo Bennie-. ¿Se refiere el señor Hilliard a algún otro detalle aparte de los que ya ha citado el testigo? Las personas demuestran su aflicción de formas muy distintas.
De pronto le vino la imagen mental de su madre.
– Formule de nuevo la pregunta -dijo el juez Guthrie, apoyándose de nuevo en el respaldo.
Se arregló la toga, recogiendo los pliegues por los pespuntes que la rodeaban como en un bordado.
– ¿Lloraba la acusada mientras la llevaban a la Roundhouse, agente McShea? -preguntó Hilliard.
– No, pero sí lo hicimos algunos de nosotros -respondió McShea, con cierto deje de amargura.
Bennie comprendió al instante que estaba recordando al jurado que se trataba de un compañero caído. Tenía que encontrar la forma de comunicarles lo que su héroe escondía bajo el suelo.
– No haré más preguntas. Su testigo, señorita Rosato -dijo Hilliard en tono grave-. Muchas gracias.
Hilliard recogió sus papeles en el estrado mientras Bennie abandonaba la mesa, se abrochaba la chaqueta e intentaba quitarse de la cabeza la imagen de su madre. Pretendía demostrar al jurado algo que cualquier adulto tenía que saber. Que Papá Noel no existía.
5
Bennie tardó un segundo en formular su primera pregunta. Llevaba suficientes casos sobre sus espaldas para saber que una parte del jurado había decidido ya que representaba a una desalmada asesina de un policía y que iban a mirarla con el mismo odio que sentían por su dienta. Sin embargo, muchos de ellos se reservarían la opinión. Se fijó en que algunos observaban con expresión intrigada la ropa parecida que vestían ella y Connolly, así como sus idénticos peinados. Se sentía muy mal con la trama que había ideado y sólo se le ocurría que ojalá pudiera cambiar allí mismo de piel como una serpiente normal y corriente.
– ¿Cuál es su distrito, agente McShea? -empezó, acercándose al estrado.
– El Veinte.
Bennie no utilizó el plano de la ciudad que había confeccionado para no disminuir el ritmo del interrogatorio.
– Vamos a ver, para simplificar las cosas, ¿sus rondas se limitan al sector occidental de la ciudad?
– Efectivamente.
– ¿Es cierto que el piso del inspector Della Porta está situado en otro distrito, en el Undécimo?
– Sí.
– El Undécimo se encuentra en el otro lado de la ciudad con respecto al Veinte, ¿no es así?
– Sí.
McShea se mostraba impertérrito: Bennie dio la vuelta al es-trado hasta situarse frente al micrófono. La tribuna no la oiría bien, pero ella no actuaba de cara al público.
– ¿Usted y su compañero fueron el primer coche patrulla que respondió al asesinato de Della Porta, agente McShea?
– Sí.
– ¿Verdad que no respondieron a una llamada hecha por radio?
– No.
– No pudieron hacerlo porque la primera llamada llegó al 911 más tarde, ¿verdad?
– Si usted lo dice… De acuerdo.
– Y ustedes estaban de servicio aquella noche, ¿o no?
McShea ladeó la cabeza.
– Estábamos de servicio.
– Ha declarado usted que se encontraban por casualidad en el barrio del inspector Della Porta. Si estaban de servicio, ¿por qué se encontraban fuera de su distrito?
– Pues, ejem, íbamos a cenar.
McShea puso una expresión sinceramente avergonzada.
– ¿Salieron de su distrito para cenar? ¿Dónde?
– En Pat's, una hamburguesería, a tomar un pepito de ternera con queso para ser más exacto.
El jurado asintió sonriendo. Todos los habitantes de Filadelfia iban a buscar un pepito de ternera con queso a Pat's. Era un detalle que por un lado despertaba la simpatía de la concurrencia al tocar un tema tan de la ciudad y por otro resultaba imposible de verificar, aparte de que algo tan humano siempre parecía más creíble. Bennie estaba de acuerdo con McShea: era más listo de lo que parecía.
– ¿De modo que aquella noche fueron a Pat's a por un pepito con queso?
– Sí.
– ¿Cuánto tiempo diría que se tarda en ir de su distrito hasta Pat's, a la calle Décima?
– Probablemente media hora, si no se coge por South Street. Ya sabe lo que dicen… Que es el lugar de encuentro de los hippies -comentó McShea en son de broma, y el jurado volvió a reírle la gracia.
Bennie era consciente de que estaba actuando como una aguafiestas, pero no le veía la gracia por ninguna parte.
– Vamos a echar cuentas, agente McShea. Si es cierto que se tarda media hora en llegar a Pat's desde su punto de ronda habitual, se tardará también media hora en volver, ¿verdad?
– Exacto.
– Hasta aquí, una hora. Prosigamos: ¿comieron el pepito con queso en el establecimiento, en una de las mesas exteriores, o se lo llevaron para comérselo ya en su distrito?
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