Carlos Sisí - Necrópolis

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El campamento de Carranque vive momentos dulces. Tras haber sobrevivido el ataque del Padre Isidro y sus enloquecedoras huestes de caminantes, los supervivientes se entregan a ensoñaciones y esperanzas de futuro propiciadas por los descubrimientos del doctor Rodríguez. Juan Aranda, su líder, decide utilizar su nueva condición para explorar la ciudad en busca de otras personas que continúen todavía con vida. Sin embargo, han pasado ya tres meses desde que se iniciara la pandemia zombi que asoló el planeta y sobrevivir es cada día más duro. Su periplo personal, no exento de vicisitudes, le aleja de Carranque, donde mientras tanto inciden nefastos designios que amenazan con convertirlo en una ciudad de muertos: una necrópolis.

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Al doblar la esquina se encontró al espectro de frente. Cerca. Demasiado cerca.

Gabriel chilló sobresaltado. El espectro le miraba como hipnotizado, con los ojos velados por una bruma blancuzca. Su piel estaba surcada por un centenar de venas varicosas, rojizas y abultadas, entonces agitó la cabeza como sacudido por espasmos, levantando y bajando los hombros como si estuviera sufriendo un feroz caso de epilepsia.

Para Gabriel eso fue suficiente, alargó la mano y cogió lo primero que pudo con intención de arrojárselo al rostro, resultó ser una lata de espárragos. Le golpeó en la mejilla izquierda levantándole la piel y dejando una marca blancuzca. Siguió lanzándole cosas, un par de latas más, unos paquetes de café envasados al vacío pero demasiado livianos, rebotaron como si fueran tacos de corcho blanco. El espectro levantó las manos y tenía las venas del cuello tensas como cables de acero, Gabriel lo sentía… se abalanzaría sobre él en cualquier momento.

Siguió tirándole cosas cada vez con más fuerza, mientras retrocedía con pasos cortos y dubitativos. En un momento dado, sus manos dieron con un paquete de harina que salió despedido hacia el zombi. El paquete le estalló en la cara y reventó como si hubiera sido diseñado para ello. Se llenó todo de una nube de polvo blanco y cuando el polvo se dispersó, Gabriel observó atónito que el espectro se había llenado todo el rostro, desde las cejas hasta la barbilla. Sus ojos, pensó, ¡sus ojos están cubiertos de harina!

El espectro parecía girar sobre sí mismo agitando los brazos en el aire como lo haría un invidente. Estaba efectivamente ciego, y no parecía hacer ningún intento por pestañear o quitarse el polvo blanco de los ojos con las manos, un simple gesto que le habría devuelto la visión. Avanzó hacia el estante y le dio un fuerte empellón, las latas y el resto de los productos se estremecieron en sus baldas y un par de ellas cayeron al suelo.

Ésta es la oportunidad, Gaby… ésta es… -se decía a sí mismo.

El muchacho cogió la bolsa de plástico del suelo y dio unos pasos hacia la salida, muy despacio al principio pero recuperando el paso normal al final. A medida que llegaba a la salida y su corazón se hinchaba del aire puro de la vida Gabriel miró por última vez al estúpido espectro cubierto de harina que daba tumbos contra los estantes. Esa visión le infundió renovados ánimos y dibujó una sonrisa en su rostro de niño que empieza a dejar de serlo. Se les podía vencer. Se les podía vencer.

* * *

Alba se había incorporado, daba largos tragos de aire que le insuflaban nuevas energías, oxigenar su organismo de nuevo le hacía sentirse mucho mejor. Su vestido estaba empapado, así que oyendo un viejo eco materno (no te quedes con el bañador mojado, Alba, es Malísimo) se lo quitó y lo dejó en el suelo, hecho un guiñapo.

Bob El Ahogado sí que había sido Malísimo, pero aquél perro se había ocupado de él. Podía habérsela comido, ya no había nadie que regañara a los perros malos pensó, pero en cambio le había salvado. Se acercó a él, un felpudo inmundo lleno de mugre y empapado desde el hocico hasta la punta del rabo, respirando como si se tratara de un viejo motor al ralentí.

– Hola, perrito -dijo la niña tímidamente.

El mastín metió la lengua en la boca, la movió como si la tuviera seca y volvió a su respiración esforzada.

– ¿Cómo te llamas? -quiso saber.

El perro levantó las cejas brevemente.

