Giorgio Faletti - Fuera de un evidente destino

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Cuando el mestizo Jim Mackenzie regresa a su pueblo natal, en Arizona, para asistir al funeral de su abuelo, jefe de los indios Navajos, todos sus recuerdos de infancia se ven sacudidos por una escalofriante realidad: una oleada de atroces asesinatos rituales asola la comunidad. Su llegada parece haber despertado misterios hasta el momento ocultos en la sombra; misterios relacionados con la tierra, las raíces y la tradición chamánica que Mackencie tiene que desvelar si quiere poner fin a la mortífera cadena.

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Se sentó en el único silloncito situado frente al escritorio. En el centro de su frente había un pensamiento y una pequeña arruga. Corinna tuvo la impresión de que su humor había cambiado imperceptiblemente.

– Lo único con lo que cuento es con la presencia de un testigo. Alguien a quien conozco, lo cual en apariencia debería facilitar las cosas. Pero Jim Mackenzie es astuto como un gato y un hueso duro de roer. No creo que quiera hablar y ponerse en contra de la policía de Flagstaff. Suele eludir los problemas y busca siempre el camino más fácil.

A Corinna no le pasó inadvertida la sutil amargura que bajó el tono de voz de April. Dejó con cuidado la taza sobre el escritorio, como si los dos fueran extremadamente frágiles. Miró a April a los ojos, esperando que no la rehuyera.

– ¿Estamos hablando de ese Jim Mackenzie?

April la rehuyó.

– Sí. Todavía no sé qué hace aquí, pero seguro que encontrará algún modo de hacer daño.

– Cuidado. Me parece que en tu caso ya ha hecho daños más que suficientes.

– Bah, quédate tranquila. Es una vieja historia. Ya estaba muerta cuando la creía viva, así que imagínate ahora.

Pero April Thompson valoraba demasiado la verdad para poder disimularla. Esas palabras, de haberlas escrito en lugar de pronunciarlas, habrían terminado con puntos suspensivos. Corinna decidió cambiar de tema, para concederle una escapatoria del rincón al que la había llevado la conversación.

– Bien. En cuanto al caso Kelso esperaremos acontecimientos. Volveremos a debatirlo después de la conferencia de prensa. Mientras tanto hay personas famosas, aquí en Flagstaff. Y ya sabes a quiénes me refiero. Los dos tienen historias interesantes para el público. Sería bueno que la persona que entreviste a Alan Wells y a Swan Gillespie fuese alguien que los conozca bien y que en el pasado haya formado parte de la vida de ambos. Y sobre todo sería un crimen dejar que algún otro se nos adelantara.

Corinna Raygons era una mujer de experiencia y una buena amiga. Pero era también y en todo momento la directora de un periódico, que a fin de mes debía rendir cuentas ante sus superiores. April lo tenía siempre presente, así qué hacía lo posible por no perjudicar la relación entre ellas.

De modo que también en esa ocasión comprendió las motivaciones de su jefa.

– Vale. Veré qué puedo hacer, aunque creo que será muy difícil, tanto con uno como con la otra.

Se levantó del sillón. Se despidieron y April salió del despacho. Cerró la puerta de cristal y permaneció un instante allí, como si no estuviera del todo segura de qué rumbo tomar. Guiada por sus pensamientos, avanzó por el breve pasillo. Al fondo dobló a la derecha y fue hasta la gran sala que compartía con otros dos cronistas. Sin mirar a ninguno de ellos, se sentó tras su escritorio. Había logrado que Corinna le concediera el privilegio de trabajar separada de los demás por una estantería baja, en una suerte de despacho privado. Una pequeña muestra de aprecio por aquella muchacha que necesitaba intimidad para poder desarrollar mejor su trabajo.

Nunca se lo había agradecido tanto como ahora.

Apartó unas hojas y alineó el portalápices y la alfombrilla del ratón sobre la superficie del escritorio, como para restablecer un orden que necesitaba imperiosamente en aquel momento. Sabía que esos gestos no bastarían para calmar su agitación, pero al menos le mantenían las manos ocupadas.

Pese a su amistad, le molestaba haber dejado que Corinna descifrara sus sentimientos con tanta facilidad. Por primera vez en su vida no estaba segura de que la carrera de periodismo hubiera sido la mejor elección. Desde que había vuelto a ver a Jim, de hecho, no estaba segura de haber hecho una sola buena elección en su vida.

Pero quizá su directora tenía razón. Si necesitaba una terapia de choque, aquella era sin duda la mejor manera de obtenerla. O al menos se daría cuenta de que no había perdido por el camino la determinación y el coraje.

«Entrevistas realizadas por alguien que en el pasado haya formado parte de la vida de ambos.»

Swan Gillespie. Alan Wells.

Vaya si había formado parte de sus vidas.

Alan se present ó de improviso en su casa. Estaba sola aquella tarde. Su familia hab í a partido de viaje, y ella dio gracias al cielo por haberle concedido ese breve lapso de soledad. Necesitaba apartarse de todo para tomar decisiones importantes, de esas sin vuelta atr á s, esas que cambian para siempre la vida de una persona. Oy ó sonar el timbre mientras la radio transmit í a «Stand by Your Man», una vieja canci ó n de Tammy Winette. « No abandones a tu hombre. » Le pareci ó por lo menos sarc á st i co o í rla en ese preciso momento. Fue a abrir con la secreta esperanza de ver a Jim en el umbral. En cambio, para su desilusi ó n, se encontr ó frente a Alan. Lo apreciaba mucho, era la mejor persona que conoc í a, a la que acud í a cuando necesitaba ayuda. Era su mejor amigo. Pero tambi é n el mejor amigo de Jim, y aquella noche lo necesitaba como el aire que respiraba.

Despu é s vio el estado en que se hallaba Alan, y se preocup ó .

¡ Santo cielo! Parece que hayas visto al diablo. ¿ Qu é pasa?

¿ Puedo entrar?

Se lo ve í a muy alterado. Despeinado, con los ojos rojos. Se notaba que hab í a llorado. Su aliento ol í a un poco a alcohol.

Por supuesto que puedes entrar.

Se qued ó en el vest í bulo, dando vueltas con las manos a una gorra de b é isbol. Alan Wells, uno de los muchachos m á s ricos de la zona, manten í a la costumbre de descubrirse la cabeza al entrar en una casa ajena.

¿ Te apetece beber algo?

No, gracias. Ya he tomado un par de cervezas antes de venir aqu í .

La sigui ó a la sala, y enseguida ella fue a apagar la radio. Despu é s a ñ adi ó su silencio al que ya reinaba en la habitaci ó n.

¿ Vas a decirme qu é ocurre?

Se volvi ó y April vio que ten í a los ojos h ú medos.

Es muy simple. Se trata de Jim y Swan. Est á n juntos.

¿ Qu é quieres decir con « est á n juntos » ?

Follan, si prefieres esa expresi ó n.

El asunto era tan grave que en otra situaci ó n April se habr í a echado a re í r. Esta vez, en cambio, ante la expresi ó n inexorable de Alan, se sinti ó morir.

Pero ¿ qu é dices? ¿ Te has vuelto loco?

Los he visto, April.

¿ D ó nde?

Alan se sent ó en una silla. Apoy ó un codo en la mesa y se pas ó una mano por el pelo. Empez ó a hablar sin mirarla a la cara. April comprendi ó que no se deb í a a falta de valor, sino solo a pudor por el sufrimiento que le hab í a causado.

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