Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– ¿Hemos encontrado a alguien que conociera a Connolly de la época de su infancia?

– No. He hecho un montón de llamadas y nada de nada.

– ¿Ni un familiar? ¿Algún primo o algo?

– Nadie.

Bennie pensó en las consecuencias de aquello. Ella y Connolly eran todo lo que quedaba de la familia.

– ¿Has investigado entre los amigos y vecinos de la familia?

– He encontrado a una persona que la conoció en el instituto. Me ha dicho que Connolly siempre había sido una marginada. Tal vez eso pueda ayudarnos. Ha dicho que estaría dispuesta a declarar. Si la necesitamos, puedo localizarla.

– ¿Llevarás tú a cabo el interrogatorio directo, DiNunzio? ¿Y sin nervios?

– Después del alegato contra lo del desacato, no.

Bennie sonrió, sorprendida. Había dado por supuesto que Carrier se había sabido desenvolver en el alegato.

– ¿Cómo, que se lo discutiste al juez Guthrie?

– Sí -dijo Mary sin poder ocultar una sonrisa de orgullo-. Te he sacado de la cárcel. Casi sin multa.

– ¿Cómo lo conseguiste? ¿Estabas nerviosa?

– Sigo viva, debo de ser fuerte.

Judy asintió, encantada.

– Es formidable. Tuvo el caso claro en cuanto te echaron de la sala. Enseguida vio que tenía que alegar en contra, y no yo.

Bennie no lo acababa de comprender.

– ¿Tenías ya a punto el recurso? ¿Por qué? ¿Cómo?

– Ya imaginé que un momento u otro surgiría algún problema. No podía ser de otra forma, en la posición en que te encontrabas. Por más nerviosa que me ponga a mí mi hermana gemela, siempre tengo presente que es mi hermana. Por ello, esta mañana preparé una serie de supuestos.

Bennie se echó a reír, lo que le sirvió para descargar cierta tensión.

– Pues te lo agradezco. Lo has hecho muy bien. -Luego sus pensamientos volvieron a Connolly-: O sea que no tenemos gran cosa para la siguiente fase. ¡Qué maravilla! -Bennie pensó en buscar a su padre. El podría contar que abandonó a Connolly, echarle la mano que siempre le había negado. Se lo quitó de la cabeza y luego, sin saber por qué, pensó en Lou-. ¿Se ha sabido algo de Lou? -preguntó, y Bennie negó con la cabeza.

– No, desde esta mañana.

– ¿No ha llamado? -He revisado los mensajes.

Los labios de Bennie dibujaron una deprimente mueca. -Eso no me gusta nada. Debería haber vuelto. ¿Ha dicho dónde iba cuando salió del juzgado? -No ha dicho nada.

Mary frunció el ceño y clavó la mirada en Bennie. -Dentro de cinco minutos volveré a llamar a su casa. Mary asintió. -Te lo recordaré.

– ¿Eso dónde lo guardamos? -preguntó Judy con una carpeta de notas en la mano.

Bennie levantó la vista del papel donde estaba trabajando.

– Déjalo en el último archivador.

Judy metió la carpeta en el último archivador de acordeón rojo. Tenía quince de ellos colocados en tres hileras de cinco sobre la mesa de la sala de reuniones, todos con sus respectivas carpetas. Prácticamente todas las pruebas y transcripciones ya se habían guardado en los archivadores. Bennie se preguntaba si había algo más en su vida tan ordenadamente dispuesto.

– ¿Cuánto tiempo crees que estará fuera el jurado? -preguntó Judy metiendo la correspondencia en su sitio.

– En todo caso no deliberará toda la noche. -Bennie echó un vistazo al pequeño reloj que tenía junto al teléfono. Eran las cuatro y treinta y dos. Sólo habían pasado cinco minutos desde la última vez que lo había mirado-. No hace tanto tiempo que están recluidos; por tanto no se pondrán nerviosos, y hay que tener en cuenta que es un caso importante. Lo consultarán con la almohada y decidirán mañana o pasado mañana.

– ¿El domingo? ¿Crees que seguirán hasta el domingo? -Judy se frotó el cuello-. No tienen muchas pruebas físicas que revisar. O creen lo que han dicho los polis o no lo creen.

