Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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El chalado se levantó de puntillas. Su cuero cabelludo cedía como un chicle.

– ¡Vas a parecerte a Don King, chaval! -gritó Star y en éstas notó que los mechones se le iban quedando en las manos-. ¿Cómo piensas pescar a Connolly en el puto Palacio de Justicia?

– ¡Ay! ¡Basta! ¡No! -Las lágrimas descendían por las mejillas del chalado-. ¡Mi pelo! ¡Me lo estás arrancando de cuajo!

– ¡Pocas bromas, hijo de puta! -De pronto, Star tiró con una fuerza brutal y le arrancó un puñado de pelo. Pegado a él saltó la sangrante piel del cuero cabelludo-. ¡Tú y T-Boy vais a ir a por Connolly, cabrón! ¡Acabaréis el trabajo que empezasteis! Te llamaré para decirte exactamente lo que vas a hacer. ¡Vas a liquidarla y quiero tener la prueba!

– ¡Que Dios me ayude! -gemía el hombre.

La sangre iba brotando de su cabeza inundándole la frente. Perdió la conciencia y cayó deslizándose por los ladrillos.

– No olvides la peluca, abuelita -dijo Star, lanzándole las ensangrentadas mechas.

21

– Siento muchísimo lo de su madre, Bennie -dijo Lou, que se encontraba en el asiento del acompañante del Ford de Bennie, dirigiéndose hacia el piso de Connolly.

Ella le había llamado a casa después del funeral. Le dijo que tenían algo importante que hacer a pesar de la hora que era.

– Gracias. Lamento haberle llamado tan tarde.

– No importa. Estaba solo con una cerveza y unas pipas viendo jugar a los Phillies. Además perdíamos. -Lou se aflojó el nudo de la corbata, con aire incómodo, vestido con la americana azul marino y el pantalón caqui-. ¿Seguro que está en condiciones de trabajar?

– Estoy perfectamente. -Bennie siguió inmersa en el tráfico del domingo por la noche, denso, pues los que vivían en la periferia salían a cenar fuera. Partían de Paoli y de otros barrios bien para quedarse embobados ante una colección de pezones perforados y de pelos color azulón. A echar un vistazo a la descarnada ciudad a través del cristal ahumado de un Jaguar-. El juicio es el lunes.

– Si acaba de salir del funeral…

– Ya lo sé, Lou.

– De acuerdo -repuso él fijándose en que aún llevaba el traje negro.

Tenía los ojos irritados, aunque no los apartaba del parabrisas. Le quedaba un trabajo por hacer y estaba dispuesta a concluirlo. Era del género duro, pero Lou la respetaba. En cierta manera constituía la compañera ideal.

– Hemos tenido poco éxito en el peinado, ¿verdad? -preguntó Bennie.

– Para la defensa.

– Al menos es lo que me ha dicho Mary. Mejor dicho, he leído sus notas. Una letrada competente, DiNunzio…

– Algo quejica, pero está bien.

– ¿Le ha dado mucho la lata? -sonrió Bennie-. Casi le subiría el sueldo por ello.

– Si no supiera que ha tenido un día tan malo, creo que estaría dispuesto a rematarlo.

Bennie se echó a reír, y tuvo la impresión de que no lo había hecho en años.

– ¿Y qué más está dispuesto a hacer por mí?

– Acabar la investigación en toda la manzana mañana.

– Eso mismo tenía yo en la cabeza. Por la calle Winchester, a donde da el callejón. Comprobar si alguien vio la detención, o lo que sea.

– Eso.

Lou miró hacia el retrovisor de la parte derecha del Ford. Les seguía una hilera de coches que parecía una oruga, y a dos coches de ellos, un TransAm negro. No era la primera vez que Lou veía aquel vehículo, pues había rondado cerca del despacho. Le pareció curioso que en aquellos momentos bajara también por South Street. La costumbre le dijo que no tenía que perderlo de vista. Quien ha sido poli, lo sigue siendo. Lou era incapaz de circular sin fijarse en las placas de matrícula, intentando determinar si veía un coche robado o alguno que llevara drogas. Siguió fijando la vista en el TransAm.

– He estado pensando en su caso, Rosato.

