Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– Sí.
Joy asintió sin soltar a Bobby mientras el poni avanzaba.
– ¿Estabas en Jemison en la época de Henry Burden? Había sido fiscal del distrito.
– Sí. Cuando yo llegué, él ya llevaba un par de años allí. Pero nunca trabajé para él. Era del tipo «muy macho». Algo que no me iba.
– ¿Trabajó Burden para Guthrie?
– Claro. Era su preferido.
– ¿De modo que tenían amistad?
– En realidad, no. Guthrie era el solitario de la empresa, no se metía en política. Se ocupaba de su familia y siempre fue el especialista en leyes. Llevaba tiempo pensando en ser juez. Incluso publicaba mientras ejercía, y los artículos los redactaba él. Increíble, ¿verdad?
Mary bajó la cabeza, meditando sobre aquello. El polvo iba cubriendo sus zapatos al andar junto a los cascos del poni. El «clac, clac, clac» la ayudaba a pensar.
– Así que en un momento dado aparece Burden procedente del despacho del fiscal del distrito. Tiene muchísimas conexiones en la política municipal pero no dispone de cartera de clientes. Guthrie los tiene y por el contrario no está vinculado a la política municipal. Guthrie quiere ser juez y sabe que no llegará a serlo sin contactos, sobre todo en Filadelfia.
Joy sonrió mirando a Bobby.
– Siéntate bien, colega. Intenta mantenerte recto como una tabla.
– Y así formaron una alianza -dijo Mary, pensando en voz alta-. Burden consiguió a Guthrie el puesto de juez y éste le pasó su cartera. Como consecuencia, están en deuda entre sí y también con el poder de la ciudad. ¡Interesante!
– No, de ninguna forma. A mí no me lo parece. So, Frosty. -El poni se detuvo frente a un aro de juguete fijado en la parte baja del muro de cemento. Joy pasó una ligera pelota de baloncesto a Bobby, quien forzó la vista a través de los cristales de las gafas y la lanzó hacia el aro. La pelota giró vertiginosamente, describió un arco junto a la pared y bajó haciendo eses hacia el centro del aro. Joy corrió a buscarla-. ¡Pon la mano en la pierna de Bobby, Mary! -gritó volviéndose.
– ¿Hum? ¿Por qué?
– ¡Para que no se caiga!
– ¿Cómo? -Mary sujetó con mano temblorosa la pierna del niño-. No te muevas, ¿vale, Bobby? Si te cayeras, el remordimiento no me dejaría vivir.
Volvió Joy, sofocada, con la pelota.
– ¿Sabes una cosa, Mary? Tú también puedes dejarlo. Si no te gusta tu trabajo, abandonas y en paz. Es cuestión de decidirse.
– No puedo. Para mí sería el fin del mundo. Y ahora, ocúpate del niño. Cógelo tú. Encárgate de que no se caiga.
Joy pasó la pelota a Bobby y le sujetó la pierna con mano segura.
– Encontrarás otro trabajo, ya verás. En la economía en que vivimos hay montones de puestos de trabajo. Aquí tenemos dos vacantes. ¿Te interesaría trabajar con nosotros?
– ¿Aquí? -A Mary se le hizo un nudo en la garganta; Bobby, con la pelota en las manos, la miró como esperando su respuesta. Tenía los ojos castaños, ampliados por los gruesos cristales, y apenas parpadeaba. Pese a que su expresión revelaba que estaba ausente, Mary intuyó que confiaba tanto en ella como en Joy por el simple hecho de que era adulta. Se sentía indigna de tal confianza-. No creo que pudiera hacerlo -se limitó a responder, y el niño se volvió.
27
Era día laborable en la cárcel y las salas de comunicaciones estaban llenas. A la izquierda del mostrador se veían los trajes masculinos y a la derecha, los monos naranja. Los abogados defensores se arrimaban a sus dientas al lado de las altas pilas de archivadores. El funcionariado actuaba como los controladores aéreos, alineando a las reclusas como si fueran aviones a la espera de tomar tierra.
– Esto sí que es una sorpresa -dijo Connolly. Se levantó cuando Bennie entró en la sala de comunicaciones y cerró de un portazo-. Hoy no te esperaba.
