– Deja que te diga una cosa, corazón, éste es mi casino y, si yo quiero hablar contigo, lo haré, te guste o no.
Empezaba a sentirse molesto por su actitud y elevó ligeramente el tono de voz.
Ella se dio la vuelta para mirarle y, enseñándole unos dientes tan blancos como los de los anuncios Colgate, respondió con altanería:
– ¿Va a tardar mucho?
Michael negó con la cabeza y ella fue lo bastante sensata para seguirle hasta la oficina sin rechistar. Una vez dentro, cerró la puerta con firmeza y, fríamente, le dijo:
– Dame el dinero.
La chica sonrió, fría como un témpano.
– ¿De qué dinero habla?
Michael respiró profundamente, resoplando antes de responder en voz alta:
– Abre tu puñetero bolso antes de que te lo arranque y te lo meta por la garganta. Te estoy avisando. No quiero verte por aquí robando a mis clientes. Y ahora abre el bolso antes de que me enfade de verdad.
La chica sonrió, aunque bajo la intensa luz de la oficina se dio cuenta de que no era tan joven como había creído. Seguro que por lo menos había cumplido los treinta y, por la forma de desenvolverse en la mesa, debía de tener mucha experiencia mangoneando. Resultaba un tanto extraño que una chica corno ésa frecuentase su local. La reputación de Danny y la suya deberían haber bastado para que no se hubiera atrevido a ello. El nombre de Cadogan y Miles echaba para atrás a los tipos más duros, por eso la presencia de una vulgar carterista resultaba irrisorio, casi un insulto. Sin embargo, prefirió callarse, ya que, como siempre, trataba de conservar la calma.
La chica abrió el bolso de ante y Michael vio que lo tenía repleto de fichas. En total tendría uno de los grandes, puede que incluso más. Michael se las cogió todas.
– Si te vuelvo a ver por aquí, te echo a patadas, ¿me entiendes?
La chica asintió, mirándolo con expresión arrogante y el descaro de alguien que se lo está pasando bien. Era una chica encantadora y muy guapa, pero era una lástima que adoptase esa actitud tan chulesca. Michael dedujo que también se dedicaba a la prostitución porque tenía ese aspecto que dejaba claro a todo el mundo que estaba disponible, siempre y cuando fuese por dinero, claro.
– La verdad es que creo que este lugar tiene un grave problema en lo que a protección se refiere. Yo me he colado sin ningún problema, así que te aconsejo que busques un par de porteros que merezcan la pena. Yo trabajo para Ali Farhi y él seguro que puede solucionarte ese problema.
Michael no sabía si echarse a reír o darle una bofetada, así que optó por lo primero.
– ¿Y quién coño es ese Ali Farhi?
Michael jamás había oído su nombre, por lo que dedujo que no sería nadie que mereciese la pena.
– Tu peor pesadilla -dijo la chica marchándose de la oficina y mostrándole al mundo que era una mujer de anchas caderas.
Sonriendo por su descaro, Michael se sirvió una copa de brandy y se olvidó del incidente. Sin embargo, tuvo que reconocer que en algo tenía razón: se había colado sin ninguna dificultad. Decidió que, cuando cerrasen, tendría unas palabras con sus empleados para recordarles para quién trabajaban. Estaba cabreado, pues era una vulgar puta y una ladrona, y no debería haber pasado de la entrada. La joven había dado en el clavo y eso le irritaba.
Danny Boy continuaba quejándose de la última fechoría de su hermano y decía que estaba decidido a darle un escarmiento. Cuando aparcó en la puerta de la casa de Louie Stein se preguntó en qué se había convertido su vida. Se quedó sentado unos minutos, observando la choza de Louie. Era una casa bien bonita, no un palacio ni nada parecido, pero sí acogedora. Danny pensó en la suya, que era opulenta, al menos para la gente que conocía, pero también odiosa. Mientras recorría el sendero que conducía hasta la puerta, Louie abrió la puerta y él entró en el calor de la casa, suspirando de alegría.
