Su mirada carecía de emoción, algo que la gente no percibía hasta que no era demasiado tarde. Por lo general, su sonrisa bastaba. Como todos los mortales apuestos, se había librado de asesinar. Interrumpió a su padre de forma tan tajante que ambos se quedaron perplejos.
– Yo no soy tu puñetero hijo. Puede que lo sea de mi madre, pero tú sólo eres una puta mierda para mí.
– Soy tu padre por mucho que quieras y, créeme, no pienso ir contándolo a los siete vientos. Pero no se trata de nosotros, hijo, sino de ellos.
Señaló el vestíbulo con un dedo nudoso y amarillo por la nicotina. Su rectitud y su amargura sorprendió a los dos.
– ¿Qué pasa? Ahora te crees muy listo.
– Bastante. Algo que tú pareces haber heredado, te guste o no. Pero, quieras o no, esto se tiene que acabar ya, enano cabrón. Yo me iré, me marcharé de la casa si eso es lo que quieres, pero lo haré porque yo lo diga, no porque tú me eches de aquí.
Danny Boy miró de arriba abajo al hombre que le había engendrado y, con toda la seriedad del mundo, dijo:
– Entonces será por el bien de mi madre, digo yo.
Big Dan Cadogan sonrió y, levantando los hombros al mismo tiempo que abría los brazos en gesto de amistad, dijo:
– Me marcho, hijo. Voy a salir por esa puerta.
Danny Boy lo imitó, encogiendo los hombros y abriendo los brazos, y luego bramó:
– ¡Habrase visto! Te crees muy grande, pero no eres nada, colega, sólo un cero a la izquierda, y la única razón por la que estás aquí es mi madre, que, al igual que tú, no vale una mierda.
– Tú quieres a esa mujer con toda tu alma y lo sabes.
– ¿De verdad? Me lo estoy preguntando mucho últimamente. Ahora siéntate y cállate mientras te doy un consejo. Un consejo que, si yo estuviese en tu lugar, me tomaría muy en serio, porque estás más que acabado: ésta es mi casa ahora y más vale que lo tengas en cuenta.
Big Danny ya no sabía cómo reaccionar ante su hijo. Miró al muchacho, que había crecido bajo la tutela de su caprichosa paternidad. El muchacho tenía todo el derecho del mundo a odiarle, ya que él no se había tomado la molestia ni de conocerle porque se lo veía muy capaz de abrirse camino. De hecho, no le importó que dejasen a su padre hecho un tullido. Se dio cuenta de que ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto, para tratar de mitigar su cólera. Sacudió la cabeza lentamente.
– Espero de ti tanto como tú de mí. Pero deja que te diga una cosa, hijo, no pienso quedarme aquí sentado esperando a que me digas lo que tengo que hacer. Prefiero dormir en las cloacas.
Lo dijo de verdad, sintiéndolo de corazón, pero ya era demasiado tarde y ambos lo sabían.
Danny se sentó frente a su padre y encendió un cigarrillo. El coraje y la valentía que había acumulado Big Dan se desvanecieron y empezó a sentirse culpable del tipo de persona que había creado y traído a este mundo. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que aquel muchacho carecía de sentimientos. Era un joven frío, con el corazón endurecido, al que no le preocupaba nadie y al que resultaba inútil hablarle. Le recordaba a sí mismo.
– Bueno, tú conoces las cloacas mejor que yo, padre.
Tenía razón y eso le dolió. Big Dan se vio a sí mismo y la imagen le resultó aterradora, pues ya era demasiado viejo como para intentar corregir sus errores. Sin embargo, al parecer aún se molestaba en escuchar sus consejos.
– ¿Te das cuenta de lo que has llegado a ser, Danny Boy?
Pretendía que su hijo le escuchase y entendiera lo que quería enseñarle, buscar la forma de ayudarle a que viviera en su mundo, en su peligroso mundo.
– Pues bien, hijo, tengo algo que decirte. Eres como yo, somos como dos gotas de agua, y ¿sabes lo que más me asusta? Yo soy un borracho, un jugador, un don nadie, pero ¿cuál es tu excusa?
Se rió, y de buena gana.
