Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– Muchas veces no se tiene en cuenta.

A Bennie le dio un vuelco el corazón.

– ¡Yo no lo tuve en cuenta!

– Si usted me indica el nombre y el número del cursillo, puedo calcularle cuántos créditos le corresponden y aplicarlos a su demora.

– Un momento. -Ya estaba retrocediendo en su agenda y se detuvo en febrero-. El once de febrero, a las dos. El cursillo se denominaba «Limitaciones previas: ¿correas o esposas?». De todas formas, ¿quién decide el nombre de estos cursos?

«Clic, clic, clic.»-Tengo en pantalla que el seminario en cuestión era funda-mental y al tiempo abarcaba una sesión de ética. Por haber impartido dicho curso le corresponden dos créditos. Si demuestra que lo impartió usted, se los concederán; con ello estará al corriente de los requisitos que se le exigen.

– Lo impartí, se lo juro, señor Hutchins. Ahora mismo le mando por fax una declaración jurada de ello. Mientras tanto usted me devuelve la licencia. La necesito.

– El restablecimiento tardará un poco.

– En este caso, no debería ser así. Aquí alguien ha metido la pata y esto huele que apesta. Haga el favor de rehabilitarme inmediatamente si no quiere que lleve a cabo una investigación a alto nivel.

– ¿Dispone aún del material del curso?

– ¿El material del curso? -Bennie echó una ojeada a sus estantes en busca de los típicos volúmenes encuadernados en amarillo. No los vio por ninguna parte pero estaba convencida de que tenían que estar por allí-. En efecto lo tengo delante.

– ¿Consta en él su nombre?

Bennie agitó unos papeles de su mesa.

– Por supuesto.

– Pues haga una fotocopia de la página con el título y mándemela a mi atención. -«Clic, clic, clic»-. La rehabilito temporalmente a la espera de recibir el material.

– ¡Que Dios le bendiga! -exclamó Bennie y colgó el teléfono, aliviada.

Lo que tenía que hacer enseguida era encontrar el libro del curso. Pulsó el botón blanco del interfono para pedir auxilio y Marshall le respondió en el acto.

– ¿Ya en activo?

– Sólo si consigo encontrar el material del curso. Tiene que estar en mi despacho. ¿Me ayudas?

Diez minutos más tarde, Marshall seguía plantada ante sus estantes en busca del libro e iba arrojando contra la alfombra india todo lo que consideraba que había que tirar. Los estantes habían quedado vacíos y la alfombra, llena.

– Deberíamos centralizar todo este material -refunfuñó.

– Tienes toda la razón.

– Tendría que estar en la biblioteca y no en los despachos de las abogadas.

– Estoy de acuerdo.

Bennie, sentada en su escritorio, iba consultando el listado de abogados de las páginas amarillas en un intento de localizar al que había dibujado el estudiante de Bellas Artes. Fue pasando páginas con fotografías poco claras de abogados instalados en sus despachos con curiosas plumas en la mano. Menos mal que los abogados habían empezado a anunciarse. ¿Cómo, si no, podía localizar una persona a los asesinos?

– Aquí es imposible encontrar nada. Es un desastre.

– Ya lo sé.

Bennie cerró las páginas amarillas, apartó el voluminoso listín y cogió la vetada guía legal.

– ¿Por qué no limpias un poco o por lo menos me lo dejas hacer a mí?

– Soy una inconformista, una renegada. La típica niña del parvulario que pinta fuera de las rayas. -Bennie abrió el libro-. Mis clientes esperan ver un despacho desordenado.

– A nadie le gustan las pocilgas.

– No pongas la guinda al pastel, Marshall.

Empezó a consultar la guía. Ninguno de los rostros que iba viendo coincidía con el esbozo a lápiz. Sonó el teléfono y lo cogió enseguida.

– Rosato.

– ¿Qué tal va eso, jefa? -respondió una voz masculina, y Bennie sonrió.

– ¡Sammy! -Era Sam Freminet, el abogado de asuntos fiscales, su amigo de toda la vida. Había empezado su carrera en Grun & Chase y seguía allí, ya como socio-. ¿Has recibido mi fax?

– Sí. El tipo está bien. ¿Soltero?

– No estoy para bromas. ¿Lo conoces? Trabaja de abogado aquí, en la ciudad. Necesito identificarlo para un caso de asesinato.

