Danny Boy sonrió amablemente, mostrando unos dientes uniformes y un mandíbula cuadrada que le hicieron recordar a Louie lo joven que aún era y lo muy dispuesto que estaría a cambiarse por él.
– Bueno, podría ser peor. Podría terminar como mi padre.
Louie no se rió como esperaba, sino que negó con la cabeza y respondió tajantemente:
– Si de mí depende, eso no sucederá jamás.
La completa negativa de Louie a que algo así pudiese suceder le agradó al muchacho, pues era lo último que deseaba que le sucediera.
Louie encendió un puro, le dio profundas caladas, concentrándose en él durante largo rato, paladeando su gusto amargo al entrar y la suavidad del humo al salir. Luego se sentó frente al muchacho y lo miró fijamente, de los pies a la cabeza. Fue una mirada larga y prolongada, un acto deliberado, por eso Danny se limitó a esperar su último comentario.
– ¿Has pensado en el consejo que te di sobre los Murray?
Louie sabía que el muchacho aún era virgen en esos avatares y también sabía que los asuntos, yendo de esa forma, no podían ni debían prolongarse más tiempo de lo debido. Soltó una bocanada de humo azulado en el rostro de Danny, a sabiendas de que no lograría sacarle una respuesta. Louie sabía que Danny estaba preocupado por lo que le había dicho, y tenía razones sobradas para ello. Louie no estaba seguro de por qué necesitaba justificarse a sí mismo. Tratando de convencerse, se había repetido en varias ocasiones que se debía a que le agradaba el muchacho, pero sabía que había algo más.
– Te lo he dicho sólo como consejo, ¿de acuerdo? Hace poco he tenido algunos escarceos con los capos y me dijeron que cuidase mis espaldas en lo que a los Murray se refiere. Yo te lo he dicho a ti y deberías apreciar lo que vale esa información. Ellos lo saben todo porque tienen a casi toda la bofia metida en el bolsillo y su opinión es compartida por todas las personas con las que me relaciono. Si estás dispuesto a seguir por el mal camino, mi consejo es que comprendas la diferencia que hay entre un jugador y un mentecato. Ten la cabeza gacha, la boca cerrada y el culo apretado, y verás que no te pasa nada.
Le dio otra profunda calada al habano y echó un humo tan denso que Danny tuvo que sacudir las manos para dispersarlo.
– Una última cosa, muchacho: jamás muerdas la mano del que te da de comer, ¿de acuerdo?
Era una amenaza, amistosa, pero amenaza, y Danny se dio cuenta de que Louie estaba ofendido y de que tenía razones de sobra para ello. Él se había portado bien con Danny, pero la juventud de éste le hacía sospechar de todo. Formaba parte del aprendizaje y que Louie lo supiese todo le resultó evidente, algo de lo que se percató instintivamente. Sabía que le había soltado una reprimenda y se lo agradecía de alguna manera, pues significaba que aún tenía alguna oportunidad con él, que aún estaba en su nómina.
Danny le dio un sorbo al té mientras asimilaba todo con su calma acostumbrada. Stein admiraba sus estoicos modales y además observó que aceptaba la reprimenda con ecuanimidad.
– Eres un buen muchacho, Danny, y cuando digo muchacho sé a lo que me refiero. Pero no lo jodas todo. Eres un novato y no significas gran cosa para ellos. A las personas les agradas, pero las cosas pueden cambiar en un instante. Si no me crees, pregúntale a los Murray.
Louie dio una nueva calada al puro y los ojos se le pusieron acuosos, pero eso le encantaba. Churchill había fumado esa misma marca de habanos, aunque a él probablemente no le costasen nada. Él, sin embargo, los compraba a un buen precio a una griega que tenía un temperamento endemoniado. Louie conocía a todo el mundo de cierta importancia y, sin saber cómo, se las arreglaba para tenerlos a todos de su lado. Se mantenía alejado de los feudos personales si era posible y jamás discutía de nada que hubiese oído. En su mundo eso era una garantía. La obvia intranquilidad que había suscitado en el muchacho le había molestado porque se había arriesgado en más de una ocasión para ayudarle. Aunque por un lado comprendía su reticencia, ya que era un novato que aún buscaba la forma de abrirse camino, por otro deseaba abofetearle.
