Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– Está chalado, viejales. -Brunell cruzó la sala, abrió la puerta y, con un suave movimiento, se sacó una Glock de color gris mate de la parte trasera del pantalón y apuntó hacia Lou-. ¡A la puta calle!
Lou se levantó y fue hacia la puerta. La imagen del arma no era lo más adecuado para su corazón a pesar de que sabía que Brunell no era tan estúpido como para matarlo.
– ¿Recuerda mi nombre, Brunell?
– Lou, el hijo de puta de judío.
– Dígaselo cuando hable con Citrone. Coméntele que soy el del aparcamiento en el Undécimo.
Lou salió y Brunell cerró de un portazo.
32
La prensa asaltó a Bennie en el momento en que abría las puertas de la sala, deslumbrándola con las luces de las cámaras de televisión y acribillándola a preguntas: «¿Qué tiene que decir de la declaración de la señorita Harting?». «¿Le ha sorprendido este giro?» «¿Cómo está su hermana gemela?» Bennie se abrió camino como pudo protegiéndose los ojos, por el pasillo de mármol, con Mike e Ike custodiándola.
– Gracias -dijo al cerrar de un portazo la puerta de la sala de reuniones de los juzgados y encontrarse frente a sus dos exultantes asociadas.
– ¡Bennie! Hemos ganado, ¿te das cuenta? -exclamó Judy con regocijo, mientras Mary aplaudía.
Esta última tenía la tez sonrosada de emoción.
– ¡Se acabó! -gritó Mary-. ¡Así se hace!
– Tranquilidad, chicas-dijo Bennie, sentándose cansinamente.
La frente de Judy mostró una expresión de asombro.
– ¿Ni siquiera vas a sonreír? Shetrell Harting era el big bang y acaba de estallar. ¡Hilliard está acabado! ¡La acusación no tiene fundamento!
Bennie levantó la vista.
– Pregunta número uno: ¿por qué se ha retractado Harting?
– ¡Da igual! ¡Lo ha hecho!
– Pregunta número dos: ¿y si nuestra dienta la ha obligado?
Judy calló de repente; Mary parecía terriblemente afectada.
– ¿Lo ha hecho?
– Creo que sí, lo que no entiendo es cómo.
Mary se sentó.
– No creo que se deba a nada que haya hecho Connolly. La explicación de Harting ha sido creíble, cuando menos para mí. Había iniciado un camino y de pronto cambió de parecer. Ha tratado de abarcar más de lo que podía controlar. ¿No te ha ocurrido nunca?
– Sí, en este caso. -Bennie sonrió con amargura.
– ¿Por qué crees que Connolly la ha obligado? ¿Tienes algún dato que te lo confirme?
– Lo que acaba de ocurrimos es demasiado bueno para ser verdad. Ya conoces la expresión, DiNunzio.
– Sí. -El padre de Mary siempre la utilizaba-. ¿Y ahora qué hacemos?
– Es lo que me estoy planteando -dijo Bennie.
Judy, de pie entre las dos, puso los brazos en jarras y frunció el ceño.
– Me parece imposible estar oyendo lo que oigo. Tú misma, Bennie, me enseñaste en el escenario del crimen que un abogado defensor debe perseguir la justicia, debe conseguir la libertad del acusado. ¿Ya lo has olvidado?
– Conseguir la libertad del acusado dentro del imperio de la ley, Carrier. La manipulación de testigos no es nunca una estrategia para un juicio. No quiero sacar provecho de la obstrucción de la justicia. Yo juego limpio.
– No se trata de ti, Bennie. El provecho no lo sacas tú, sino Connolly. No te están juzgando a ti, sino a ella.
– Eso ya lo sé -respondió Bennie, aunque en su interior algo le decía que no se lo había estado planteando de aquella forma.
Cada vez le era más difícil separar su identidad, y su destino, de los de Connolly.
Judy se inclinó hacia ella con aire perentorio.
– Por otra parte, no tienes constancia de que Connolly tenga algo que ver con la retractación de Harting. Estaban recluidas en lugares distintos. Todo lo que sabemos es que Harting se ha retractado. Eso nos ha dado un respiro y tenemos la obligación de aprovecharlo.
