Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– Vamos a considerar la interminable lista de hechos que no ha demostrado el Estado. En primer lugar, no ha demostrado que existiera un móvil. ¿Una pelea? Todas las parejas tienen sus baches. Yo mismo llevo días sin hablar con mi novio y no por ello voy a matarlo. -Los miembros del jurado sonrieron y Bennie también esbozó una sonrisa forzada-. En segundo lugar, no ha demostrado cómo llegaron las manchas de sangre a la camiseta. En tercer lugar, no ha demostrado a qué hora pasó corriendo Alice ante la puerta de la señora Lambertsen. En cuarto lugar, no ha demostrado que fuera Alice quien pasó corriendo bajo la ventana del señor Muñoz. ¿Quién puede olvidar al señor Muñoz?
El realizador de vídeo se echó a reír, al igual que el joven negro de la última fila. Se trataba del señor locutor, el parlanchín. Bennie sonrió a pesar del peso que notaba en el pecho.
– A diferencia de lo que opina la acusación, yo no considero que una confabulación implique a los hombrecillos verdes. Todos ustedes saben que en muchos asesinatos interviene más de una persona. Piensen en la mafia. Piensen en el atentado de Oklahoma. Son ejemplos de confabulación criminal, y no hay que creer en hombrecillos verdes para saber que las confabulaciones son algo real. -Bennie miró directamente a los miembros del jurado, y un curioso ladeo de la barbilla de la bibliotecaria la animó a saltar a la yugular-. Damas y caballeros, la defensa considera que detrás de este asesinato hay una confabulación policial, de la que forman parte los agentes McShea y Reston, y que los miembros de dicha confabulación asesinaron a Anthony Della Porta…
– ¡Protesto, señoría! -gritó Hilliard-. ¡No disponemos de pruebas que apoyen tales acusaciones! Obran en nuestro poder sólo las pruebas de que los agentes Reston y McShea detuvieron a la acusada. Todo lo demás son deducciones injustificadas y puras conjeturas por parte de la defensa.
Bennie giró sobre sus talones, enojada.
– Señoría, esto es un razonamiento correcto en una conclusión. El jurado puede hacer sus deducciones razonables a partir de la declaración del Estado, incluyendo lo que ha obtenido la defensa en el contrainterrogatorio. Si se me permite plantear al jurado una exposición alternativa…
– Se admite la protesta. -El juez Guthrie cerró la boca con fuerza y sus mandíbulas recordaron las de un bulldog francés-. No siga haciendo comentarios sobre los agentes que detuvieron a la acusada, señorita Rosato, y prosiga con su exposición.
Bennie se quedó sin habla.
– ¿Ha fallado usted que no puedo presentar mi teoría sobre cómo considero yo que se llevó a cabo este asesinato, señoría? Yo difiero de la teoría del fiscal. Y eso niega a la acusada el derecho a un juicio justo.
El juez Guthrie arrugó profundamente la frente.
– Puede presentar una exposición alternativa de los hechos, letrada, pero el tribunal no dispone de pruebas que demuestren que ningún agente esté implicado en el asesinato del inspector Della Porta. No debe confundir ni inducir a error al jurado en sus conclusiones. Presente su teoría sin mencionar ningún supuesto papel de los agentes que llevaron a cabo la detención. Prosiga, por favor.
Bennie apaciguó su furia y se plantó ante el jurado:
– Consideremos, pues, que alguien, no sabemos quién, llega al piso del inspector Della Porta hacia las ocho menos cuarto de la noche del diecinueve de mayo, se pelea con el inspector Della Porta y dispara contra él a bocajarro. El asesino quiere tender una trampa a Alice Connolly, y por ello corre hacia el armario, que sabe que está en el dormitorio, coge una de las camisetas de Alice y la aplica contra la sangre del inspector Della Porta formando las típicas pautas de manchas de las que tiene noticia, que ha aprendido en alguna parte. Luego huye sin que le vea nadie y deja la camiseta ensangrentada en un contenedor de los alrededores, consciente de que con ello incriminará a Alice.
