– ¿Cómo… vamos… a… desempatar? -volvió a preguntar Reza, marcando mucho cada palabra.
– Paciencia, amigo Reza -dijo Theodor sin mirarle. -Debes trabajar esa virtud… paciencia y paciencia.
Reza suspiró de forma sonora. Le exasperaban las maneras pausadas de Theodor, estaban bien en ciertas ocasiones, y a veces hasta resultaba solemne, pero cuando había temas que tratar prefería que se fuera al grano.
Dustin sonreía con los brazos apoyados sobre las rodillas. De vez en cuando cambiaba el vaso de mano lanzándolo por el aire de una a otra, tap-tap, tap-tap. Por fin, Theodor soltó una enorme humarada y rompió el silencio.
– El Juego esta vez no consistirá en pruebas individuales en las que se cronometre el tiempo, esta vez, los dos partiréis a la vez por un objetivo común. Una… misión -dijo despacio, moviendo ambas cejas arriba y abajo con una sonrisa burlona.
– En serio, no nos toquéis las pelotas -advirtió Bluma echándose hacia atrás en el sofá con una media sonrisa en el rostro. Aunque conocía demasiado bien a aquel elenco de retorcidos liantes y sabía a ciencia cierta que se traían algo entre manos, sentía además una presión en la base del estómago que era una señal inequívoca de que se avecinaba una buena. Vaya si se avecina una, una de las buenas, pensaba.
– Cada uno -continuó Theodor sin prestarle atención- partirá en la dirección que le dé la gana. Y cada uno buscará… un algo, que luego traerá aquí. El primero en traerla… gana -dijo al fin levantando ambas palmas como un prestidigitador que acaba de esconder la bolita bajo uno de los vasos. El cigarro lo mantenía prieto, cogido con los dientes.
– ¿Qué cosa? -preguntó Reza, girándose para mirarle.
Bluma observó como Dustin se encorvaba más sobre sí mismo y Guido pareció hacerse más pequeño tras la revista. Joder, pensó con gravedad, estos cabrones van a jugárnosla de verdad, van a pasarse tres pueblos.
– ¿Qué cosa? -repitió Reza, impaciente.
El silencio cayó en el enorme salón. Fuera, la noche discurría por todas las calles y avenidas, mansa y silenciosa; pues desde donde estaban el eterno lamento de los muertos vivientes era apenas audible. El único sonido que les llegaba era el rumor sordo y lejano de los generadores de electricidad que rumiaban a plena potencia en el jardín.
– Una mujer -dijo Theodor al fin.
* * *
Reza tomó la noticia con el interés del deportista al que anuncian que en lugar de hacer saltos de valla tiene que participar en carreras de relevos. Se concentraba en el objeto de la misión, no en lo que la misión representaba. Lo que fueran a hacer con la mujer una vez la hubiera traído le daba exactamente lo mismo. Ni siquiera pensaba en la necesidad lujuriosa de sexo que brillaba como el fuego del infierno en los ojos de sus colegas, su apetencia por esos temas había rayado lo anecdótico cuando era más joven, y ahora hacía ya tiempo que esos intercambios de fluidos, esos amasijos de sudor y pelos, le aburrían sobremanera.
No, él empezaba a trazar planes prácticos. Dónde podría encontrar mujeres, qué haría cuando encontrase una, cómo traerla. Pero el asunto tenía muchos más afluentes para otros. Y algunos de esos afluentes eran rápidos tumultuosos donde el agua podía arrastrarte al fondo para siempre.
– ¿Cómo que… una mujer…? -preguntó Bluma despacio.
Theodor le miró desafiante, casi altivo, mientras Guido y Dustin se entregaban a reírse por lo bajo como colegiales. Sin decir palabra, Reza les despreció por su actitud infantil.
– ¿Vamos a hacer esto? -preguntó Bluma al fin, incorporándose y pasando la mirada de uno a otro.
– Yo diría que sí, Bluma -dijo Theodor, cortante. -Es lo que vamos a hacer.
– ¡Una mujer, sí! -exclamó Guido haciendo un gesto obsceno con ambas manos alrededor de su zona genital.
– Por mí no hay problema -anunció Reza, terminando de un sorbo su cerveza caliente.
Dustin soltó una carcajada.
