Michael abrió los ojos, vio la luz cegadora del día y los cerró de nuevo. Notó que ya era de tarde. Sin mirar el reloj que estaba a su lado, supo que serían las cuatro o las cinco de la tarde. El día ya se había acabado.
La chica se agitó y por eso se dio cuenta de que no estaba solo. Parpadeando, volvió a abrir los ojos y la miró; estaba acurrucada, hecha un ovillo, con su cuerpo pegado al suyo. Se sintió aliviado al saber que no la conocía de nada. Tenía el pelo largo y rubio, y un rostro infantil. Por lo que veía, tenía unos hombros estrechos y unas bonitas piernas. Hizo un esfuerzo por tratar de recordar cómo la había conocido, pero no pudo.
Se levantó de la cama con sumo cuidado. Le alegró saber que no se encontraba en su casa y que podría marcharse antes de que ella se levantase y empezara con la cantinela acostumbrada. Las chicas lo sorprendían a veces. Se acostaban contigo, un completo extraño, y al día siguiente ya esperaban que las tratases como si fuesen reinas. El las aborrecía a todas.
Mientras se vestía, volvió a mirarla. Era una muñeca muy bonita, con unos pechos pequeños para su gusto, pero sin duda no escasos. No era la primera vez que se acostaba con una de esas chicas: fulanas del tres al cuarto que se buscaban la vida. Luego, para colmo, creían que, por el mero hecho de habérselas follado, ya tenían algún derecho sobre él. A veces resultaba engorroso porque se le habían acercado cuando estaba en público, siempre mascando chicle, sonriendo y con una familiaridad que le provocaba un rechazo inmenso aun antes de que hubieran abierto la boca. Aquello tenía que acabar, porque se estaba convirtiendo en una fea costumbre. Cuando se puso los mocasines un tanto compungido, se dio cuenta de que ella ya se había despertado y lo estaba observando.
– ¿Te vas?
Era una pregunta, ni más ni menos. Asintió, tratando de evitar discusiones a menos que fuese necesario.
– De acuerdo. ¿Nos vemos luego?
A su manera, era una chica guapa y atractiva. Tenía el cuerpo tenso por el deseo. Michael se dio cuenta de que sabía tanto de él como él de ella.
– Ya te llamaré.
La chica soltó una carcajada. Luego se sentó en la cama y se estiró perezosamente, mostrando todo su esbelto y joven cuerpo, y él lamentó repentinamente el querer haberse ido tan pronto. Con ingenuidad, dijo:
– No tengo teléfono, colega, así que deja tu número y ya veremos.
Asintió mientras se preguntaba dónde estaría y cómo había llegado hasta ese sitio. Tuvo la impresión de estar en el sur de Londres, no sabía por qué, pero ésa era la sensación.
Antes de bajar la mitad de las escaleras vio que se encontraba en una especie de squat [6]. Cerca de la entrada principal vio a Danny Boy apoyado en el marco de la puerta que conducía al salón de la casa, con su sonrisa de siempre.
– ¿Te encuentras bien, Mike? Pensaba que te había matado a polvos.
Aún conservaba su aspecto fresco y lozano. Michael envidiaba su capacidad para ingerir anfetaminas y mantenerse sobrio durante toda la noche.
– Estoy hecho una mierda, Dan.
Danny se rió.
– No lo tomes a mal, Mike, pero debería haber resuelto ese asunto yo solo.
Con un gesto, le indicó que lo siguiera hasta la cocina, y Michael se dio cuenta de que no le quedaba otra opción que obedecerle. El salón estaba vacío, salvo por una chica morena que yacía dormida en el suelo. Aún estaba borracha, pero su pelo moreno le trajo algo a la memoria. Pasó por encima de ella y entró en la diminuta cocina. El olor a basura y a ropa sucia le dio de lleno y se tuvo que llevar la mano a la boca para no vomitar de nuevo.
– Qué peste.
Danny aún sonreía cuando abrió la puerta trasera y salió a un patio que se suponía era el jardín. Había un viejo sofá bastante destartalado, pero que todavía parecía cómodo. Se sentaron uno al lado del otro. A su alrededor se oían los ruidos y se percibía el aroma típicos de los domingos por la tarde. Las radios estaban puestas y el olor de la carne asada impregnaba el aire de promesas. A los dos les entró un hambre voraz y repentina.