– Me marcho. Me quitaré de tu camino, de eso no te preocupes. Te puedes quedar con todos ellos, con toda la puñetera tribu. Pero ten en cuenta una cosa: algún día estarás sentado en este mismo sitio. Soy como tu futuro y, al igual que yo, sentirás el odio de todos los que te rodean. Esperaba que me escucharas, pero tú jamás escuchas a nadie, ¿verdad que no? Te crees un sabelotodo, pero eres tan hijo de puta como yo y como mi padre. Sólo te pido un favor, si no te importa.
Danny suspiró, como si fuese pedirle demasiado, lo cual era cierto.
– Cuida de todos, ¿vale? Espero que lo hagas, porque yo no puedo hacerlo. Yo lo he echado todo a perder, como imagino que harás tú. Pero al menos inténtalo, inténtalo como hice yo y verás que no resulta fácil.
Danny miró a su padre y lo vio tal como lo había visto desde siempre: una persona que buscaba la forma más sencilla de quitarse de en medio, de delegar sus responsabilidades al primero que tuviese a mano. Se rió, tratando de mantener la compostura y de no levantarse y hacer pedazos a ese hombre, pero en ese preciso momento necesitaba algo de él, necesitaba de su sabiduría y de su perspicacia.
– Cierra tu jodida boca, cabrón, y escucha. Antes de que te vayas, contéstame a una pregunta.
– ¿Qué coño quieres saber? ¿Por qué iba a tener que responder a tus preguntas? -respondió riéndose de nuevo con esa risa suya tan desagradable.
– Porque si no me respondes, te mataré. Y eso no es una amenaza, sino una promesa. Basta con que me des una excusa y verás cómo te quito de en medio de una vez por todas. Tienes que demostrarme que tienes algo que yo necesito, algo que quiero. Si no lo haces…
Dejó la frase sin terminar porque sabía que su padre se percataba de a qué se refería. Le estaba ofreciendo a su padre una salida, por tanto dependía de él aprovecharla o no. La atmósfera estaba cargada de violencia y ambos sabían que una palabra equivocada bastaba para que la sangre corriera. Danny Boy estaba buscando una excusa para tomarse la revancha.
Big Dan Cadogan miró a su hijo y se dio cuenta de que, por alguna buena razón, necesitaba de su experta opinión. Le estaba ofreciendo la oportunidad de redimirse y pensaba aprovecharla.
– ¿Qué es lo quieres saber?
– ¿Puedo confiar en Louie Stein o no?
Big Dan suspiró. La pregunta le sorprendió tanto que suscitó su interés, algo que jamás le había ocurrido. Big Dan quiso saber qué sucedía, ya que echaba de menos estar en primera línea y enterarse de lo que pasaba en las calles.
– ¿Confiar en él por encima de quién?
Danny Boy se rió sin demasiadas ganas. Se dio cuenta de que su padre se había percatado de que estaba en un dilema y quería saber quién más estaba en el juego.
– ¿En quién estás pensando?
Big Dan se apoyó en el respaldo de la silla, sabiendo que la respuesta que debía darle tenía que ser lo más sincera y honesta posible si es que deseaba ayudar a su hijo, algo que, a pesar de su arrogancia, quiso repentinamente hacer por la sencilla razón de que lo apreciaba. Eso le sorprendió tanto como le hubiera sorprendido a su hijo; de haberlo sabido, claro.
– Los Murray son unos parásitos, carroña pura. Yo lo sé mejor que nadie. Louie Stein es como la Virgen María en comparación con ellos. ¿Por qué me preguntas eso?
Danny Boy ignoró la pregunta porque no tenía el más mínimo deseo de entablar una conversación con su padre.
– ¿Se ha sospechado alguna vez de que Louie Stein se haya ido de la boca?
Big Dan se encogió de hombros y negó con la cabeza lentamente.
– No que yo sepa, pero ten en cuenta que Louie lleva en el ajo mucho tiempo, mientras que los Murray se aprovechan de personas como yo y como tú. No me estoy excusando por lo que hice, ni por lo que pasó, pero la verdad es que no recuerdo nada y los Murray aprovecharon la ocasión para sacarnos seis de los grandes. Y digo sacarnos porque desde el momento en que se las debía yo, se las debíamos todos los de esta familia, sin importarles lo pequeños que erais. Sé que harás lo que se te antoje, pero espero que tengas más suerte que yo con ese par de mamones. Y olvídate de ti y de tus sueños de grandeza porque ellos te los echarán por tierra y se reirán mientras lo hacen.
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