Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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Bennie apoyó la mano en la encerada barandilla del jurado, y el punto de apoyo le pareció curiosamente inadecuado.

– El planteamiento del Estado se basa totalmente en estas mentiras y finalmente caerá por su propio peso. No he considerado que valiera la pena responder a él, pese a tratarse de un caso en el que se juega la pena capital, en el que la acusada es…

Bennie se reprimió a tiempo. Iba a decir: «Mi hermana gemela». Intentó mantener a raya sus emociones; luego se dio cuenta de que estaba luchando para sofocar la verdad. Su propia verdad.

Le vino a la cabeza el día en que conoció a Connolly, luego, con el descubrimiento de la casa de su padre. Cuando leyó la nota de su madre; la gota de sangre en el pliegue del brazo. Luego lo vio claro. Se permitió reconocerlo por fin.

– Damas y caballeros, en mi exposición inicial les dije que no estaba segura de si la señorita Connolly era mi hermana gemela. Pues bien, eso ya no es verdad. -Su voz se fue apagando y de pronto tuvo la sensación de estar hablando consigo misma, en lugar de mantener una de las conversaciones más íntimas con unos auténticos desconocidos en la sala. Pensaba con claridad, basándose en su propia verdad-. A pesar de que no tengo pruebas que lo confirmen, sé que Alice Connolly es mi hermana gemela, y lo sé tan a ciencia cierta como que ella no cometió este asesinato…

– ¡Protesto, señoría! -dijo Hilliard, levantando los brazos-. ¡Pido que se detenga el juicio! Solicito que se acuse a la señorita Rosato de desacato al tribunal.

«¡Pam, pam!»

El juez Guthrie golpeó la mesa con el mazo y luego lo soltó sin cuidado.

– La he advertido antes, señorita Rosato, y usted ha hecho oídos sordos a mis avisos. ¡Ha incurrido usted en desacato al tribunal! ¡Señor alguacil, sírvase acompañar bajo custodia a la señorita Rosato!

En la tribuna del jurado, la bibliotecaria soltó un grito ahogado, el realizador de vídeo quedó pasmado y el resto pareció también afectado. Judy y Mary saltaron de su asiento. Connolly se levantó, boquiabierta, ante la asombrada sala, mientras se llevaban a Bennie, con el ánimo destrozado.

36

El alguacil responsable del área de detención de los juzgados había visto muchas cosas raras en sus celdas, pero nunca nada como aquello. Miró a través del cristal blindado de su puesto hacia las dos celdas, en las que había dos guapas rubias con traje chaqueta gris. Las dos estaban sentadas en el banco blanco de su celda, sostenían la barbilla apoyada en la mano y habían cruzado la pierna izquierda sobre la derecha, a la altura de la rodilla, de forma idéntica. Pero a pesar de que su aspecto y su porte era el de dos mellizas, quedaba claro que les unía poca amistad.

El guardián echó otra ojeada. Tenían la cabeza vuelta en direcciones opuestas, como las fotos de las parejas en pleno divorcio que salían en las revistas. Una de las mellizas tenía la vista fija en el lavabo de acero inoxidable a la izquierda de su celda, la otra se encontraba de cara al lavabo de acero inoxidable de la parte derecha de la suya. El hombre olvidó por un momento cuál era la acusada y cuál la abogada, luego dejó de hacer conjeturas. Pensó que el Señor iba a juzgarlas a las dos.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Connolly.

Su mirada seguía fija hacia delante, sin volverse hacia Rosato. La voz, curiosamente desprovista de emoción, llegaba a la abogada a través de la reja pintada de blanco que separaba los dos calabozos.

– No lo sé.

Bennie encogió los hombros con desgana.

– ¿Va a seguir el caso con nosotras aquí encerradas?

– No. Yo soy prescindible, pero usted tiene derecho a estar presente en su propio juicio. El juez se calmará y me dejará libre con una multa, o bien seguirá en sus trece, Carrier se hará cargo del caso y yo continuaré encerrada. Sea como sea, no tiene importancia. Todo está en manos del jurado.

Connolly hizo un gesto de asentimiento.

– ¿Qué cono te ha ocurrido? -le preguntó enseguida.

