– ¿Cuándo ha sucedido?
Louie tosió y dijo:
– Pensaba que lo sabías. Les han quitado una buena suma, más de un cuarto de millón de libras, y no tienen ningún seguro como los bancos. Los asaltaron ayer por la tarde, justo después de la hora punta. Al parecer, lo tenían muy bien planeado y lo llevaron a cabo a la perfección. Entraron sin que nadie se diera cuenta y llevaban armas y pasamontañas. Sabían dónde estaba el dinero. Alguien de dentro debe de haber estado involucrado porque fueron directamente al escondite que tenían en la parte de atrás de la chimenea. Ni tan siquiera yo sabía que guardaban el dinero allí. Vaya cabrones de mierda. Robarles a sus mismos colegas. ¿De qué coño va todo esto, Danny?
Danny negó con la cabeza, incrédulo.
– Vaya ultraje. Más me vale pasarme por allí y expresarles mis condolencias. Espero que no crean que he tenido nada que ver con eso.
Louie se encogió de hombros y volvió a llenar los vasos.
– Lo que tienes que hacer es encontrar al culpable. Si pasas por alto este asunto, la gente no te tomará en serio.
Danny asintió a pesar de estar preocupado. Nadie en su sano juicio le haría una cosa así a los Williams, pues eran unos tipos de cuidado, jamaicanos irlandeses con los dientes muy blancos y muy mala leche. Se sentía molesto, ya que podían pensar que estaba en el ajo. Sin embargo, no había oído nada y pensaba recurrir a sus trabajadores para ver si alguno se había enterado de algo. En cualquier caso, fuese quien fuese, debería ir pensando en tomarse unas largas vacaciones porque, si lograba ponerle la mano encima, probablemente no volvería a andar por sus propios pies.
– Bueno, venga, dime lo que me tienes que decir.
Louie lo miró a la cara y vio que tenía gesto de preocupación.
– ¿Pasa algo, Louie?
Louie sacudió la cabeza haciendo un gesto dramático y dijo:
– Los Farhi han salido del trullo y ya han vuelto a las añiladas.
Danny rió, sorprendido, y luego preguntó educadamente:
– ¿Y quién cojones son los Farhi?
Louie llenó de nuevo las copas y respondió con seriedad:
– Los Farhis son una terrible pesadilla, Danny Boy.
Eli Williams era un tipo grande y fuerte y hasta Danny Boy, que también lo era, tenía que reconocerlo. Era extraño que alguien le superase en altura y los que lo hacían no presentaban ningún problema para él. Danny pensó que era una completa estupidez plantearse una cosa así porque él siempre había sentido aprecio por Eli. Entre ellos siempre había existido una buena relación. Además, habían sido amigos desde que eran unos muchachos y habían realizado muchos trabajillos juntos, que ninguno de los dos quería que nadie conociera.
Eli tenía una cabeza enorme y un pelo espeso hecho trenzas y sumamente despeinado. Su piel lisa y sus prominentes pómulos le daban el aspecto de una escultura, además de un parecido con Bob Marley del que se aprovechaba con las chicas blancas. También tenía ese color chocolate que vuelve locas a todas las mujeres, blancas o negras. A Eli, además, le gustaban toda clase de mujeres, siempre y cuando fuesen guapas, estuviesen buenas y no resultase difícil tirárselas. Amaba a su chica y a sus hijos, pero vivía en un mundo donde lo extraño resultaba una tentación que siempre estaba dispuesto a saciar. Para la mayoría de las mujeres, resultaba un hombre sexy, algo que sabía perfectamente y utilizaba para sus propios fines.
Vistiendo, sin embargo, era bastante conservador y fumaba hierba a todas horas. Estaba permanentemente colocado, pero aun así podía hacer cualquier operación matemática. Era un genio para los números y, de haber nacido en otro ambiente, habría ido a una buena escuela e incluso a la universidad, donde seguro que habría destacado por su habilidad para las matemáticas. Al igual que muchos niños superdotados, había sido ignorado por su aspecto y su actitud. Por esa razón, había utilizado su habilidad natural para llevar el control del tráfico de drogas, desde un cuarto hasta un kilo. Y con las apuestas hacía otro tanto.
