Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– ¿Va a escucharme? -preguntó Marshall-. Porque la filtración tiene que haber salido de un sitio u otro.

– ¿Crees que lo ha filtrado Connolly?

Bennie abrió un poco más los ojos. Ni siquiera se lo había planteado. No había tenido tiempo para plantearse nada, sólo para reaccionar.

– Yo no la estoy acusando de nada. Al fin y al cabo, tú eres quien la conoces, ¿no? Es tu…

Una expresión socarrona se dibujó en el rostro de la recepcionista, y Bennie la captó al instante.

– Quieres saber si Connolly es mi hermana gemela, ¿verdad? Pues eso mismo me gustaría saber a mí. -Extendió los brazos y se volvió para dirigirse a su despacho-. ¡Escuchadme todas un momento! Todas, por favor, ¿me atendéis un instante?

Las secretarias levantaron la cabeza de los ordenadores. Las abogadas la asomaron por la puerta de sus despachos como la nueva planta que despunta en la tierra. Mary y Judy, que se encontraban en la sala de reuniones parecieron aliviadas al disponer de una pared entre ellas y su jefa. Todo el mundo miraba a Bennie como si se hubiera vuelto loca. Nadie abrió la boca.

– Tenéis derecho a conocer la verdad, y ahí la tenéis -dijo Bennie-. No sé si Alice Connolly es mi hermana gemela. No tengo la menor idea. A mí me resulta igual de sorprendente. En cuanto sepa algo, os lo comunicaré. Mientras tanto, ¡ni una palabra a la prensa! Muchas gracias.

Las secretarias volvieron rápidamente a su tarea. Las cabezas de las abogadas desaparecieron en el acto. Mary y Judy siguieron con su expediente. Marshall esbozó una sonrisa marcada por la tensión.

– Si se te ha pasado el berrinche, ahí tienes el correo -dijo.

– Gracias. -Una ojeada al montón le demostró que se trataba de correspondencia, mensajes telefónicos y papeles judiciales. Le vinieron ganas de lanzarlo todo al aire. El bosquejo del abogado/novio de Connolly le quemaba en el bolsillo, pero primero tenía que recuperar su licencia. Con todos los papeles bajo el brazo se fue hacia la sala de reuniones y abrió la puerta de cristal con un dedo que le quedaba libre-. ¡Eh, cuadrilla! -exclamó, y sus dos asociadas levantaron la vista.

– ¿Te ayudamos con el papeleo? -preguntó Judy.

– No, gracias. Ya habéis oído la noticia sobre Connolly y yo.

– Sí -respondió Judy con naturalidad.

Mantenía el índice apretado contra el blusón de tela vaquera, bajo el que llevaba una camiseta amarilla y, a juego con ella, unos zuecos también amarillos. Bennie tenía fama de tolerante y por ello tenía que simular que no le importaba ver a sus asociadas vestidas como payasos.

– Bonito conjunto. ¿Tú también lo has oído, DiNunzio?

– Sí -contestó Mary, sonrojándose.

– Pensaba hablarlo contigo más tarde. Tal vez tengamos algo en común.

– Eso parece.

– La prensa se ha volcado en ello. Apuesto a que esta noche será el plato fuerte de Action News, lo de la gemela perversa y tal. O sea que ni una palabra a la prensa, me refiero a las dos. Van a cebarse en el caso, seguro. ¿Entendido?

– Entendido -respondieron las dos.

Bennie asintió con la cabeza, algo más calmada.

– Vamos a ver, Carrier, ¿has solicitado al tribunal los informes sobre diligencias?

– Sí, pero el ayudante del juez Guthrie no me ha enviado las conclusiones. Seguiré insistiendo.

Bennie se volvió hacia Mary:

– ¿Has encontrado el informe de los policías, Reston y McShea, en el expediente, DiNunzio?

– Lo he buscado pero no está.

– Llama a esa rata de Jemison.

– ¿A Miller? Ya lo he hecho. Dice que no lo ha visto, y Hilliard no se pone al teléfono. ¡Un montón de evasivas!