Bennie se frotó el rostro. Notó un tacto extraño en su piel.

– Creo que he perdido.

– Mi caso… ¿lo has perdido?

– ¿Cuál sino el suyo? ¿O es que tengo otra hermana gemela?

Bennie la miró con una mueca algo extraña y Connolly puso los ojos en blanco.

– Vale.

– Ya ve.

No podía hacer más que reír, y Bennie optó por ello, aunque brevemente.

Connolly se recogió el pelo.

– ¿O sea que estoy jodida?

– ¿Se refiere a si hemos perdido?

– Me refiero a si he perdido.

Su voz perdió intensidad; su expresión no se inmutó.

– No, no creo. He podido exponer mis conclusiones, y al jurado no le ha gustado lo que ha hecho Guthrie. Se le ha ido la mano. Yo diría que la defensa goza de buena salud. Es curioso, pero lo que acaba de suceder puede ayudarnos.

– ¿Por qué?

– El jurado no lo olvidará. Por otro lado, yo estaba en lo cierto. Les he dicho la verdad y ellos lo han comprendido. Lo he notado. -Bennie reflexionó un instante-. Ha ocurrido.

– ¿Qué es lo que ha ocurrido?

– No puedo explicarlo, es algo que se siente. A veces tengo esta sensación, una especie de «clic» durante las conclusiones, y otras veces no. Esta vez he notado el «clic».

– ¿Te equivocas alguna vez cuando crees notarlo?

– Claro.

Connolly parpadeó.

– ¿Te has equivocado?

Bennie apoyó la cabeza contra el implacable cemento del muro.

– Claro, soy humana.

Connolly permaneció un momento en silencio.

– No has hablado de Shetrell en tus conclusiones.

– ¿Harting? No.

– Por resentimiento.

– Por resentimiento, no. Tal vez sea su hermana gemela, pero no su cómplice.

Connolly tuvo un cierto bajón y apoyó las manos entre las piernas.

– Te ha dado fuerte eso de las mellizas, ¿eh?

– ¿Si creo que lo somos? Sí.

– ¡Qué cursi te has puesto! Creí que te echarías a llorar como una niña ante el jurado.

Bennie sonrió con tristeza.

– ¿Y eso la sorprende, que pueda verter una lágrima cuando la condenen a muerte?

Connolly resopló, y luego volvió la cabeza.

– ¿Verdad que para usted no significa nada que seamos gemelas? -preguntó Bennie y observó que la mirada de Connolly se dirigía hacia el puesto de guardia.

– Y si no somos gemelas, ¿qué? ¿Te acuerdas de la prueba de ADN que nos hicimos? ¿Y si el resultado demuestra que no somos gemelas?

– Imposible. No será así. Ahora estoy convencida de ello. Creo que siempre lo he estado. Nuestro padre…

– Nuestro padre, ¿qué? -Connolly volvió la cabeza para mirarla de hito en hito a través de la reja. Aquellos ojos azules expresaban tanta furia que Bennie no pudo aguantar la mirada-. ¿Nuestro padre que está en los cielos?

– Winslow.

– ¿Winslow? ¡Quién sabe si es nuestro padre! -La súbita brusquedad del tono de Connolly resonó a través de los vacíos calabozos.

– Estuve en su casa, en Montchanin. Él se había ido, pero encontré sus recortes. Los que guardaba de mí, de mi carrera. Tomos enteros.

– ¿No se te ha ocurrido nunca que pueda ser un pirado? -Connolly no esperó su respuesta-. Los hay a montones por ahí. Oyen voces, creen que el FBI les sigue. Piensan que están casadas con un tipo rico. Se creen Mel Gibson. Creen ser amigos de Steven Spielberg o que él es su hijo de verdad. Tú no conoces a ese personal, colega, pero yo sí. Tú no vives en este mundo, yo sí.

Bennie hizo un gesto de negación.

– ¿Y la foto que me entregó de él con dos bebés en brazos?

– ¡Jo! ¿Y uno no podría ser el hijo de un amigo, o los dos, si conviene? ¿Qué pasa, que se parecen a ti? Una jodida foto no demuestra nada. No creí ni una sola palabra de aquel tipo. Está chalado.

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