– Tienes la calefacción a tope. Cuando entras da gusto, pero luego no hay quien la aguante.
Louie se rió mientras se dirigía a la cocina. Encima de la mesa había una botella de brandy y un plato con sándwiches. Danny cogió uno antes incluso de sentarse. Se lo metió en la boca y lo sujetó entre los dientes mientras colgaba su pesado abrigo.
Louie sirvió un par de copas antes de decir alegremente:
– Tú siempre con hambre. Recuerdo cuando eras un niño. Comías como un león.
Danny Boy se rió con él.
– Y yo me acuerdo de que traías la comida de casa, por lo que yo solía irme a los Blooms a comer, aunque no era tan buena como la que preparaba tu mujer.
Louie sonrió.
– Mi padre siempre decía que una buena cocinera es mejor que un buen polvo. Y, si mal no recuerdo, también te lo advertí a ti. Un polvo es algo que se puede echar con cualquiera, pero una comida decente dura más y, a largo plazo, incluso resulta más gratificante.
Volvieron a reír. Danny Boy siempre había disfrutado de la compañía de Louie. Con él se podía relajar, pues lo conocía desde siempre, al menos desde que había empezado a trabajar. Aún estaba en contacto con mucha gente y le proporcionaba información que creía de su interés.
Una o dos veces al mes, Danny se pasaba por su casa, simulando que era por razones de trabajo, pero la verdad es que disfrutaba visitando a su viejo amigo. Danny sabía que Louie había sido sumamente generoso con él y eso jamás lo olvidaría. Cuando se hizo mayor, comprendió lo mucho que ese hombre había hecho en su favor, y ahora se sentía avergonzado de su arrogancia juvenil y de haberle arrebatado su medio de vida sin pensárselo dos veces, tan sólo porque se le había antojado. Le pagó un buen dinero, pero Danny sabía que el desguace lo había significado todo en su vida. Cuando llegaron a un acuerdo, pareció no importarle, pero desde que se había retirado, había envejecido mucho, se había empequeñecido y se había vuelto mucho más quisquilloso. Danny se daba cuenta de que deseaba seguir formando parte del mundo en el que se había movido y se preguntó si algún día él se vería en ese mismo lugar. Lo dudaba, pues pretendía seguir conservando la fuerza necesaria para mantenerse en la cima. De hecho, ya tenía bien agarrado todo el Smoke y, ahora que España también era suya, no tenía nada que temer en el futuro. Además, se sentía capaz de acabar con cualquier competidor.
– Venga, vamos, cuéntame.
Louie se encogió de hombros aparentando indiferencia. Danny sabía que aquello significaba que se había enterado de algo, pero que no se lo diría hasta que no llevasen media hora charlando de banalidades. Danny Boy no se molestó, pues conocía su juego y de hecho lo consideraba una de sus grandes virtudes, pues tenía la capacidad de escuchar banalidades como si pareciese interesado mientras dibujaba una sonrisa diabólica. También sabía que Louie se sentía solo y no le importaba concederle algo de tiempo.
– ¿Has oído hablar de los Williams de Dulwich?
Danny negó con la cabeza en señal de sorpresa.
Louie puso esa sonrisa de niño malo que ha ganado jugando a las canicas a sus compañeros de escuela.
– Les han robado. Y me refiero a robarles de verdad. No sólo se han llevado el dinero de las apuestas, sino que entraron en las oficinas que hay en la parte trasera. Ya sabes, donde se hacen las apuestas de verdad y donde guardan el dinero ganado con el blanqueo.
Danny frunció el ceño. Quienquiera que se hubiese atrevido a semejante cosa no se lo había mencionado y eso significaba que le debía un porcentaje, aunque, para ser sinceros, no les habría dado su consentimiento para seguir adelante. Los Williams eran viejos colegas suyos y habían hecho muchos tratos. Luego pensó que lo más probable era que creyesen que él estaba detrás del asalto. Por esa razón, no había oído nada. Se suponía que él se llevaba un pellizco de todo lo que se trajinaba en el Smoke. Absolutamente de todo.
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