Lisa Scottoline - Falsa identidad
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Aquel día, no.
2
Bennie hizo deslizar las manos en los bolsillos de la falda y se mantuvo un momento en silencio, con la cabeza baja, intentando poner en orden sus ideas. Pensó en su madre y en Connolly. Seguidamente en el TransAm negro, al que buscaba con la mirada en cada desplazamiento, y en las reclusas muertas. El fenómeno más raro que podía darse en una sala era que un letrado guardara silencio, por ello Bennie, más que oír sintió la gran quietud de la estancia y la espera del jurado, con los ojos fijos en ella. Levantó la vista, clarificó su mente e hizo algo más sorprendente: decidió contárselo todo, y toda la verdad.
– Mi nombre es Bennie Rosato y represento a Alice Connolly, a quien se acusa de asesinato en este caso. Recuerdo haberles seleccionado a ustedes y que forman un grupo inteligente; por consiguiente, como tal, voy a dirigirme a todos ustedes. Sin duda se habrán dado cuenta de que entre Alice Connolly y yo existe un gran parecido. En realidad parecemos gemelas idénticas.
– Protesto, señoría -intervino Hilliard, incorporándose en su asiento con la ayuda de los dos sólidos brazos-. Las relaciones familiares de la señorita Rosato son irrelevantes en este caso.
El juez Guthrie se apartó las gafas de la nariz.
– Sírvase acercarse al estrado, letrada.
– Sí, señoría.
Bennie, tragando saliva, se dirigió hacia la tarima, donde la recibió Hilliard, levantándose, al lado de la relatora.
El juez Guthrie se inclinó un poco hacia delante.
– ¿Qué ocurre aquí, señora Rosato?
– Estoy empezando mi exposición inicial, señoría. Quisiera abordar directamente una cuestión que sin duda se está planteando el jurado, como supongo se plantea usted mismo.
– Sus relaciones personales no tienen nada que ver con la culpabilidad o la inocencia de la acusada. -El juez Guthrie se movió con gesto incómodo y los exuberantes pliegues de su toga brillaron bajo la luz que llegaba de la parte superior de la sala-. Una relación de hermanas gemelas es, como mucho, circunstancial en el caso.
– Por supuesto que es circunstancial -aceptó Hilliard, en tono enojado, si bien bajo-. De hecho no sólo circunstancial sino irrelevante y pernicioso.
Bennie levantó una mano algo temblorosa.
– Eso mismo opino yo. Es una cuestión circunstancial, pero puede distraer al jurado e impedir que se concentre en las pruebas. Si no abordo el tema desde el principio, pueden pasar todo el juicio pensando: ¿son o no son gemelas?
La afeitada cabeza de Hilliard se volvió como movida por un resorte hacia el juez.
– ¿Pretende la defensa que nos creamos que no ha influido usted en el aspecto de su defendida en su comparecencia, señoría? ¿Que no la mantuvo oculta durante la selección del jurado? La señora Rosato pretende que el jurado establezca la relación entre ella y su dienta. Llevan el pelo y la ropa idénticos. Se las ha compuesto para dar credibilidad a la acusada sin decir nada.
Bennie se agarró a la mesa con un gesto más perentorio de lo que hubiera querido.
– Estoy intentando distender la situación, señoría, poniendo el tema sobre la mesa. La señorita Connolly puede ser condenada a la pena capital y en calidad de defensa sería un error que no se me ofreciera la opción de despejar cualquier punto que le limite la posibilidad de tener un juicio justo. Tengo derecho a concluir mi exposición preliminar, señoría. No… tengo otra opción.
El juez Guthrie frunció el ceño.
– Protesta denegada por el momento. Sin embargo, tenga presente, señorita Rosato, que si existe legislación contra este tipo de artimaña, mis ayudantes van a aplicarla. Por otro lado, cualquier intento que haga la defensa de corroborar la inocencia de la acusada será considerado como desacato al tribunal. Prosiga, señorita Rosato, pero hágalo con la máxima cautela.
– Gracias, señoría -asintió Bennie, aunque tuvo la impresión de haber recibido una puñalada.