– ¿Has vuelto a lo criminal? ¿Cómo no me he enterado? ¿Te ha cogido el mono o qué? No escribes, ni llamas…

– Te podré al corriente de todo cuando se calme la marea. Estoy mandando faxes a todo el mundo que conozco y tocando todas las teclas posibles. ¿Le conoces?

– Se parece a Elmer Fudd, con esa barbilla.

– No me sirves para nada. Tengo que dejarte. Te llamo luego -dijo Bennie y colgó inmediatamente.

Miró el reloj. Las doce menos cuarto. ¡Maldición! No podía invertir más tiempo en aquello, con todo lo que tenía pendiente.

– ¡Aquí está! -dijo Marshall-. ¡Lo he encontrado! -le enseñó un volumen de color amarillo y Bennie se levantó para echarle un vistazo.

– ¿Seguro? ¿Consta mi nombre?

– Sí. -Las dos inclinaron la cabeza sobre el libro y encontraron el nombre de Bennie al mismo tiempo. Marshall le indicó con la cabeza el montón de papeles que cubría la alfombra-. Yo misma mandaré el fax a Hutchins si me dejas tirar todo eso.

– No, necesito todo ese revoltijo.

– Pura basura.

– Imprescindible.

– Pues vamos a dejarlo. -Marshall cogió el material del curso y un folleto cayó al suelo. Se agachó para recogerlo y su lisa frente se arrugó-. ¿Quién imparte esos cursillos de formación legal? ¿Profesores?

– No. Profesionales. Otros abogados.

– ¿No es éste el abogado que andabas buscando?

– ¿Cómo?

Bennie cogió el vistoso folleto que le tendía Marshall. El curso se titulaba «Resumen para abogados» y bajo la descripción de éste figuraba una foto tamaño carnet de quien lo impartía. Los ojos, la cara y la barbilla con hoyuelo correspondían a los del dibujo. Lyman J. Bullock, ponía el pie de la foto, y junto al nombre, Bullock & Sabard, abogados.

Bennie cogió el teléfono.

24

Alice estaba esperando en la cola para llamar por teléfono. En aquel centro se hacía cola para el desayuno, para la comida y la cena. Se hacía cola para dejar el uniforme sucio; se hacía cola para recoger el limpio. Se hacía cola para salir del módulo y para volver a entrar en él. Aquello le daba ganas de matar a alguien. Como a la zorra que tenía delante, al teléfono. Alice no la conocía. Sería del módulo B.

– Tengo que hablar con él -decía la interna, en un tono que el nerviosismo convertía en estridente. Se iba rascando el cráneo con unas larguísimas uñas; a causa de esa costumbre su pelo castaño le había quedado ralo-. Tengo que hablar de algo importante con él. Soy su mujer.

Alice notaba un martilleo en la cabeza. Lo dejó a un lado y consultó el reloj de la pared. ¡Vaya, quedaban sólo cinco minutos para volver al módulo! Habría apartado a la chiflada del teléfono de no haber visto a una funcionaría observando a una y otra.

– Díselo, dile que soy yo. Janine. Neenie. No, no, tengo el número bien. Sé que es su número.

El teléfono estaba en la pared del pasillo, al lado de la cola para la ventanilla del economato. Las reclusas hacían sus pedidos especiales y una vez a la semana el economato les preparaba unas bolsas de basura transparentes con Doritos, patatas fritas y fritos. Aquellas bobaliconas engullían las porquerías como si fuera maná del cielo.

– No, no, no. Ella no es su mujer. Su mujer soy yo. No te digo, si hoy en día es algo es gracias a mí. A mí me lo debe todo. Él aún me quiere. Dile que se ponga ahora mismo.

A la derecha había otra cola, en la ventanilla de medicamentos. Las reclusas esperaban en fila para recoger los medicamentos legales que habían de apartarlas de las drogas ilegales y de las golosinas de barrio como el Prozac y el Ativan. El resto consumía el polvo que circulaba por el centro; se hablaba de realizar pruebas de detección al azar pero eso aún no se había materializado. Alice había tenido su época de consumo de polvo y había convertido la experiencia en una forma de ganar dinero. Ahora ya casi tenía un pie fuera e iba a volver a sus propios negocios de la forma que siempre había deseado. Pero en aquel preciso instante lo único que deseaba era coger el maldito teléfono.

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