Michael dio un sorbo de té, satisfecho de ver que Danny por fin se tomaba el asunto en serio. Que hubiese escuchado ese nombre ya en dos ocasiones no podía ser una simple coincidencia. Danny Boy lo había escuchado y había terminado por hacerle caso.
– Según Louie, Ali era un verdadero capo, un turco con un par de cojones que se había abierto camino. Por desgracia, o por fortuna, según cómo se mire, fue arrestado porque mató a su esposa. Al parecer, descubrió que había sido una prostituta, algo que lo cogió de sorpresa. Como casi todos los turcos, se dedicaba a chulear a las putas, además de al tráfico de drogas, y según tengo entendido, salió del trullo el mes pasado. Ha estado encerrado en Bélgica muchos años, pero ha salido porque apeló diciendo que la pasma no había hecho el trabajo debidamente. Su abogado argumentó que, puesto que era su marido, sus huellas estaban por todos lados. Según me ha contado Louie, al juez le han dado un buen pellizco por dejarlo en libertad. Sin embargo, antes de que lo arrestaran estuvo a punto de apoderarse del Smoke. Si te soy sincero, cuando me lo contó Louie no le presté demasiada atención porque, como tú sabes, le gusta mucho el chismorreo y exagera más de la cuenta. Sin embargo, ahora creo que bien puede ser el culpable, y no estaría de más que le hiciésemos una visita. ¿Tú qué opinas?
Michael asintió en señal de acuerdo, tal como esperaba Danny.
– Sabes que es hombre muerto, ¿verdad que sí?
Michael sonrió.
– Se me ha pasado por la cabeza. No importa lo que haya hecho, más vale que lo quitemos de en medio antes de que nos cause más problemas.
Danny rió. Su apuesto rostro ocultaba su verdadera personalidad. Su sonrisa le daba el aspecto de una persona normal, de alguien que puede compartir una broma o animar a alguien con un gesto y unas cuantas palabras amables. Parecía una persona tan amistosa, tan normal, tan ingenua. Michael lo quería como a un hermano; de hecho, más que a su hermano, ya que por éste no es que sintiera demasiado aprecio porque lo consideraba un pelele del que apenas se acordaba en ningún momento, cosa que admitía. Danny Boy, sin embargo, ocupaba su mente la mayor parte del tiempo. Quitando a Carole y a sus hijos, era la persona que más le importaba y pensaba en él desde que abría los ojos hasta que se iba a dormir. Ahora, además, iban a ir juntos a la guerra y, para colmo, contra los turcos. Hasta Michael se dio cuenta de que eso era un mal necesario, pues, aunque estuviesen equivocados, una advertencia no estaría de más porque todo el mundo terminaría enterándose más tarde o más temprano. Ese tal Ali Farhi había venido al lugar equivocado en el momento menos oportuno. Además, debía de tener muy buena opinión de sí mismo, lo que resultaba de por sí un ultraje, pues había que estar loco para pensar que un precursor iba a venir a llevarse todo lo que ellos habían conseguido. Lo último que necesitaba ahora era un puñetero mierda sobre sus conciencias, que es justo donde terminaría ese hombre si no tenía cuidado.
– ¿Sabes dónde vive?
Danny abrió los brazos de par en par, mostrando un gesto de completa incredulidad en el rostro.
– ¿Y tú qué crees? Louie jamás abre la boca si no sabe hasta el último detalle. Dios lo bendiga.
– De todas formas, creo que debemos entregárselo a los Williams y dejar que ellos se encarguen del asunto.
Danny asintió con tristeza, pues estaba deseando tener algún enfrentamiento. Sin embargo, se mostró complaciente porque sabía que no les vendría mal mostrar un poco de generosidad. Lo único que tenían que hacer era dejarse ver. Tanto si los turcos eran culpables como si no, había que quitarlos de en medio, pues así matarían dos pájaros de un tiro.
Arnold estaba ya en el bloque de pisos en Hackney cuando vio las luces del coche que giraba en la esquina. Sabía que era Michael porque las luces de su coche eran las de un Mercedes. En la oscuridad parecían dos ojos diabólicos. Cuando Michael aparcó, fue hasta el coche y se sentó en la parte de delante.