– ¿La obligación? -Bennie soltó una risita que más bien pareció un ataque de hipo-. Vaya, ya veo que además de parecerte bien explotarlo, consideras que estamos obligadas a ello.
– Por supuesto. Nuestro deber es representar a Connolly poniendo todo nuestro empeño. Con toda la aplicación. Ya sabes lo que marcan los cánones. Tú misma me lo has enseñado, ¿recuerdas? -Judy la miró a la espera de una respuesta, pero Bennie le devolvió la mirada envuelta en la neblina de una incipiente jaqueca. Así pues, Judy prosiguió-: Hilliard acaba de recibir un duro golpe. Habida cuenta del fracaso con Harting, no sé hasta qué punto podrá demostrar lo que pretende. Me parece que no deberíamos seguir adelante con la defensa. Creo que tenemos que tomarnos un descanso aquí y ahora.
– ¿Dejarlo ya en manos del jurado? -preguntó Bennie, esforzándose por aclarar sus ideas. Por primera vez en su vida profesional se encontraba completamente perdida durante un juicio. Siempre había sabido qué hacer ante un tribunal; lo que le daba alas era la parte vital de la cuestión. Y eso lo era todo-. Un momento, vayamos por partes. Nadie toma una decisión de ésas tan deprisa. Mejor dicho, yo nunca lo he hecho.
– Pues revisemos el caso -dijo Judy e hizo un resumen de las declaraciones, testigo por testigo, cada vez más emocionada. Al acabar, se la veía completamente convencida, esperando la respuesta de Bennie-: ¿Qué dices, jefa?
Bennie soltó un suspiro, con nerviosismo.
– No sé. Puede que tengas razón. Si seguimos, el jurado se olvidará de Harting y proporcionaremos a Hilliard el tiempo necesario para rehacer su caso. Y a Guthrie, la oportunidad de hundirme. Quizá deberíamos dejarlo en manos del jurado.
Mary, entre las dos, miraba a uno y otro lado, atónita.
– ¿Las dos os planteáis de verdad no seguir con la defensa en un caso en el que se pide la pena capital?
Aquella afirmación, planteada de una forma tan descarnada y simple, puso de relieve la cuestión ante las dos. Permanecieron un momento en silencio, cada cual ensimismada en sus propios pensamientos, en su propia conciencia.
– Vuelvo enseguida -dijo de pronto Bennie, y se levantó.
– ¿Qué le ha hecho a Harting? -preguntó Bennie.
Connolly hizo una mueca burlona desde el otro lado del cristal blindado, vestida aún con el traje gris del primer día.
– No le he hecho nada a Harting.
– La presionó, estoy convencida. ¿Cómo lo hizo? -Bennie se inclinó un poco, agarrando el fino saliente metálico que las separaba-. ¿Le mandó a Bullock para que le prometiera el oro y el moro? ¿Cómo consiguió que no constara en el libro de registro? El dinero compra a los guardias, ¿no me lo dijo usted misma?
– Estás pirada, Rosato. -Connolly se enderezó en su asiento, enojada-. Harting no movería un puto dedo por mí. ¿O no te acuerdas que maté a su novia?
– ¿Por qué se ha retractado, pues?
– ¿Y por qué me lo preguntas a mí? -Connolly extendió los brazos-. ¿Qué cono sé yo? De entrada, ¿por qué se inventó la historia?
Bennie se detuvo en el acto. Miró aquel rostro tan parecido al suyo. «De entrada, ¿por qué se inventó la historia?» De repente comprendió cómo había convencido Connolly a Harting.
– No la presionó anoche -dijo Bennie, pensando en voz alta-. Por eso no hay ninguna constancia en el libro del registro. Lo hizo después de matar a Mendoza y a Page. Cerró el trato antes del juicio. Lo tenía todo amañado, la declaración y la retractación, desde el principio.
– No sé de qué me hablas -dijo Connolly sin alterarse.
Su expresión no reflejaba nada, pero a Bennie no le hacía falta confirmación.
– Obligó a Harting a declarar en el juicio. Le dijo que llamara al fiscal del distrito y se ofreciera para declarar. Le proporcionó suficiente información para darle credibilidad ante el jurado y ante mí. Sabía que Hilliard tendría ante él a una testigo contundente. Sabía también que cuando Harting se retractara echaría abajo a la acusación.
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