Había otra alternativa, una que revoloteaba como un ave de mal agüero por su mente, pero aunque intentaba apartarla se obcecaba insistentemente en regresar.
Podía destruirlo.
Podía acabar con él.
Su madre no le dejaba ver películas de zombis, pero Gabriel sabía que esas cosas morían de veras destruyendo su cabeza. Lo decían todos en el colegio, estaba en todos esos videojuegos, era vox populi. Y si todo lo demás era verdad, entonces apostaba a que eso también lo era. Hacerlo era otra cosa, el muchacho no se imaginaba en absoluto llevando a cabo semejante tarea pero la idea volvía a su cabeza con insistente morbosidad.
Gabriel notó entonces el sonido de su respiración, era demasiado fuerte, llenaba toda la habitación. Intentó controlarse, abrir la boca para respirar, lo más importante, volvió a repetirse, era no hacer ruido.
Después de unos instantes terminó de convencerse de que hacer de caza-vampiros no era lo suyo. Tenía que cruzar por encima, o la alternativa para obtener alimentos era caminar doscientos metros más hasta la tienda de abajo. Podían pasar sin las sopas, pero no sin el agua. Y, Jesús, allí sí que había zombis, cadáveres con las vísceras al aire y un montón de sangre por todas partes. Solo había ido una vez, y se impresionó tanto que se prometió a sí mismo que no volvería a menos que en la tienda de arriba sólo quedara polvo en los estantes para chupar.
De manera que Gabriel levantó despacio el pie para pasarlo por encima hasta el otro lado. No se veía la cara, pero sacaba la lengua como su madre cuando estaba concentrada en algo y aunque intentaba ser silencioso, su respiración volvía a ser agitada y fuerte otra vez.
* * *
Bob El Ahogado salía lentamente del agua. Uno de sus ojos era apenas una mucosa con forma de bulbo, una reminiscencia repugnante de lo que fue una vez. Sus cabellos caían hacia todos lados húmedos y desmañados, y su boca abierta revelaba un agujero inmundo, negro como una veta de carbón en una mina.
Alba seguía recuperándose de su experiencia, estaba mojada y su pequeño pecho subía y bajaba con una rapidez preocupante, pero no se veía con fuerzas para salir corriendo, permanecía tumbada en el suelo apoyada sobre sus codos y los pies aún en el agua, hipnotizada por la imagen terrible e irreal que representaba Bob El Ahogado. A su lado, el perro le ladraba con una violencia desmedida, ladridos roncos y amenazantes.
Pero Bob ni siquiera miraba al perro. Avanzaba con terquedad balanceándose sobre sus piernas a cada paso, con sus ojos blancuzcos fijos en la niña. Cada vez tenía más cuerpo fuera del agua y ganaba velocidad a ojos vista. El agua chorreaba de su cuerpo.
– No, por favor -dijo Alba con un hilo de voz intermitente. Hasta ese momento no había sido consciente de que tiritaba de una forma salvaje. Al fin y al cabo corría el mes de Febrero y el agua estaba tan fría como se puede imaginar.
Cuando Bob estuvo a solo unos pocos pasos alargando ya la mano para cogerla y llevársela a las tinieblas de la muerte que a él le había sido negada, el mastín saltó sobre su mano, la agarró con sus dientes y tironeó, girando la cabeza rápidamente. El hueso se quebró con un sonido mortecino, y la mano se desgarró con una sorprendente facilidad. Salió despedida medio metro y cayó en el agua.
El espectro retiró el muñón cercenado y alargó el otro brazo con sorprendente rapidez, pero el mastín se lanzó sobre él y lo derribó. Cayeron al agua trocados en una tormenta de brazos, piernas y la mastodóntica forma animal que era el perro. Por todas partes mordía, arrancaba, despedazaba, pero como quiera que el espectro seguía intentando levantarse, el mastín terminó por agarrarle del cuello con su tremenda dentellada. El cuello crujió con un sonido escalofriante, como si un millar de ramitas se troncharan a la vez, espina dorsal, músculos, tendones, carne… todo quedó fuera de lugar, pero Bob El Ahogado seguía moviéndose. Parecía que cada vez lo hacía con más rapidez y vehemencia, contagiado sin duda de la violencia del mastín y los gritos de Alba. La mano que aún le quedaba se clavaba ahora en el lomo del animal con una fuerza desproporcionada.