Bennie hablaba al jurado en un tono apremiante. Tenía que hacérselo comprender.
– Imagínense que Alice llega a su casa y descubre al inspector Della Porta muerto en el suelo. Aterrorizada al pensar que el asesino puede seguir en el piso, huye presa del pánico. Recuerden que transcurrieron entre diez y doce minutos entre el mo-mentó en que se oyó el disparo y la señora Lambertsen vio a Alice salir corriendo. Tiempo suficiente, ¿no es cierto?
El realizador de vídeo se echó un poco hacia delante en su asiento, mientras que la bibliotecaria seguía impasible.
– Reflexionen sobre lo que estoy diciendo, damas y caballeros. Si son capaces de comprender que otra persona pudo haber matado al inspector Della Porta y tender una trampa a Alice para incriminarla, no podrán, basándose en la ley o en la conciencia, declarar culpable a Alice Connolly. Y yo les estoy insinuando que a Alice le ha tendido una trampa… una confabulación policial.
– ¡Protesto, señoría! -exclamó Hilliard, y el juez Guthrie se apoyó en su mesa frunciendo el ceño.
– Se admite -dictaminó-. Le advierto, señorita Rosato…
Bennie siguió impertérrita. No podía ganar si el juez Guthrie la ataba de pies y manos, y tenía que vencer.
– Damas y caballeros del jurado, reflexionen un momento sobre las declaraciones de los agentes McShea y Reston. Dijeron que se encontraban en el barrio del inspector Della Porta, situado casi en el otro extremo de la ciudad, cuando debían estar de servicio. ¿No es algo extraño que abandonaran su distrito para tomar un pepito con queso?
– ¡Protesto! -gritó Hilliard-. ¡Señoría!
– Se admite la protesta -respondió el juez Guthrie, cogiendo el mazo y dejándolo suspendido en el aire-. Señorita Rosato: no tiene por qué referirse específicamente a los agentes que detuvieron a la acusada.
Bennie se volvió hacia él apretando los dientes.
– ¿Está ordenando que la defensa no puede poner en cuestión que los agentes que detuvieron a la acusada dijeran la verdad en el estrado, señoría? El jurado tiene toda la libertad para no creer las declaraciones de dichos agentes, lo mismo que a cualquiera de los testigos presentados por la acusación.
– Señorita Rosato -dijo el juez Guthrie dejando el mazo-, usted no debería plantear que estos agentes de policía estén impli-cados en el asesinato que nos ocupa. Cualquier inferencia que pueda sacar el jurado en este sentido sería poco razonable y pura conjetura. Prosiga, letrada, antes de que se la acuse de desacato al tribunal.
Bennie hizo caso omiso a la amenaza.
– Damas y caballeros, ¿es cuando menos posible que los agentes McShea y Reston se encontraran en el lugar del crimen porque fueron quienes dispararon contra el inspector Della Porta…?
– ¡Protesto, señoría! -dijo Hilliard, cogiendo sus muletas y dirigiéndose hacia la mesa de la defensa-. La defensa está desacatando abierta y descaradamente su resolución, señoría.
El juez Guthrie dio un golpe con el mazo. «¡Pam!»-Señorita Rosato: la aviso por última vez. Una sola referencia indebida más y la acusaré de desacato.
Bennie se dijo que más le valía calmarse, pero no podía. La adrenalina empujaba, el corazón le latía a cien por hora. Luchaba por salvar la vida de Connolly. La responsabilidad la empujaba como un tren de carga. Dejó a un lado los comentarios del juez y del fiscal y siguió dirigiéndose al jurado:
– Damas y caballeros, reflexionen de manera crítica sobre las declaraciones de la acusación. Nadie más que los agentes que detuvieron a la acusada oyó la presunta confesión de ésta. Nadie más que los agentes que la detuvieron oyó el presunto soborno. Nadie más que los agentes que la detuvieron vio una bolsa de plástico. Sólo dichos agentes han declarado sobre estos puntos, y es porque les han mentido.
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