– Voy a sacarte un ojo y, si luego quieres seguir jugando a hacerte el héroe, te sacaré el otro. Voy a romperte hueso por hueso hasta que me digas lo que quiero oír, así que no te hagas el duro porque eres hombre muerto de todas formas.
Luego, antes de que Jeremy pudiera contestarle, le clavó el sacacorchos y le sacó el ojo y parte del hueso de la mandíbula. El ruido del metal contra el hueso era estremecedor, el grito pareció alargarse hasta la eternidad y la sangre corría por todos lados. Michael lo observaba horrorizado, tanto que sintió arcadas y terminó por vomitar en el suelo.
Danny se levantó, encendió otro cigarrillo e ignoró el dilema en que se encontraba su amigo. Luego se dirigió a una mesa que había cerca de la puerta y se sirvió un whisky. Colocó el sacacorchos en la mesa, con el ojo de Jeremy clavado en él. Lo volvió a coger, desprendió el ojo con el dedo índice y lo miró caer al sucio suelo. Le dio un pisotón y lo restregó contra el piso.
Cogió su copa y se la terminó de un trago. Luego sirvió otra y le acercó el vaso a Michael.
– Bébete eso, blandengue de mierda.
Jeremy estaba más callado. El insoportable dolor y el darse cuenta de lo que le iba a suceder lo tenían absorbido. Se estaba ahogando en su propia sangre y era plenamente consciente de que estaba agonizando. Se dio cuenta de que Danny Boy Cadogan era un bicho raro, un sádico que disfrutaba con ese tipo de trabajos, una de esas personas que se deleitan infligiendo daño y que están dispuestas a hacer lo que sea con tal de conseguir las respuestas que desean.
Michael se bebió el whisky de dos tragos. Sudaba tanto que Danny lo olía, a pesar del intenso hedor a sangre que reinaba en el ambiente. También percibía el sabor de la victoria porque tenía la certeza de que Jeremy terminaría por decirle lo que quería saber.
Danny condujo a Michael hasta una vieja silla de oficina y lo hizo sentar con un gesto cariñoso. Michael miró los restos del globo ocular espachurrado en el suelo y volvió a sentir unas terribles náuseas.
– ¿Te encuentras bien, colega?
Michael asintió, aunque su estómago estaba decidido a vaciarse por completo.
– Eres un cobarde. Este tipo es un jodido chivato, no sé por qué te pones así.
Le guiñó el ojo alegremente y regresó a donde Jeremy gemía. Volvió a arrodillarse a su lado.
Jeremy balbuceaba incoherencias, tratando de librarse de sus ataduras. Deliraba por el dolor y le preocupaba saber que ese muchacho jamás hablaría con respeto de su muerte, sino que bromearía con ella y que disfrutaría viéndole rogar que pusiese fin a su tortura. Estaba acabado y lo sabía.
Danny prestó atención y finalmente logró sonsacarle la respuesta que deseaba.
– Bueno, eso ya es otra cosa.
Luego, sonriendo de satisfacción, empezó a torturar a Jeremy, observando cómo su cuerpo se retorcía por la agonía, observando los gestos de miedo que mostraba su rostro, escuchando los gemidos de dolor que emitía cuando ya era incapaz de pronunciar palabra alguna. Danny Boy se sentía fascinado por esa muerte. Sabía que, por primera vez, iba a presenciar cómo alguien abandona esta tierra, abandona todo lo que sabe y a todos los que conoce. Sintió el poder que le proporcionaba su posición, el poder de disponer de la vida de alguien, de devolvérsela o de arrebatársela. Al final se aburrió de sus juegos y se hartó de escuchar las súplicas de Michael para que dejara de hacerle sufrir, así que se levantó y acabó de una vez por todas con la vida de Jeremy.
Todo eso formaba parte del aprendizaje, sólo que en esta ocasión el que había recibido la lección no era el hombre que yacía muerto en aquel mugriento suelo, sino Michael. Se dio cuenta de que aquella noche había sido la primera de otras muchas que vendrían después y de que Danny ya no le dejaría apartarse de su lado nunca jamás. Él estaba tan involucrado en ese asunto como Danny, puesto que lo había presenciado en primera línea y había permitido que sucediese. Cuando vomitó de nuevo, escuchó la sonora carcajada que soltaba su amigo al ver su debilidad.