Dolorido, el mastín arremetió con más fuerza atacando el mismo punto que antes. Apretó los dientes e hizo crujir aún más el cuello de Bob. Tiró y zarandeó de nuevo, y la cabeza del espectro acabó separándose liberando un icor oscuro que tiñó el agua como la tinta de un calamar. La cabeza se sumergió poco a poco hasta desaparecer. Su cuerpo cayó fláccido como si lo hubieran desenchufado.
Alba reculó respirando con dificultad, tenía los labios azules y los ojos se le ponían en blanco si no se concentraba en mantenerse despierta. El mastín salió del agua visiblemente dolorido, y se tumbó cerca de ella, pero fuera del agua. También su lomo subía y bajaba con rapidez; respiraba con la boca abierta, y la lengua, grande y rosada, asomaba a un lado. Su aspecto, tan mojado y cansado como estaba era deplorable, pero al mirarle, Alba consiguió un primer atisbo de sonrisa.
Aquel perro enorme la había salvado.
* * *
En el Supermercado Inglés, Gabriel había podido pasar por encima del cadáver. Se acercaba ahora a la esquina donde estaban las garrafas de cinco litros y utilizaba la mochila para meter una dentro. En un pasillo adyacente localizó algunas de las cosas que quería llevarse y chocolatinas para Alba.
Ya casi había terminado cuando escuchó un ruido que parecía venir de algún lugar indeterminado. Era como un frufrú, como de ropa en fricción. Gabriel casi dejó caer la bolsa con los comestibles del sobresalto.
Dios mío, por favor, dios mío…
De repente, una oleada de pánico se apoderó de él. Su instinto científico y explorador que lo había dominado apenas veinte minutos antes había desaparecido. Estaba en un recinto cerrado con uno de ellos poniéndose en movimiento. Miró hacia el túnel de salida, eran solo diez o quince metros, después, la luz del sol llenaba la calle y la libertad. ¿Debería salir corriendo?
No. Así es como te cogen. Sales corriendo y vas atrayendo la atención de todos ellos. Y ellos corren más que tú. Corren más, y no se cansan. Nunca se cansan.
Esta vez no podía rendirse, pensó. En su mente aparecían mil escenas agolpadas, y en todas ella aparecía Alba. Tenía que pensar en su hermana. Ella sola no podría conseguirlo.
Fru, frú.
Gabriel miró alrededor, buscando algo que pudiera usar o algún lugar donde esconderse, pero el espacio era en verdad muy reducido, así que esa posibilidad estaba fuera de lugar. Se mantuvo en el centro del pasillo, así, si aparecía por uno u otro lado tendría tiempo de dar la vuelta al estante.
Pero entonces, del otro lado de la sala le llegó el sonido ensordecedor de un estrépito de mil demonios. Era como el ruido en cascada de un millón de latas de conserva cayendo en confuso tropel. Gabriel dio un respingo, esa cosa debía de haber derribado al menos tres baldas completas.
Dios mío… va a atraer a muchos más… oh Dios mío por favor…
Miraba ahora con obstinación el túnel de la entrada, sin perder de vista su izquierda y su derecha. Eran tres flancos, y eso provocaba que su ansiedad fuera en aumento. Casi podía imaginar a dos de esas cosas apareciendo en la entrada, ligeramente encorvados y con sus cuellos muy estirados, en manifiesta actitud de cazadores. Si eso terminaba de ocurrir, estaba perdido. Sabía que tenía que actuar con rapidez, pero ¿qué hacer?
El zombi lanzó un grito ronco, breve pero intenso; tenía como un deje de interrogación.
El gruñido al menos, junto a la explosión de adrenalina que experimentaba le animó a moverse, a dar la vuelta a uno de los estantes, despacio, sin perder nunca la referencia del acceso al túnel. Respiraba por la boca sí, pero incluso entonces sus inhalaciones eran profundas y cortas, como si jadeara.
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