– ¿Quieres otra?
Danny sonrió mientras su padre sonreía nerviosamente. A él le encantaba la inquietud que suscitaba allá donde iba, le encantaba saber que ahora era alguien importante, alguien a quien se debía respetar porque ya se había forjado una reputación. El hecho de que hasta los más mayores le tratasen con respeto era como un bálsamo para su alma torturada, algo que necesitaba y que, cada vez que experimentaba, deseaba más. También le encantaba el sentimiento que provocaba en su padre porque sabía lo duro que le resultaba andar por ahí dándoselas de alguien y saber que eso sólo podía hacerlo porque él, Danny Boy, se lo permitía. Una sola palabra de su boca bastaría para que a ese viejo estúpido lo pusieran fuera de órbita sin dudarlo. Sin embargo, ver el respeto que inspiraba su padre era una prueba más de su importancia y eso le llenaba de orgullo. Además, el viejo, a veces, resultaba de utilidad, pues tenía un olfato del que ambos se beneficiaban a ojos de los demás. Miró a su padre con una expresión de mofa en el rostro y luego lo ignoró, pues palpaba el ambiente que había creado con su sola presencia y eso le encantaba. Se percataba de que la gente lo miraba a escondidas, temiendo que sus miradas pudiesen encontrarse y, al mismo tiempo deseando que los saludara a ellos en particular porque eso resaltaba su reputación. Era un sentimiento de poderío que le entusiasmaba.
Lawrence Mangan era un hombre de pocas palabras. Un hombre tranquilo, con un aspecto inofensivo, amable hasta más no poder, generoso en extremo y loco como una cabra. Era alto, robusto, con unos ojos azules que siempre parecían sonreír y siempre estaban al acecho de lo que fuese. Se le conocía en todo el Smoke y era respetado por todo el mundo, incluso la pasma sentía una especie de respeto morboso por él porque sabían que andaba metido en todo, aunque jamás habían podido probarlo. De hecho, no estaba fichado y ni tan siquiera le habían puesto una multa.
Lawrence Mangan, Lawrie para sus amigos, disponía de una serie de hombres sumamente leales que eran los únicos que sabían lo peligroso que podía llegar a ser. Las pocas personas que habían cometido la estupidez de decepcionarle tenían la costumbre de desaparecer de la faz de la tierra y no dejarse ver jamás.
Lawrence Mangan sabía cómo evitar verse inmiscuido y también sabía que la única forma de sobrevivir en ese mundo era contratando a lo mejor de lo mejor. Tenía como norma tratar sólo y exclusivamente con personas en las que confiaba plenamente, personas que ganaban un buen sueldo y que eran lo bastante listos para saber que él no era un tipo al que le gustasen las bromas. En el pasado había despachado a muchos hombres, a sabiendas de que el trabajo sucio tiene que hacerlo uno mismo para que nadie te delate. La gente, la pasma incluida, podía pensar lo que quisiese, pero para acusarle se necesitaban pruebas y eso no resultaba tan sencillo tratándose de Lawrence Mangan.
Ahora, sin embargo, se enfrentaba a un dilema. Uno de sus antiguos socios, un buen amigo, había tenido la desgracia de ser arrestado, algo que de por sí no le preocupaba. Lo que sí le inquietaba es que el hombre en cuestión había salido en libertad bajo fianza y, lo que es más, estaba sentado en el mismo bar que él y simulando que nada había pasado.
