El dolor que sentía era real, totalmente real. Le había separado tanto las piernas que notaba que las caderas estaban a punto de rompérsele y tenía la espalda dolorida de darse golpes con el pomo de la puerta.
Danny la miró de nuevo; jamás se había sentido así. Su juventud y su falta de experiencia lo habían excitado de una forma que jamás había imaginado.
El dolor era insoportable. Mientras la dejaba poner las piernas de nuevo en el suelo, se estremeció. Ella no pudo aguantarlo y se aferró a él como pudo. Las piernas se le doblaron y se dejó caer de rodillas. El dolor era insoportable. Se dio cuenta de que sangraba, de que la humedad que sentía entre sus piernas no era sólo de él.
Danny observó el rostro de la joven y, cuando recuperó la conciencia, se dio cuenta de que la había jodido, que realmente le había hecho mucho daño. Estaba de rodillas en el suelo, doblada por el dolor, mientras él se arreglaba la ropa para adquirir de nuevo el aspecto de una persona decente. Luego miró a su alrededor para ver si alguien de los alrededores había sido testigo de sus acciones. La calle estaba vacía y la chica trataba de levantarse. Lo tenía cogido del abrigo y trataba de ayudarse para ponerse en pie. Su bonita cara estaba arrugada por el dolor y Danny vio en su mirada el miedo que había pasado. Lo olía. Tenía un olor amargo y sudoroso que le revolvió el estómago. Miró sus piernas, azules y con sabañones del frío, con los tobillos impregnados de suciedad. Su pelo espeso estaba grasiento y, cuando sus dedos aferraron su abrigo, vio que tenía las uñas pintadas y los dedos manchados de nicotina. Ahora que había saciado su apetito sexual, la realidad se impuso. Era una joven sucia, con los ojos hundidos, los ojos de una yonqui. Seguro que era una fugitiva, lo más rastrero de esta sociedad, y él se sentía avergonzado de saber que le había echado un polvo a una mujer de esas.
– Por favor, no puedo levantarme.
Su boca era como una caverna oscura y él la había besado, había besado esa boca con esos dientes tan amarillentos y esos labios tan exageradamente pintados. Notó que la bilis se le venía a la boca y tuvo que contenerse para no vomitar. El puño retumbó cuando se estrelló contra su frente y, cuando la vio caer en el suelo, le propinó una patada. Le dio con tanta fuerza que la levantó del suelo y Danny oyó cómo le crujieron las costillas cuando chocaron con sus lustrosos zapatos. Retrocedió y la miró con desprecio mientras se retorcía de dolor en la acera, gritando, con los ojos a punto de salírsele por el dolor. La pateó de nuevo en la nuca y el golpe la mandó a mitad de la acera. Luego Danny observó cómo trataba a gatas de alejarse de él.
Dejó de gritar, de hecho no podía gritar ni hablar; su instinto le decía que la única forma de defenderse era tratando de huir de esa persona que sólo deseaba hacerle daño. A pesar de que intentaba escapar de la situación tan horrible que estaba viviendo, se dio cuenta de que todos sus esfuerzos serían inútiles.
Danny miró a su alrededor. La calle aún continuaba vacía y la mayoría de las farolas tenían las bombillas rotas porque las más veteranas en el oficio se habían encargado de ello. Cuanto más oscuro estuviera, más probabilidades de ganar dinero tenían. Miró fríamente a la muchacha, cuyo sufrimiento era más que evidente, aunque eso a él le importaba un carajo. La observaba desde fuera, como si la situación en que se encontraba no tuviera nada que ver con él. Se acercó hasta donde yacía tendida y, arrodillándose, la miró detenidamente. Sangraba abundantemente, algo de lo que no se había percatado hasta entonces. Estaba tendida de espaldas, abriendo y cerrando la boca porque trataba de implorar que la dejase vivir, pero de ella no salió palabra alguna, tan sólo sangre.