Alba estornudó para su sorpresa. Miró sus pequeños pies y, mientras hacía subir y bajar los dedos, se dio cuenta de que todo el suelo estaba empapado y que ella estaba prácticamente desnuda, y eso suponía resfriados de los buenos.

– Perrito, no te vayas, ¡voy a traerte algo!

Salió corriendo hacia el escondite sin olvidar mirar atrás, por si Bob El Ahogado estaba espiando desde la piscina con sus ojos asomando por encima de la superficie. Pero no había nada, ella no había visto muy bien lo que había pasado pero creía que Bob ya nunca abandonaría el arrullo de las aguas estancadas del recinto.

Buen perro, perro bonito.

Una vez en el escondite, Alba se puso ropas secas de su montón. Un pantalón de chándal y una sudadera de manga larga con un mensaje que decía: TENGO UN A+ EN IR DE COMPRAS. También cogió una lata de salchichas pequeñas con esas anillas de abre fácil y salió de nuevo a toda prisa, tenía miedo de que el perrito se escapase. Pero no fue así, el mastín seguía en el mismo sitio conservando las pocas energías que le quedaban. Estaba más cansado de lo que había pensado, sus últimas comidas no habían sido muy abundantes y la pelea lo había dejado exhausto, pero al menos había salvado al AMO, si es que realmente era un AMO. No tenía más que esperar y lo sabría.

Por fin, el AMO apareció de nuevo. Bajaba las escaleras trotando y llevaba una COSA en la mano. Olfateó brevemente en esa dirección, pero aún tenía el intenso aroma del agua sucia y de su enemigo bloqueando su fino olfato y tampoco es que le interesara demasiado. Por fin, el AMO se arrodilló junto a él y trasteó con esa COSA un rato. Estaba ahora lo suficiente cerca para olerlo pero no parecía tener un aroma definido, así que no…

¡Tack!

De repente, ¡cómo se llenó el aire de ese aroma a COMER! Un olor intenso, tan fuerte que por un segundo lo llenó absolutamente todo, imposible pensar en ninguna otra cosa que en COMER. Surgió de pronto de esa COSA que llevaba el AMO. Un poco repelente al principio, como una bofetada de atención, pero después el aroma se desgranó y se volvió delicioso. Hizo un esfuerzo por levantarse, pasándose la lengua por toda la boca, estaba salivando a una velocidad de vértigo.

Alba observó entusiasmada cómo el perro devoraba con un ansia atroz la lata de salchichas. Le había costado un poco abrirla, claro, pero apenas lo consiguió el perro se había incorporado como si le hubieran puesto pilas a su viejo motor. ¡Qué hambre tenía! Devoró todo el contenido de la lata en unos pocos segundos y aún así continuó lamiendo con su lengua enorme no solo cada uno de los bordes sino también la tapa, que había quedado enroscada sobre sí misma a un lado.

– ¡Muy bien, perrito! -dijo Alba, dando saltos sobre sí misma con una sonrisa radiante. -¿Quieres más, eh, quieres?

El mastín soltó un bufido y se acercó a la niña colocando su frente contra su pecho, sumiso. Alba lo acarició, aunque estaba empapado y no fue una experiencia tan agradable como había pensado, pero aún así se sentía feliz de que el perro se hubiera acercado a ella. Era como si ahora fuese suyo, aunque uno de los dos se veía desproporcionadamente grande, o pequeño, junto al otro.

– Alba -dijo una voz de repente, llamando su atención. Alba levantó la vista. Era Gaby, cargando con una bolsa de plásticos y la pequeña mochila a la espalda, que había vuelto de la tienda.

– ¡Mira Gaby! ¡MIRA! -dijo Alba radiante acariciando la cabeza del perro por arriba, detrás de las orejas, alrededor del hocico.

– ¿De dónde ha salido ese…? -quería decir perro, pero la palabra que en realidad revoloteaba por su cabeza era más parecida a caballo, o elefante.

– ¡Es un perro anti-zombies, Gaby! -exclamó Alba, encendida por la ilusión y abriendo mucho los brazos.

Gaby dejó caer la bolsa al suelo.

– Atiza…

9. El desempate

Al caer la noche, el grupo de caza se encontraba de nuevo en la mansión, que funcionaba ahora como una especie de cuartel general o punto seguro. Era lo bastante espaciosa para todos ellos y estaba debidamente protegida por un alto muro. La verja de salida era tan sólida como para resistir la embestida de un coche, tanto más de un puñado de espectros con las articulaciones podridas. Y tenían por supuesto electricidad, así como un enorme sótano lleno de provisiones.

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