– Tranquilízate, Mike. El muy cabrón era un chivato y se lo tenía bien merecido.
Danny Boy encendió otro cigarrillo y se sirvió otra copa. Tenía las manos manchadas de sangre, y después de darle una calada a uno de sus Embassy, añadió:
– ¿Viste las tetas de Caroline Benson esta noche? Definitivamente, la he incluido en mi lista.
Michael no le respondió porque no sabía qué decir.
– Nadie encontrará su cuerpo, señor Mangan.
Lawrence asintió casi imperceptiblemente, satisfecho de los modales respetuosos que empleaba el muchacho y del aura que desprendía tras haber hecho un trabajo impecable.
– Bien hecho, muchacho. Ahora que sé lo que le dijo ese cabrón a la pasma, podré resolver el asunto.
Danny no respondió. Sabía de sobra que debía tener la boca cerrada.
Mangan había visto el cuerpo antes de que se librase de él y apreció que el muchacho se hubiese lavado y acicalado antes de presentarse para recoger su merecido salario. No lo insultó reiterándole que no hablara con nadie del asunto, pues sabía que estaba fuera de lugar. Una vez que estuviera dentro de la empresa, la gente sacaría sus conclusiones, pero una cosa era especular y otra saber.
La policía sería sobornada con dinero, como siempre, pero la oportunidad de echarle mano y de implicarlo, ya fuese con el juego o con las mujeres, se había desvanecido por completo. Sin Jeremy, no tenían nada de qué acusarle. Ahora se trataba únicamente de limitar los daños, pero Mangan jamás saldría a relucir, pasara lo que pasara.
Lawrence arrojó un sobre marrón grande al otro lado del escritorio y Danny Boy se quedó sorprendido de lo grueso que era. Pensó que algún día sería como ese hombre, pues estaba decidido a ponerse a su altura, ser su igual y no su empleado.
– Hay veinte de los grandes, diez por el trabajo y diez por tu salario mensual. Ahora trabajas para mí, muchacho. Pero guárdalos durante un tiempo. Te pagaré cada seis semanas y, cuando te necesite, me pondré en contacto contigo.
Danny asintió, cogió el sobre y se lo metió en el bolsillo sin abrirlo.
– Gracias, señor Mangan.
Habló con el respeto que agradaba y exigía ese hombre.
Lawrence lo observó cuando se marchaba y se percató de su fortaleza, de la solidez de sus jóvenes músculos y de la malicia que escondía su personalidad. Danny Boy Cadogan sería alguien a tener en cuenta, de eso no cabía duda, pues tenía la habilidad de hacer lo que se le pidiera sin hacer preguntas. Al fin y al cabo, ese muchacho había eliminado a los Murray y había dejado tullido a su propio padre, por eso no cabía duda de que sabía jugar a ese juego.
Cuando oyó que abandonaba el local, Lawrence Mangan se dirigió a su otra oficina. Allí estaba su viejo amigo esperándole:
– Me aconsejaste bien, Lou. El muchacho sabe lo que hace. Vaya cabrón que está hecho.
Louie se encogió de hombros sin darle importancia.
– Es un buen muchacho, pero te aconsejo que tengas cuidado con él. Tú viste el cuerpo de Jeremy. Pues bien, si le conozco bien, te diré que seguramente ha disfrutado hasta el último segundo. Es como un perro rabioso. Si le das de beber y de comer, no habrá problemas; pero si no le das de comer o le haces daño, tendrás que vértelas con él.
Louie habló con tristeza porque recordaba al joven que había aparecido por primera vez en su desguace buscando trabajo. Ese muchacho había desaparecido y ya jamás regresaría. Ésa era la parte negativa del mundo en que vivía, y Danny Boy Cadogan, gracias al hombre que lo había engendrado, ahora encajaba perfectamente en él.
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