Mary movió la cabeza.

– A la gente no le gusta trabajar en domingo. Yo diría que volverán mañana, se irán al hotel y descansarán el domingo.

Judy entornó los ojos mirando a través de la amplia ventana de la sala de reuniones. Se veía un cielo espléndido, soleado y por fin había bajado la humedad.

– Por lo que parece, el fin de semana será precioso. ¿Verdad que reciben el parte meteorológico?

De pronto sonó el intercomunicador sobre el mueble aparador, y Bennie, sobresaltada, lo cogió. Las otras quedaron inmóviles. Sería Marshall, la recepcionista.

– Rosato -dijo Bennie al levantar el auricular-. ¿Han vuelto?

– No, tranquila -respondió Marshall-. Encienda la tele. Las noticias del Canal 10. Estamos recibiendo un alud de llamadas. Algo ocurre ahí fuera.

– Gracias. -Bennie colgó y se inclinó para conectar el pequeño Trinitron en color que tenía en un extremo de la sala de reuniones-. No es el jurado, es la tele.

– ¿Cómo? -dijo Judy, y ella y Mary se pusieron frente a la pantalla.

– ¡Jesús! -exclamó Bennie, subiendo el volumen.

Se veían en la pantalla una serie de fotos de agentes de policía saliendo a todo correr de un cementerio. Una voz en off decía: «Los funerales del agente Lenihan se han visto alterados esta mañana a causa de unos periodistas; el jefe superior de policía de Filadelfia ha pedido que se emprendan acciones inmediatamente contra una serie de miembros de la prensa». Exhibían seguidamente la imagen de dicho jefe: destacaba en sus distinguidos rasgos una abierta mueca de desdén. «Me ha sorprendido enormemente lo que ha ocurrido hoy -decía-. Es completamente aberrante que se haya organizado un alboroto en unos momentos tan delicados para la familia del agente Lenihan. Y el disturbio lo han provocado unos periodistas que parece que no conocen los límites del decoro.»

Una periodista aguantaba un micrófono junto al rostro del jefe de policía: «¿Tiene algo que comentar sobre las acusaciones de corrupción hechas contra determinados agentes de los distritos Undécimo y Veinte?».

«No vamos a hacer más comentarios de momento. Hoy mismo hemos encargado una investigación en dichos distritos, que se llevará a cabo con toda transparencia. Muchas gracias.»

«En concreto, ¿está usted al corriente de que en algunas de las acusaciones se implican a agentes del orden que aceptaban dinero por proteger a los traficantes de drogas?»

«Repito que no tengo que hacer ningún comentario sobre el particular», respondió el jefe y se apartó de la cámara, mientras el periodista dedicaba al público una significativa sonrisa.

«Es todo desde la Roundhouse. Devuelvo la conexión, Steve.»

Bennie apagó el televisor mientras sus asociadas reían y aplaudían.

– ¿Has oído? -dijo Judy, encantada.

A Mary se le iluminó el rostro.

– ¡Ha corrido la voz! ¿Cómo es posible?

Bennie parecía deprimida.

– ¿Un marinero amigo nuestro?

– ¿Lou? -dijeron las dos al unísono.

Pero los ojos de Bennie reflejaban su aflicción. Lou no era tan joven como él mismo creía e, hiciera lo que hiciera, estaba atacando a unos personajes muy peligrosos, a enemigos conocidos y desconocidos. Si tenían que hundirse, arrastrarían todo lo que pudieran con ellos.

– ¿Dónde demonios se habrá metido? -preguntó Bennie, pero nadie supo respondérselo.

– Ya está bien de sermón -dijo Lou, exasperado, en su silla, pero Bennie aún no había terminado.

– Puede que el juicio haya terminado, Lou, pero no así la confabulación. Ellos tienen un negocio que dirigir, uno muy lucrativo, por cierto. Les ha atizado donde más duele, amenazándoles con no abandonar a pesar de que el caso esté ya resuelto. Van a ir a por usted, Lou. No lo dude.

– Que lo intenten -respondió él, burlón, guiñando el ojo a Mary, quien se había sentado en un rincón con aire compungido.

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