– ¿Todo bien?
Michael asintió. Aún se sentía incómodo desde su última conversación y entre ambos se palpaba la tensión.
– Sí. ¿Y tú? ¿Cómo andas?
Arnold se pasó las manos por entre las trenzas lentamente, un gesto que denotaba nerviosismo.
– Escucha, Michael. ¿Te importaría que olvidásemos ese asunto? Debí de estar loco pensando una cosa así y no sé cómo se me ocurrió hacer caso de las habladurías de un poli de mierda como ése.
Arnold se rió, al igual que Michael.
– Olvídate de eso, es agua pasada. Ahora, dime, ¿has visto a Ali o a alguno de su banda en la última media hora?
Arnold se sintió aliviado por sus palabras, ya que había vivido terriblemente asustado de que Danny Boy pudiera enterarse de sus acusaciones. De hecho, no había podido conciliar el sueño con esa preocupación. ¿Cómo se le había ocurrido pensar semejante cosa? Aun cuando fuese cierto, lo cual era muy probable, él no era el más indicado para decírselo a nadie.
– Está dentro, lleva ahí toda la noche. Hay un tipo enorme con él, que imagino que será su guardaespaldas. Quitando a ése, sólo hay una mujer y su hijo.
Michael asintió. Justo en ese momento llegó Danny Boy en un Range Rover. Se bajó del asiento del conductor con el aspecto de un hombre que se ha pasado la noche de juerga. Sonreía como un colgado y, cuando vio que Eli Williams y sus dos hermanos se bajaban del coche con un porro en la mano y los machetes escondidos en el abrigo, se echó a reír a carcajadas.
Arnold conocía muy bien a los hermanos Williams y se saludaron amistosamente. Hacía frío y se veía el aliento salir de sus bocas cuando hablaban.
– Está ahí dentro -dijo.
Michael asintió para confirmar lo que decía.
– A no ser que haya salido pitando por la puerta trasera, claro.
Eli sonrió; la verdad era que estaba deseando verle la cara a ese tío. Robarle ya había sido un ultraje, pero saber que el asalto lo había perpetrado un jodido turco de mierda le resultaba inconcebible. Era una tomadura de pelo que debía resolver lo antes posible. Además, quería recuperar el dinero.
La entrada del bloque estaba oscura, algo que no resultaba inusual en un barrio como ése, porque muchas veces eran los mismos inquilinos quienes rompían las bombillas. Cuando llegaron a los ascensores, se sintieron relajados. De hecho, el ambiente que reinaba entre ellos era parecido al de una fiesta. Eli y sus dos hermanos, un par de gemelos llamados Hector y Dexter, iban a la cabeza, algo que no molestaba a Danny Boy porque él era un mero observador que los acompañaba para dejar claro que no había tenido nada que ver en el asunto. No obstante, también quería dejar su sello y quería demostrarle a ese tío cómo funcionaban las cosas en Londres. Quería decirle que, sin su permiso, no debería haberse atrevido a mear en una esquina, mucho menos a cometer semejante fechoría. Cuando los Williams terminasen con él, tendría suerte si era capaz de mear en una bolsa de plástico; claro, si es que salía con vida.
Cuando el ascensor llegó a la planta doce todos salieron y soltaron una bocanada de aire; habían retenido la respiración todo el rato por ese hedor a orina y a desinfectante tan peculiar en los ascensores de esos barrios. A Danny le resultaba increíble que la gente que cogía esos ascensores fuese la misma que se meaba en ellos. Eran más asquerosos que los perros, ya que ni ellos cagan donde se acuestan. Los adolescentes que utilizaban esos ascensores como orinales deberían ser castrados, que es lo que él haría de vivir allí. El olor era nauseabundo, y que las mujeres y los niños tuvieran que soportar esa peste le resultaba irritante. Estaba convencido de que todo el mundo tenía derecho a vivir con unas mínimas condiciones higiénicas, por eso pensaba emprender una cruzada personal para que esa manía de mearse en los ascensores se acabase de una vez por todas.
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