Eli era capaz de realizar cualquier cálculo respecto de un negocio mediante operaciones matemáticas. Como había dicho en cierta ocasión un poli, era un jodido genio. Con trenzas o sin ellas, para ellos era un completo enigma. Se tendría que haber sacado provecho de un chico así, debería haber sido elogiado por su inteligencia y haberle concedido la oportunidad de utilizar esa cabeza para el bien de los demás. Sin embargo, asistió a una escuela estatal donde su capacidad intelectual asustó a los profesores, que consideraban que un chico de sus características no se merecía tal cosa. Su inteligencia les hacía sentirse incómodos y, por eso, intentaron por todos los medios anularla. Finalmente, se vio solo, sentado en su pupitre, aburrido como una ostra mientras esperaba que los demás niños se pusieran a su ritmo, lo cual jamás sucedía. Por esa razón, se convirtió en uno más de esos alumnos olvidados y marginados por las escuelas estatales, esos que jamás lograban graduarse debido a sus antecedentes y su aspecto, esos que terminaban poniéndose al servicio de algún delincuente porque sabían que habían nacido para algo más que trabajar en un almacén.
Eli, además, era un buen tipo en opinión de Danny y se sentía ofendido de que hubiese pensado, aunque sólo fuese por un instante, que él estaba involucrado en el asunto. Aunque en realidad, puede que les hubiera dado luz verde. Por otro lado, comprendía que hubiese pensado una cosa así, pues no se hacía nada sin su previo conocimiento, aunque él no hubiera permitido semejante cosa, pues jamás habría actuado en contra de los intereses de sus amigos. Eso hubiera provocado un resquemor entre los que lo conocían y hubiera impedido cualquier tipo de reconciliación.
Por ese motivo, ambos se sentían muy enojados contra los puñeteros asaltantes y querían dar con ellos lo antes posible. Les resultaba increíble que alguien hubiera tenido los cojones suficientes para atracarlos, especialmente sabiendo que Danny Boy acabaría enterándose de sus nombres, direcciones y números de teléfono más tarde o más temprano, ya que consideraba semejante acto un insulto que resolvería personalmente. De hecho, se lo había tomado tan personalmente que ya había ofrecido una recompensa a quien pudiera decirle algo. Una recompensa, por cierto, que tentaría al más pintado.
Danny se había mostrado muy displicente al principio, pero luego había sentido la necesidad de manifestar su irritación y ofreció una recompensa por cualquier información. Estaba enfadado por el descaro y el atrevimiento que eso suponía, por el desprecio y la desconsideración que significaba frente a la comunidad. Danny se caracterizaba por poseer eso que se llama enfado lento.
Danny señaló con el dedo la cara de Eli y, con rabia contenida, dijo:
– Escucha, Eli. Te aseguro que alguien va a salir muy mal parado. Ahora cualquiera que tenga más dinero de la cuenta se convierte en un sospechoso. Piensa en eso. Cualquiera que disponga de un dinero que no se sabe de dónde procede será interrogado como si fuese un puñetero terrorista. Y me da igual si tienen a alguien en el talego, o si son de Guildford Tour o de Birmingham Six. Resolveremos este asunto antes de que cante un gallo, así que relájate y deja de atosigarme.
Eli se encogió de hombros, pero luego, con una pasión que Danny Boy pudo comprender, de haber estado en su lugar, dijo:
– Los quiero para mí solo, Danny Boy. Tenía a mi hijita de tres años en el regazo y los muy cabrones me pusieron una pistola en la cara. A mí, como si yo fuera un don nadie. Los quiero para mí solo, aunque les dejaré algo a mis hermanos. Esto es una cuestión personal, una cuestión de respeto. A mí nadie me toma el pelo.
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