Danny se levantó y estrechó firmemente la mano que le daba de comer a él y a su familia, mostrando en su sonrisa el remordimiento que sentía. Sin embargo, el daño ya estaba hecho y ambos lo sabían.
Mary Miles regresaba de la escuela acompañada de Jonjo Cadogan y, cuando pasaron por su bloque de pisos, ambos se echaron a reír. Se suponía que ella estaba en misa y él jugando al fútbol, pero ambos mentían con tanta facilidad que las mentiras salían de su boca con suma naturalidad. Cuando se dirigían al descampado que llamaban parque, vieron que el hermano de Mary, Gordon, se acercaba en su bicicleta.
– ¿No te da vergüenza ir en un cacharro de mierda como ése? -dijo Jonjo.
Su voz estaba cargada de malicia, pues le molestaba cualquier intrusión en su pequeño mundo. Aunque sabía que Mary no compartía esos sentimientos, a él le molestaba cualquier tipo de intrusión, aunque fuese la de su hermano. Su amor por ella era tan intenso que llegaba a asustarla. Casi siempre, con estar cerca de ella era más que de sobra, pero cuando alguien más entraba en escena le resultaba imposible controlar sus emociones. Gordon no suscitaba sus celos, pues, al fin y al cabo, era su hermano, pero pasaba tanto tiempo en compañía de su hermana que lo consideraba un estorbo, un mal necesario.
Gordon sonrió. Tenía el mismo pelo rubio que su hermana y la misma sonrisa curvada. Los dos eran bastante guapos y ambos lo sabían. Mary acababa de pasar la pubertad y se estaba haciendo una mujer, por eso su hermano mayor la vigilaba como un halcón. A los nueve años ya sabía más de la cuenta y se percató de lo fácil que es manejar a los hombres para que hicieran lo que desease.
Gordon derrapó con la bicicleta cuando llegó a su altura, su robusto cuerpo dándole un aspecto más torpe de lo usual. La bicicleta era una tartana, de eso no cabía duda, pues la había hecho de piezas que le habían regalado los vecinos y amigos. Fea pero funcional. Todos se reían de ella, pero para él era un medio para conseguir un fin. Él tenía un medio de locomoción, más de lo que podían decir muchos otros.
Había aprendido hacía muchos años que la iniciativa era el principal ingrediente para sobrevivir en la calle y eso era algo que le sobraba. Sonrió de nuevo y su hermana fue la única que se dio cuenta de que estaba muy lejos de responder a los comentarios peyorativos de su amigo y vecino.
– No, no me da vergüenza, Jonjo -respondió-. La mires por donde la mires, ya es más de lo que tú tienes.
Jonjo sabía cuándo alguien le había puesto en su sitio y aceptó la reprimenda de la mejor forma posible.
– ¿Qué pasa, tío? ¿Acaso no aguantas una jodida broma?
Gordon negó con la cabeza.
– No, no me gustan las bromas. Y menos de gente como tú.
Miró a su oponente con odio, con verdadero odio, mientras decía:
– ¿Nos vamos a casa, Mary? Mamá te está buscando.
Mary Miles suspiró pesadamente. Si su madre la estaba buscando, tendría que aguantar la retahíla acostumbrada. Eso significaba dolor, físico y mental, además de horas enteras de drama y recriminaciones. Y también que ella lo solucionase con la pasma cuando se presentase, porque de eso no cabía duda, su madre se aseguraría de que hiciesen acto de presencia. Era su nueva forma de divertirse y disfrutaba de todo el drama que ponía en ello.
La policía estaba acostumbrada a que Mary interviniese cada vez que su madre se enfrascaba en una de sus trifulcas. Confiaban en ella porque sabía cómo sosegarla, cómo solucionar sus rutinarias disputas. Su madre tenía peleas con los vecinos a cada momento, peleas violentas que siempre eran por su culpa y que terminaban en las manos. Un puñetazo era la única válvula de escape que utilizaba su madre, además de su única forma de enfrentarse a los avatares de la vida. Se había convertido en el hazmerreír de todos y hacía insoportable la vida de sus hijos. Además de tener que vivir con sus reyertas personales, su afición desmesurada por la bebida y sus devaneos, tenían que enfrentarse a sus compañeros de clase, quienes conocían de sobra su situación porque con frecuencia sus padres eran los que habían recibido los insultos y las amenazas.
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