– ¿Y qué opina, campeón?

– Que Connolly ha matado a un policía y va a pagarlo. -Siguió atento cuando un autobús que tenían detrás se desplazó hacia la derecha, dejando entre ellos y el TransAm sólo un BMW descapotable azul celeste. Un vehículo precioso, de dos plazas-. Los vecinos con los que he hablado tenían claro lo que habían visto. Son testigos oculares de que salió zumbando.

– Tenía miedo de la policía. Es una buena razón.

– Sólo los malos temen a los buenos.

La mirada de Lou siguió fija en el retrovisor. El BMW seguía sin prisas, y detrás de él, con la ayuda de las farolas de la calle, casi pudo ver al conductor del TransAm. Un chaval rubio, atractivo. Lou recordó cuando él tenía su edad. Conducía un Chevrolet Biscayne de segunda mano turquesa y blanco, con el cambio en el salpicadero. Ya no fabricaban coches como aquél. Eran tanques.

– Estamos de acuerdo. Connolly es una persona nefasta, lo peor que una puede echarse a la cara, pero no creo que matara a Della Porta. Están ocurriendo demasiadas cosas. Demasiadas que no puedo explicarme.

Lou no respondió. Estaba al corriente de lo de la hermana gemela. Imaginaba que una presa la estaba manipulando. No era el primer letrado al que le ocurría; ni sería el último. Quería creer que había alguien como ella encerrada. El Ford giró por la Décima, y el rubio del TransAm también. Manteniendo la distancia, algo más alejado que antes. Lou decidió inmediatamente que se trataba del típico procedimiento de vigilancia.

– Gire tres veces seguidas a la derecha, Rosato -dijo de pronto.

– ¿Cómo? ¿Que describa un círculo?

– Un viejo truco de poli. Hágame caso.

Bennie parpadeó, pero torció a la derecha en la siguiente calle.

– ¿Nos siguen?

– Se lo diré al tercer giro.

Bennie obedeció y echó una ojeada al retrovisor. Un deportivo y luego un TransAm negro.

– ¿El deportivo?

– El otro -dijo Lou, siguiendo con la mirada el TransAm que llegaba a la siguiente esquina y giraba a la derecha-. Aún lo tenemos detrás.

Bennie asió con más fuerza el volante al llegar a la otra esquina y la dobló. El BMW siguió recto y tras él el TransAm hizo lo mismo. Se despejó la panorámica del retrovisor.

– Hemos perdido de vista a los dos -dijo aliviada.

– Asunto solucionado. Ningún problema. Y dígame, ¿a qué vamos al lugar del crimen?

– Usted es mi investigador. A hacer una investigación.

Bennie seleccionó cuidadosamente aquellas palabras. Llevaba a Lou al piso para que encontrara el dinero bajo el suelo. Ella, como abogada, no podía declarar que lo había encontrado, pero Lou sí. No podía sobornar al testigo, y por ello debía dejar que encontrara el dinero por su cuenta.

– ¿Quiere que investigue el lugar del crimen casi un año más tarde? -Lou frunció el ceño-. Estará todo limpio.

– Debería estarlo.

– No tendría que quedar nada.

– No, no tendría que quedar nada.

– ¿Y para eso me ha dicho que me pusiera corbata? ¿Un domingo por la noche? Estoy asfixiado.

– Voy a subir el aire acondicionado.

Bennie manipuló el dispositivo, haciendo como que se concentraba en el tráfico, y Lou soltó una risita.

– Es usted una embustera empedernida, Rosato.

– La peor de la profesión.

– Cree que me chupo el dedo.

– Yo no diría eso, viendo tanta arruga -respondió Bennie al tiempo que giraba hacia Trose Street. Aparcó en doble fila y Lou salió para ver si localizaba el TransAm. Nada a la vista. El chaval habría salido de ligue. «¡Quién pudiera volver a ser joven!», pensaba mientras seguía a Bennie hacia la casa.

– ¿Y qué es lo que quiere que vea? -preguntó Lou cuando estuvieron arriba.

Empequeñeció algo los ojos al entrar en el piso y echó un vistazo general, observándolo todo con aire profesional.

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