Bennie frunció el ceño, preguntándose si quien había «perdido» el informe era Jemison o el fiscal del distrito. Lo suyo no era teorizar sobre confabulaciones, pero estaban sucediendo cosas muy extrañas. Lo de arrebatarle la licencia no podía ser accidental; había ocurrido en el momento preciso. ¿Quién se la estaba jugando y por qué?

– ¿Has localizado a alguno de tus compañeros de clase de Jemison sobre lo de Guthrie y Burden?

– Nadie sigue en Jemison. Uno está en Cravath, en Nueva York, pero otra continúa en la ciudad. No sé dónde trabaja. He dejado ya dos recados en su casa.

– Perfecto. No lo pierdas de vista. ¿Y ahora qué hacéis?

– De todo -respondió Judy-. Preparar una lista de control para el juicio, buscar peritos, borradores de instrucciones para el jurado…

– Pues vais a dejarlo. Tengo una tarea para vosotras. Pasad por mi despacho. Tú también, DiNunzio.

– De acuerdo.

Mary bajó la cabeza por detrás del expediente para buscar los zuecos que tenía sueltos bajo la mesa. Cuando se los hubo colocado, se levantó y se alisó un poco la ropa. Había acertado en lo de Bennie y Connolly. El asunto de las gemelas salía en todos los periódicos. La decisión de Bennie de representar a Connolly sería pasto de editoriales y de murmuraciones en el mundillo de la abogacía.

Las dos asociadas salieron de la sala de reuniones y se dirigieron al despacho de Bennie, donde ésta arrojó el correo sobre un escritorio ya atestado, se sacó el esbozo del bolsillo y se lo mostró.

– ¿Conocéis a este hombre? -preguntó Bennie-. Creo que es abogado en esta ciudad.

– No -respondió Judy observando el dibujo. Era un hombre de mediana edad, atractivo, de pelo más bien largo, ojos bastante juntos, redondos y sólida barbilla-. Se parece a Superman.

– Conduce un Mercedes marrón, por si os sirve de algo.

– ¿Un abogado con un Mercedes? ¡Qué raro!

– ¿DiNunzio? ¿Lo conoces?

Mary negó con la cabeza.

– No.

– ¿Por qué? ¿Quién es? -preguntó Judy.

Bennie, tras indicarles que se sentaran frente a su escritorio, les contó todo lo que había averiguado en la biblioteca. Conforme hablaba, iba encontrando la vuelta a la situación y se materializaba lo que quedaba implícito. Si Connolly tenía un amante, no sólo le había mentido en cuanto a lo feliz que era en su relación con Della Porta sino también sobre dónde se encontraba el día del asesinato. Peor aún, tenía un móvil para matar a Della Porta. Si aquello llegaba a oídos del fiscal del distrito, éste lo convertiría en un verdadero festín. Estaba nerviosa, le habían pegado una sacudida en su confianza en Connolly.

– No me gustan las sorpresas, y menos en puertas del juicio -dijo Judy. Su expresión inquieta se transparentaba como en el rostro de una colegiala-. Si Connolly no te habló de ello, nos está mintiendo.

– Nunca he defendido a una persona reclusa que no me haya mentido en algo -respondió Bennie a la defensiva-. Lo básico es saber si mienten sobre algo importante.

– Eso es importante.

– Puede que no. Tal vez el abogado esté casado y ella quiera mantener el asunto en secreto. O quizá no tenga tanta importancia y por ello no lo citó. -Bennie se daba cuenta de que volvía a inventar excusas para Connolly, pero no tenía ganas de empezar de nuevo con Judy, sobre todo en un día como aquél-. En todo caso, no hace falta repetir que son malas noticias. Todas somos abogadas… Lo que tenéis que decirme es que sabremos hacerle frente si eso sale a relucir en el juicio. Darle la vuelta en beneficio de la acusada.

Mary reprimió el impulso de levantar la mano.

– ¿Y si presentáramos al abogado como sospechoso? No sé, insinuar al jurado que él es el asesino.

Bennie se animó. Aquello tenía que habérsele ocurrido a ella, pero estaba demasiado preocupada por la traición de Connolly, por su licencia y por los informativos de la noche.

– Evidentemente. Si Connolly tiene un novio, tiene motivos para matar a Della Porta… Pero también los tiene él. Un amante celoso.

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