– Espéreme todos los días. -Bennie dejó la cartera sobre la tabla de fórmica, donde cayó soltando un sonido sordo, y se instaló en el asiento-. Tenemos problemas. ¿Cómo ha descubierto la prensa que usted puede ser mi hermana gemela?
– No lo sé. ¿Será por nuestro aspecto?
– ¿No se lo ha comentado usted?
– Claro que no. -Connolly se sentó-. Han estado llamando pero tu secretaria me ha pasado el recado de que no hable con la prensa. De todas formas, tampoco me habrían permitido responder a las llamadas.
Bennie reflexionó sobre aquello. Era cierto: las llamadas hacia el interior y hacia el exterior estaban limitadas.
– ¿Se lo ha contado a alguna amiga que haya podido irse de la lengua?
– Yo no tengo amigas.
– ¿Y fuera?
– Igual.
Bennie estudió el rostro de Connolly para descubrir si decía la verdad. Vio que sus ojos, iguales a los de ella, prestaban atención con un aire que parecía de auténtica sorpresa, y que permanecía sentada en el borde de la silla con las manos agarradas a la tabla. Una minúscula arruga en la frente daba cuenta de su nerviosismo; se parecía a la curva que ella misma tenía en este punto, por la que Grady siempre le tomaba el pelo.
– ¿O sea que no tiene ni idea de cómo ha podido llegar a oídos de la prensa?
– No, a menos que les haya informado alguien de tu despacho.
– No. -Bennie juntó los dedos en un puño sobre el mostrador-. Le haré otra pregunta: ¿por qué no me habló de Lyman Bullock?
Los labios de Connolly se torcieron un poco y su expresión reflejó el enojo. Se apoyó en el respaldo como para parar el golpe y luego pareció recobrar la compostura.
– Bullock -dijo con un suspiro-. O sea que estás al corriente…
– ¿Por qué no me habló de él?
– No me lo preguntaste.
– No tenía por qué hacerlo. Usted iba a contármelo todo y yo decidiría lo que era importante para el caso. Las decisiones las tomo yo. Yo soy su abogada.
Connolly estalló:
– Eso no significa que seas mi jefe, que tengas que tratarme con prepotencia.
– No se trata de quién sea el jefe.
– ¡Anda que no!
Bennie se irritó. La similitud entre su propia reacción y la de Connolly ante la autoridad no le había sorprendido del todo. Sin embargo, tenía que llevar a cabo la defensa.
– Oiga, usted me llamó para que la representara y eso es lo que intento hacer. Y estoy dejando la piel en el caso, al igual que les ocurre a mis dos mejores asociadas. Cooperar o morir, ¿estamos de acuerdo? ¿Le parece suficiente incentivo?
Connolly se enfurruñó.
– ¿Qué quieres saber?
– Todo.
– Menos quién eres tú en realidad.
Bennie se puso rígida en el asiento.
– Ya sé quién soy yo.
– No lo sabes porque no sabes quién soy yo. He cambiado lo que eres y no te ha gustado nada.
– En cuanto al caso. -Si Connolly pretendía llevar adelante un juego mental con Bennie, no tendría las de ganar-. Estamos hablando del caso.
– ¿Verdad que no te gusta que sacudan tu jaula de oro? Pues tendrás que aguantarte. -Connolly se levantó y su silla chirrió contra el basto suelo-. Ahora que te encuentras en este lado de la tabla, con tu traje y tu cartera, tan pagada de ti misma, te crees que puedes venir aquí y salirme con un nuevo gilipollas para coger de nuevo el coche y volver a tu casita. No te quieres creer que eres mi hermana gemela, ¿eh? Que podías haber sido tú la que tuvo una suerte de perros. Que donde estoy yo podrías estar tú. Tú podrías ser yo.
– Lyman Bullock -dijo Bennie sin alterarse-. Siéntese y hablemos de Lyman Bullock o me voy. ¿Cuándo empezó a salir con él?
Connolly retorció los labios.
– En octubre de este año -respondió al cabo de un minuto, y se instaló en el asiento con aire desafiante.
– ¿Dónde le conoció?
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