– No es que tenga un puto problema -soltó Bluma, sintiéndose desplazado del grupo -ya lo sabéis -añadió con una mueca retorcida -pero ¿dónde vamos a encontrar una mujer? no hemos encontrado a nadie en toda Marbella. No hay electricidad, no hay comunicaciones, no hay Internet, no hay televisión, ni radio.
– Lo sorprendente -exclamó Reza- es justo lo contrario, que no queden otros supervivientes en la ciudad. Estadísticamente si nosotros hemos sobrevivido tiene que haber alguien más. Últimamente he estado pensando sobre este hecho y lo que he determinado es, que los supervivientes que pueda haber se esconden de nosotros.
Theodor se volvió para mirarle con interés. Reza era un hijoputa frío y maquinal, pero su cabeza funcionaba de veras.
– Cinco hombres con trajes de combate que llevan armas y equipamiento de alta tecnología -continuó- que las manejan con una habilidad envidiable contra los zombis, y que conducen por la ciudad en unos todoterrenos y Humvees modificados. Vaya. Yo me escondería, sin dudarlo.
– Puede ser -dijo Theodor pensativo.
– En cualquier caso, para esta misión hemos ampliado la zona de juego -anunció Dustin. -Podéis ir a cualquier parte, lo único que importa es que traigáis una mujer.
Reza asintió. Parecía satisfecho.
– Y también otra cosa -dijo entonces Theodor quien utilizó el español para esa sola frase. Sonrió con cierta sensualidad y soltó una humarada espesa que rodeó su rostro astuto, provocándole un imperceptible parpadeo en el ojo. -Como la misión es de una importancia… vital- para este grupo, cada uno de vosotros irá con un compañero.
Reza pestañeó varias veces.
– Tú -continuó Theodor señalando a Reza- irás con Dustin, y Bluma irá con Guido.
– ¿Y tú qué harás, viejo zorro? -preguntó Bluma con una media sonrisa, aunque demasiado bien conocía la respuesta.
– ¿Yo? -preguntó Theodor llevándose la palma abierta al corazón y mostrando la otra como quien es acusado de algo. -Por favor, querido amigo, yo vigilaré… ¡el fuerte!
– Zorro del demonio -dijo Bluma entre dientes, sonriendo como una hiena hambrienta.
– Ah, joder -interrumpió Dustin. -Se nos olvidaba un requisito.
– Sí, sí, es verdad -dijo Guido, señalándole con el dedo.
– La mujer -dijo entonces- tiene que estar buena.
Y ambos rieron como hienas siniestras; demasiado excitadas y nerviosas a la vez. Bluma y Theodor miraron a puntos indeterminados de la habitación, cada uno envuelto en brumas con formas femeninas, ensoñaciones personales con pechos turgentes y curvas voluptuosas.
Estaba dicho.
10. Aranda en la carretera
Aranda partió más temprano de lo que tenía previsto, principalmente para evitar incómodas despedidas. Cargó con la pequeña mochila que había preparado (algunas viandas, un botiquín) y se puso el cinturón con la funda para las pistolas. También llevaba rodilleras, coderas, un chaleco antibalas y un casco negro en la cabeza. Apenas empezaba a clarear y todavía hacía un frío de mil pares de narices.
Salió por las alcantarillas, como siempre, y emergió al otro lado de la verja. Allí había dispuesto la moto que pensaba usar para el viaje, seleccionada en días anteriores tras buscar por las calles y garajes. Era una BMW F1200 Adventure de grandes ruedas con tacos, perfecta para cortar camino por el campo si se encontraba con la carretera cortada. Las inclemencias del tiempo parecían no haberla dañado, ya que las partes más sensibles como la cadena ya no existían en ese modelo; en su lugar había un cardán donde toda la transmisión estaba encerrada. Echó también un vistazo al embrague y le gustó ver que no era multidisco, porque ésos tenían un baño en aceite y se habría degradado bastante; las partes móviles también parecían encontrarse en buen estado, la rueda giraba con facilidad y los neumáticos no estaban cristalizados ni cuarteados. Y lo más maravilloso de todo, la llave estaba puesta. Cosas del Apocalipsis. Calculaba que la moto podía llevar parada tres o cuatro meses, y sin embargo bastó con echarle gasolina para que la moto arrancara con un ronco petardeo. Es el puto destino, se dijo.
Читать дальше