Danny se preguntó por unos instantes por qué no le causaba ninguna impresión verla sufrir, por qué no se molestaba en ayudarla y también si había alguien que lo hubiera visto y pudiera relacionarlo con ella. Era como ver a un perro callejero agonizando, pues justo eso era lo que estaba haciendo: agonizar. Nadie podía sobrevivir a los golpes que le había propinado. Sin embargo, mientras recuperaba la compostura, se sacudía el abrigo y se peinaba con los dedos, se preguntó qué clase de chica era tan poca cosa como para entregarse al primero que pasara por la calle por un poco de dinero. Que le dieran por culo. A ella y a todas las mujeres como ella.
El alcohol que había ingerido empezaba a disiparse y, tras haber desahogado su ira, se sintió más en sus cabales. Antes de que la chica perdiera la conciencia, la golpeó en la cabeza en repetidas ocasiones con el fin de asegurarse de que no volviera a ver la luz del nuevo día.
Luego, mientras caminaba de regreso a casa, vio que salían los primeros rayos de sol. Se sintió maravillado de lo hermosa que podía ser la vida, por mucho que hubiera mujeres como su madre, o como esa chica sin nombre con la que se había topado esa noche.
Sabía que, permitiendo que su padre se quedase en casa, ganaría muchos puntos, a pesar de que le costaba mucho trabajo asimilar que su madre defendiera al hombre que había destruido sus vidas. Que ella le quisiese más que a sus propios hijos formaba parte del aprendizaje de la vida, por mucho que eso le decepcionara, tanto que casi le brotaron lágrimas. El se había arriesgado y trabajado como un mulo para llevar algo de comida a la casa, para poder vestir a sus hermanos, para minimizar el daño causado por su padre, pero eso parecía no importarle a su madre. Ella estaba más interesada en el cabrón con el que se había casado que en los hijos que había parido.
Justo cuando llegaba a su casa, una joven de dieciséis años llamada Janet Gardner, que se había fugado de Basingstoke, fallecía sola en la acera mientras el chulo de su novio se preguntaba dónde coño se habría metido.
Ange estaba aún levantada cuando regresó su hijo. Su principal preocupación era que se hubiese marchado, lo que significaría que ella tendría que trabajar más horas que una esclava para sacar a la familia adelante por muy preñada que estuviese. Cuando Danny entró en el piso, estaba de pie, en el umbral de la cocina, con su cuerpo rechoncho y su pelo canoso mostrando lo envejecida que estaba.
Se miraron mutuamente y, sonriendo amablemente, se acercó a ese hijo suyo que no sabía a quién había salido y lo abrazó.
– ¿Dónde has estado? Empezaba a estar preocupada.
Danny Boy se encogió de hombros.
– Tenía asuntos que resolver, madre. No te preocupes. Ya he pasado lo peor.
– ¿Te preparo algo para desayunar?
Negó con la cabeza tristemente.
– No. Lo único que necesito es dormir unas horas y tratar de aclararme la cabeza.
– Tienes sangre en el abrigo. Quítatelo y te lo limpio.
Danny bajó la mirada y vio que la sangre de la joven le había manchado el abrigo. Aún estaba fresca y aún conservaba ese color rojo intenso; de nuevo le entraron ganas de vomitar. Aún percibía su olor, el olor rancio de su cuerpo sin lavar, ese que siempre pasaba desapercibido mientras se acostaba con ellas pero que luego se le quedaba impregnado durante horas.
Se quitó el abrigo, se lo dio a su madre y ella lo dobló cuidadosamente sobre su brazo.
– Intenta ver las cosas desde mi punto de vista.
Danny no se molestó en responderle porque su hermano se había levantado y los observaba atentamente.
– ¿Qué miras?
– Vete a la mierda.
Cuando se metió en la cama, Danny aún se reía de la respuesta que Jonjo le había dado a su madre, mientras oía cómo ésta le regañaba por decir obscenidades.
– Tiene el corazón más duro que el bolso de una puta y, si he de ser sincero, no me extraña.
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