Era una situación en que tenían todas las de ganar, por eso Michael y Danny se estaban aprovechando al máximo de ella. Explotar una situación era su lema y, al parecer, no les iba nada mal. También les habían pedido que suministrasen marihuana a una nueva clientela y eso les agradaba. Se hablaba de ellos, todo el mundo solicitaba sus servicios, se habían convertido en los nuevos ídolos del barrio y estaban disfrutando con ello. Todos los capos del Smoke los conocían, sentían simpatía por ellos y los admiraban. Eran muchachos, por lo que de momento no suponían ninguna amenaza para nadie, pero muy útiles si se trataba de hacer un pequeño trabajo. Justo lo que ellos habían estado buscando, por lo que habían rezado. Por pequeños trabajos.
Estaba oscuro y corría un aire frío cuando el lejano sonido de la sirena de un coche de policía rompió el silencio. Danny estaba muy borracho y el aire frío de la noche le cortaba los pulmones cada vez que respiraba.
Había salido del desguace unas horas antes porque, al ver que Louie le iba a echar uno de esos sermones paternales, decidió irse de marcha. Por mucho que apreciase a ese hombre, no tenía intención de discutir sus asuntos con él porque le daba mucha vergüenza. Ya tenía bastante con que todo el mundo supiera que su padre los había abandonado y les había dejado en la estacada.
Mientras se dirigía hacia el mercado de Shepherd notó que la rabia le bullía de nuevo. Tenía quince años y la responsabilidad de su familia recaía sobre él. Sin embargo, pensaba utilizar a su padre en su beneficio con el fin de que todo el mundo lo considerase un gran tipo, un hijo generoso. Después de todo, era sangre de su sangre. Luego, cuando llegase el momento oportuno, se daría el gustazo de ponerlo de patitas en la calle de una vez por todas.
Aquella noche había tenido una cita con un capo de Silvertown, Derek Block, y habían acordado que Danny se encargaría de cobrar algunas deudas suyas en las semanas siguientes. Luego, después de haber hablado de negocios, se habían ido a pasárselo bien. A Derek Block le resultó muy divertido ver el estado de embriaguez en que se encontraba Danny y quizás hubiese ayudado a fomentarlo. A Danny Boy, Derek le cayó mejor de lo que esperaba. Teniendo en cuenta que era un cretino redomado, se sorprendió agradablemente de lo bien que se lo habían pasado juntos.
Ahora volvía a estar solo y, aunque el alcohol le salía por las orejas, consiguió caminar en línea recta y tener un aspecto sobrio.
Danny Boy iba vestido con elegancia, como de costumbre, con un traje oscuro y ese largo abrigo que lo hacía parecer mayor de lo que era. Mientras se dirigía hacia el mercado de Shepherd sólo pensaba en su madre, en su embarazo y en su vil traición al resto de la familia.
Era ya bastante tarde, por eso se cruzó con las últimas chicas que andaban trabajando la calle. Eran los restos de una sociedad coartada y eso le hizo enfadar de nuevo. Respiró profundamente, decidido a tratar de controlar su rabia y su temperamento. A él le gustaban las putas, pues no le causaban ninguna preocupación. Cuando estaba con ellas, sabía en qué lugar se encontraba y no tenía necesidad de ser agradable si no le apetecía. Para él eran útiles, nada más, pues satisfacían sus deseos sin que él se viera obligado a decirles que le gustaban. Su apetito sexual era enorme, mucho mayor que el de todos sus colegas juntos. La mayoría de ellos no tenían ni idea de lo que era echar un polvo aunque se lo pusiesen en bandeja, por lo que se tenían que contentar con hablar de ello y darle a la manivela. Sin embargo, él necesitaba desahogar su agresividad contenida con bastante frecuencia y el sexo le servía en ese sentido.
El mercado estaba casi vacío, así que empezó a caminar con más diligencia, deseando no haberse demorado hasta tan tarde. En ese momento vio a una joven oculta en las sombras; una joven que, con sólo verla, se sabía que era nueva en las calles, pues aún tenía la piel clara y su mirada carecía de ese brillo malicioso que se genera con la experiencia y el intercambio del sexo por dinero.