– Ayer se te fue la olla. ¿Te acuerdas de algo?
Michael negó con la cabeza pesadamente.
– La verdad es que no. ¿Está el coche fuera?
– Más vale que sí. Tienes treinta de los grandes en el maletero.
Danny volvió a reír y Michael cerró los ojos al recordar los acontecimientos que habían tenido lugar la noche anterior. Llevándose las manos a la cabeza, gritó:
– No lo hicimos, ¿verdad? No me jodas, Dan, y dime que no lo hicimos.
Danny se reía a carcajadas y su risa era tan contagiosa que Michael empezó a reírse con él.
– Lawrence nos va a matar.
– ¿Por qué? Nos pidió que hiciésemos algo y lo hemos hecho. El dinero está en el coche, la deuda se ha cobrado y de paso nos hemos llevado un pellizco. Todo el mundo ha salido ganando.
– Pero treinta de…
Danny se había quedado serio.
– Nos hemos ganado ese dinero limpiamente y nadie puede reprocharnos haberlo cogido. Estaba allí y lo cogimos. Punto.
Michael sabía que su amigo tenía razón. Habían cobrado una deuda de juego para Lawrence, algo muy normal en los últimos tiempos, sólo que esta vez el hombre al que tenían que cobrar la deuda había sido lo bastante afortunado como para tener un golpe de suerte esa misma tarde. De hecho, tenía dinero de sobra para pagar la deuda y para meterse en una nueva. Ellos cogieron el dinero de Lawrence, tal como se esperaba, pero luego decidieron quedarse con el resto para darle una lección. Al menos, eso fue lo que se dijeron uno al otro. Estaban tan colgados que en realidad le robaron, incluso llegaron a encañonarlo con una pistola. Le vieron el manojo de billetes y decidieron que tenían derecho a llevarse un porcentaje por las molestias que se habían tomado buscando a ese cabrón por todo el Smoke.
El hombre en cuestión, un tal Jimmy Powell, no era precisamente conocido por tener demasiados amigos y se había ocultado tan bien que ellos se habían demorado en el cobro de la deuda; por eso, cuando lo vieron, decidieron darle una buena zurra, no porque quisieran quedarse con el dinero, sino porque se había reído y mofado de ellos. Había cometido el error de no tomarlos en serio, más aún teniendo dinero para pagarles. Y lo que es peor, había pensado que iba a salirse con la suya.
Había sido un robo en toda regla, pero también un dinero fácil. Pensaron que lo único que habían hecho era aprovechar una oportunidad que se les había presentado; por tanto, ¿qué había de malo en ello? No habían sido los primeros ni serían los últimos en aprovechar la oportunidad de llevarse un pellizco por su cuenta. Además, el hombre en cuestión no estaba en situación de quejarse. Después de todo, él tenía la culpa de que hubieran recurrido a ellos. Lo malo era que lo habían pillado con más dinero de la cuenta. Quince de los grandes no era moco de pavo y el tipo era un mierdecilla que se había escabullido alegremente mientras ellos llevaban semanas buscándolo. Pensaban que se merecían ese dinero extra por su dedicación al trabajo y por el mero hecho de haberse burlado de ellos. Sin embargo, ambos sabían que había algo más, que era la forma en que Danny Boy quería decirle a Lawrence que no estaba contento con la situación. Los estaba utilizando como recaderos, algo que Danny le recordaba cada vez que tenía ocasión, pero se había equivocado con ellos pensando que por unas pocas libras tenía garantizada su lealtad.
Los estaba poniendo a prueba, ellos lo sabían y, lo que es peor, sabían que él lo sabía. En los últimos años los había utilizado para hacer el trabajo sucio y ellos habían respondido bien y de buena manera. Pero ahora ya tenían veinte años, se habían hecho hombres y ambicionaban más de lo que él les ofrecía. El dinero era algo fácil de conseguir, ambos tenían un don para hacerlo. Danny, además, se estaba impacientando y quería librarse de esa atadura para hacer lo que quisiera cuando quisiera. Michael sabía que Danny era capaz de lograrlo y, como de costumbre, lo arrastraría a él también. No era la primera vez que se habían salido de la línea, ni tampoco sería la última, pero era la primera vez que se habían llevado un buen dinero, una cantidad cuantiosa, dinero de un gánster, además.
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