Para cualquiera que viviera en ese mundo, y conociendo sus antecedentes, las probabilidades de que saliera en libertad condicional eran tan escasas como las de echarle un polvo a Doris Day. Por eso, Lawrence tenía sus sospechas. Jeremy era una de las pocas personas que podían hacerle daño de verdad, por eso tenía que asegurarse de no concederle esa oportunidad. Si Jeremy estaba a punto de venderle, algo que probablemente estaría considerando porque otro arresto significaría que no saldría a la calle hasta que sus hijos estuvieran chocheando, tenía que evitar a toda costa que eso sucediese. Si era cierto que ya había hablado más de la cuenta, algo que daba por hecho, entonces no había duda de que estarían vigilándolo y, por tanto, tenía que asegurarse de no verse implicado si algo le sucedía a Jeremy. Pensó que debía asumir el hecho de que Jeremy ya les había suministrado suficiente información como para estimular un interés personal por él. Seguro que no les habría dicho nada importante hasta que ellos no le hubiesen ofrecido un trato decente, pues sabía que, cuando se hace un trato con la pasma, nunca se proporciona la información más importante hasta que no se tienen las garantías por escrito. Todo el mundo sabía que la pasma no es de fiar cuando se trata de negociar con criminales habituales.
Es posible que Jeremy tuviera razón al decir que había sido un golpe de suerte, es posible que dijera la verdad cuando aludía que todo había sido obra de un milagro, pero ése no era un argumento que estuviese dispuesto a aceptar Lawrence. Jeremy tenía los días contados, aunque él no lo supiese todavía.
Mientras le daba un sorbo a su oporto, Lawrence pensó que posiblemente él también tuviera los días contados por culpa de ese traicionero cabrón. Aunque no podía demostrar nada, había aprendido con la experiencia que más valía prevenir que curar. Sonriendo, levantó el vaso en señal de brindis y observó cómo el muy cabrón le devolvía el gesto y la sonrisa. Tratándose de Jeremy, tenía que utilizar la inteligencia, pues era un perro viejo y seguro que andaba al acecho de cualquier cosa que le resultase sospechosa. No le quedaba más remedio que utilizar a alguien de su círculo para resolver el problema definitivamente, lo cual tampoco le hacía demasiada gracia.
Jeremy era demasiado astuto como para permitir que nadie que él conociera se le acercase demasiado, por lo que tenía que ser sorprendido por alguien desconocido. Al igual que ahora. Jeremy no sospechaba que él ya lo había calado, que en ningún caso le hubieran concedido la condicional y lo hubieran llevado en un taxi desde la comisaría hasta el pub si no fuera porque se había ido de la boca. La única manera de salir era metiendo a alguien en su lugar, de eso no le cabía duda. Pues bien, ése no sería él.
Necesitaba una cara nueva, alguien joven que estuviese dispuesto a dar el paso que hay entre una buena vida y una vida de esplendor. Necesitaba de alguien inteligente que supiera mantener la boca cerrada y que fuese lo bastante fuerte como para llevarse por delante a Jeremy sin dudarlo. De hecho, necesitaba encontrar a un nuevo Jeremy que fuese capaz de quitar de en medio al viejo. Pensar en eso le hizo sonreír. Mientras escuchaba toda la charlatanería a su alrededor empezó a planear tranquilamente la forma de eliminar a su viejo amigo, algo que debía hacerse lo antes posible. Como decía su abuelito, o cagas o te levantas de la taza. Conocía a la persona indicada para hacer ese trabajo y pensaba resolverlo cuanto antes.
Mientras observaba cómo fanfarroneaba su padre en el bar, Danny se preguntó por qué no sentía nada por él, ni siquiera rabia. Bueno, la verdad es que no sentía nada especial por nadie. Quizás en algún momento había llegado a querer a su madre, pero últimamente lo había decepcionado porque se había dado cuenta de que sólo había cuidado de ellos por lo que dijera la gente. A los ojos de todo el mundo, él aparecía como un buen muchacho y quería seguir conservando esa imagen. La gente admiraba su lealtad, aunque ésta no existiera. El no era de los que tenían problemas de conciencia, ni de los que dejaban que los asuntos le arrebatasen el sueño. Su vida consistía en hacer dinero y demostrarle al mundo entero que era alguien. De hecho, ya lo consideraban alguien de suma importancia.
El olor a cigarrillos y cerveza rancia invadía sus fosas nasales y además le recordaba a su padre. El ambiente del pub estaba sumamente cargado, exacerbando el olor del perfume y de la ropa barata. Esperaba algo más de sí mismo, mucho más.
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