Hilliard volvió a la mesa de la acusación y ella, hacia el jurado, mirando directamente a los ojos a una anciana negra, sentada en el centro de la primera fila. Belle Highwater, de sesenta y dos años, bibliotecaria; Bennie la recordaba del expediente del jurado. El pelo lacio de la mujer se rizaba y adoptaba un tono grisáceo en la parte de las sienes; su frente estaba dividida por un pliegue que Bennie esperaba no haber provocado ella.
– Lo que iba a decirles -continuó- es que existe una cuestión que debemos abordar ahora mismo, no sea que entorpezca el buen funcionamiento del proceso. Es algo que a todos nos resulta obvio, nos salta a la vista. Observen detenidamente a mi cuenta, Alice Connolly. Adelante, damas y caballeros, no sean tímidos. Mírenla ahora y retengan la imagen. Observen el rostro, el cuerpo, la ropa, el maquillaje o la ausencia de él de Alice Connolly. Fíjense también en cómo se sienta.
Las cabezas del jurado se volvieron con gesto obediente y Connolly se puso tiesa en su asiento ante el inesperado examen. Bennie se regodeaba con su desasosiego. Exponiendo al jurado la estratagema de Connolly le estaba arrebatando todo el poder. Bennie recuperaba el control sobre el caso. No habría podido planificarlo mejor.
Se aclaró la voz para captar la atención del jurado.
– Y ahora, si lo desean, mírenme a mí. Comparen mi rostro, mi cuerpo y mi ropa con los de mi cliente. -Dejó caer los brazos mientras catorce pares de ojos llenos de curiosidad recorrían su cuerpo-. ¿Ven algo? ¿Verdad que es obvio? Alice Connolly tiene el mismo aspecto que yo, incluso se viste como yo, ¿no es cierto? -Hizo una pausa y la bibliotecaria negra asintió-. Cuando ha entrado en la sala, me ha sorprendido comprobar hasta qué punto parecemos gemelas. Incluso se sienta como yo y probablemente hará los mismos gestos que yo en la mesa de la defensa. Pero lo cierto es que yo no tengo ni idea de si la señorita Connolly es o no mi hermana gemela. La he conocido a raíz de este caso y por tanto para mí es un misterio igual que puede serlo para ustedes.
Un miembro del jurado de la primera fila, un joven blanco con perilla y gafas diminutas estilo Ben Franklin, se inclinó algo en su asiento, intrigado. Bennie también le recordaba del expediente: William Desmoines, veintiséis años, licenciado de Temple, realizador de vídeos.
– Planteo la cuestión para responder con la máxima sinceridad a la pregunta que a buen seguro se formulan. Yo no puedo cambiar mi aspecto, ni tampoco puedo cambiar el aspecto de Alice Connolly. No puedo evitar el hecho de la similitud ni pretendo ocultárselo. Todo lo que les pido es que no se concentren en el parecido entre la señorita Connolly y yo sino en las pruebas y declaraciones de este caso.
Hilliard empequeñeció los ojos. Judy se movió inquieta, intentando disimular su perplejidad. Aquello era la exposición preliminar más serena que había oído en su vida o bien Bennie había perdido por completo el hilo. A su lado, Mary iba desgranando mentalmente el rosario. «Ruega por nosotros, abogados, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.»Bennie se dirigió a la esquina de la tribuna del jurado.
– El fiscal y la defensa sólo están de acuerdo en un punto: esto es un tribunal de justicia y a ustedes se les ha asignado la tarea de descubrir la verdad. Deben decidir si Alice Connolly es culpable o inocente del asesinato del que se la acusa. El fiscal les presentará a los testigos, pero en definitiva deben tener algo presente: únicamente disponen de unos hechos desnudos, circunstanciales. Nadie vio a Alice Connolly cometer dicho crimen, nadie pudo presenciarlo. Al finalizar el juicio se habrán convencido no sólo de que el Estado no puede demostrar sus cargos contra Alice Connolly más allá de toda duda razonable, sino que Alice Connolly es completamente inocente del asesinato de Anthony Della Porta. Muchas gracias.
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