Ella sonrió dócilmente y él le hizo señas para que lo siguiera. Danny oyó el ruido de sus tacones en la acera, tratando de alcanzarlo, y se sintió bien. La estaba llevando fuera de su terreno y era muy tarde, lo que indicaba que necesitaba urgentemente dinero. Llevaba puesta una falda corta de satén, una camisa de colores y un abrigo afgano que había conocido épocas mejores. Sus largas y delgadas piernas no tenían medias y los zapatos de tacón alto que llevaba le impedían andar debidamente. Danny se detuvo en un portal mientras ella le daba alcance. Su rostro, a pesar de lo excesivamente maquillado que estaba, denotaba nerviosismo, y su atuendo le daba un aspecto un tanto ridículo. Danny se sonrió mientras ella se acercaba.
Bajo la tenue luz vio que era realmente bonita, que no tendría más de diecisiete años y que estaba totalmente desarrollada. Su sonrisa dejó entrever unos dientes blancos muy pequeños y una confianza completamente desconocida para él.
Danny Boy la miró durante un rato. Tenía el pelo rubio y espeso, los ojos azules y muy separados, y una cara pequeña en forma de corazón. Su piel cremosa aún estaba lisa, aún no le habían salido las arrugas que las prostitutas de la calle tienen a tan temprana edad. Su exagerado maquillaje le daba un aspecto aún más joven y su sonrisa era auténtica y genuina. Además, había prescindido del protocolo y de las frases de costumbre cuando se intercambia dinero por servicios sexuales. No había duda: era una completa novata.
– ¿Cuánto? -preguntó Danny.
La joven se encogió de hombros, lo que le dio un aspecto aún más vulnerable.
– No sé. ¿Cuánto pagas normalmente?
Tenía una voz suave y respiraba con fuerza por el frío. Danny no le respondió. Se limitó a empujarla contra él y, aferrándola con fuerza, empezó a sobarla. Cuando le apretó los pechos con fuerza, ella cerró los ojos mientras él le abría de piernas con su rodilla. La empujó contra la puerta de la tienda y la besó. Le metió la lengua y le exploró como si se tratase de una verdadera novia. Ella notó el sabor de los chicles Wrigley y de los cigarrillos. Danny no tenía la costumbre de besar a las putas; ésta era una excepción. Mientras la acariciaba, oía su respiración, y luego la besó con tanta violencia que ella apenas pudo respirar. Ella trató de apartarse, pero él se lo impidió cogiéndola de los pelos y echándole la cabeza tan atrás que pensó que terminaría por desnucarla. Luego, asustada, pensó que deseaba hacerle daño de verdad. Danny le mordió con fuerza el labio inferior y ella gritó de dolor. Danny notó el sabor de su sangre, pero eso sólo sirvió para que se sintiera más excitado. Le había quitado el sostén y empezó a chuparle y morderle los pechos hasta que empezó a llorar de dolor y humillación. La levantó y la colocó en una postura que le permitió echarse encima de ella y penetrarla mientras sentía la firmeza de su cuerpo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que eso es lo que estaba buscando: ella estaba tan poco usada que su cuerpo aún estaba firme y prieto, lo que resultaba sumamente excitante. El hecho de que ella estuviera seca y dolorida no se le pasó ni por la cabeza, pues estaba embriagado por el sentimiento que ella le había provocado. Pasando sus piernas alrededor de la cintura la penetró hasta que terminó eyaculando.
– Jodida perra, jodida puta.
Danny repetía esas dos frases una y otra vez, pero ella se dio cuenta de que lo hacía de forma inconsciente.
Cuando explotó de placer y volvió de nuevo a la realidad, oyó la voz de la joven pidiéndole que parase. Se devanaba por soltarse y el dolor que sentía le hizo recuperar las fuerzas. Danny la cogió de las muñecas y se las aferró contra la puerta de madera. El golpe la dejó exhausta y su cara se retorció de dolor e impotencia. Ella lo miró a los ojos y se percató de que estaba delante de una persona muy peligrosa, uno de esos que, tras la apariencia de un cordero, esconde un lobo. Dejó de poner resistencia y esperó hasta que terminase, a sabiendas de que cualquier cosa que hiciese sería inútil. Cuando por fin terminó, notó que la aferraba con todas sus fuerzas y que jadeaba en sus oídos.
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