– ¿Alguna noticia de Pam?
Bo se limitó a negar, se le borró la sonrisa de los labios y echó una ojeada alrededor.
– Hablaremos de eso luego.
Todos hablaban de la llegada de Clifford mientras esperaban el trasbordador. Falk se fijó en un cartel nuevo con el logotipo del destacamento colocado en la cubierta: «En asociación por excelencia». Otra inyección de moral del general Trabert.
Había mucho alboroto en cubierta, a pesar del ruido de los motores: las personas mayores atestaban las barandillas y los niños gritaban y jugaban a corre que te pillo. Todos estaban casi alocados con la idea de afrontar una tormenta. Las olas que llegaban del mar parecían más grandes de lo habitual.
– Creen que no alcanzará fuerza de huracán -dijo Bo, mirando el mar-. Los vientos más fuertes ahora sólo llegan a cincuenta.
– Si hubieras estado alguna vez en una tormenta no dirías «sólo a cincuenta». Es cosa seria.
– Parece que siempre volviste de una pieza.
– Pura suerte. Bueno, ¿dónde podemos hablar? ¿Otra vuelta en velero?
– No hay tiempo. Había pensado que fuéramos en coche a Molino. Daremos al fin aquel paseo por la playa.
Cuando el trasbordador llegó a Punta Pescadores, Bo sacó un juego de llaves del coche de Falk.
– Requisé tu vehículo en tu ausencia -dijo con una mueca-. Espero que no te importe.
– No, siempre que no tenga que vérmelas contigo para recuperarlo.
– ¡Oye! Lo que era tuyo es tuyo.
Al parecer, había conseguido un juego de llaves nuevo en la agencia de coches de alquiler de la base. Sólo Bo podía haberles convencido. Había dejado las ventanillas subidas y el interior era un horno. Falk creyó captar vagamente el perfume de Pam, lo que le causó una punzada de nostalgia hasta que empezó a preguntarse de cuándo sería. Pero aquel viejo trasto llevaba recogiendo olores más de diez años. A veces, todavía detectaba el antiguo tufillo grasiento a patatas fritas y cerveza, así que ¿por qué no el perfume de hacía menos de cinco días?
– Háblame de Pam -le pidió Falk en cuanto arrancaron-. ¿Qué ha pasado mientras he estado fuera?
– No han presentado acusaciones contra ella. Ésa es la buena noticia. La interrogaron casi un día entero y la dejaron irse. Y está en arresto domiciliario desde anoche.
– Pero ¿de qué demonios va todo esto?
– Al parecer, de ti. Quienquiera que esté detrás de todo quiere impedir que intercambiéis impresiones. O eso, o es que les preocupa que te pongas furioso con ella y lo hacen para protegerla.
– ¿Furioso con ella?
Bo se encogió de hombros.
– Piénsalo. Tal vez haya estado diciendo cosas que no querías que dijera. Contando cuentos. ¿Hay algo que ella sepa y que tú no quisieras que contara a nadie?
– Nada que pueda importarle a nadie aquí.
Recordó entonces el rumor del desayuno, lo que le había dicho sobre el ex marine. Ahora que sabía que un cubano había trabajado hacía tiempo con Adnan, empezó a comprender cómo podría haberse propagado la historia. Habladurías oficiales de La Habana abriéndose paso hasta un agente del Yemen. Pam había quedado en que mantendría en secreto lo que le habían dicho, pero quizá lo hubiese contado bajo presión.
– Parece que pensabas en algo.
– Nada concreto. ¿Qué has oído tú?
– Tendrás que preguntárselo a Fowler. A mí no me cuentan los detalles.
– ¿Es él quien la interrogó?
– Sí. Y algunos más.
– ¿Y no te has enterado de nada?
– De ningún detalle. Pero la idea general es que será mejor que te andes con ojo. No es extraño, teniendo en cuenta cómo van las cosas aquí.
– ¿Más arrestos?
Falk procuraba mantener la calma, pero notaba el estómago como plomo. ¿Le habría hecho aquello Pam? ¿Se lo habría hecho él a ella si se hubiese visto en su lugar? ¿Quién sabía lo que podías decir cuando ellos tenían fuerza suficiente y todo el tiempo del mundo? Y allí dispondrían de ambos, lo mismo que con los detenidos.
– ¿Escuchas lo que te digo o no? -Bob debía haber seguido hablando unos segundos.
– Disculpa. ¿Qué decías?
– Decía que se rumorea que habrá más arrestos el fin de semana. No se dan nombres, pero se sospecha al menos de doce personas.
– ¿Doce? ¿Pero de dónde demonios viene todo esto?
– ¿De dónde no? Todo el mundo habla de ello. De ello y del dichoso Clifford . Cada uno tiene una teoría preferida, y todos son chivos expiatorios. Tendrías que haberte quedado en Jacksonville, amigo.
– Alguien quería que lo hiciera. -Le contó lo de la cancelación de la reserva.
– Mi opinión es que fue Fowler o Trabert. Supongo que no querían que fuese demasiado obvio, o te habrían vetado de plano. Trabert puede hacerlo, ya lo sabes.
– Se me había ocurrido. O sea, que soy uno de los doce, ¿verdad?
– Ya te he dicho que nada de nombres. Pero, al parecer, no es buen momento para saber árabe.
Otro ataque, tanto contra Pam como contra él.
Hubo una pausa tensa, tras la que Falk planteó la pregunta que quería hacer desde que habían subido al coche.
– ¿Así que la viste mientras estaba libre? A Pam, quiero decir.
– Sólo una vez. -Bo no apartaba la mirada de la carretera.
– ¿Y?
– ¿Y qué? Tuve la impresión de que le caigo mal. Así que sería raro que me hubiera dicho gran cosa. Hablamos sobre todo de ti.
– ¿Algo que puedas contarme?
– Mira, Falk -Bo aminoró la marcha y se volvió para hablar-. Seré sincero contigo. Está entre la espada y la pared. Sea lo que sea lo que sabe de ti, o ya se lo ha contado o lo hará antes de que esto acabe.
– ¿Y tú cómo lo sabes?
Bo aceleró y volvió a concentrarse en la carretera.
– Porque es ese tipo de persona. Alguien que quiere ascender.
– Como nosotros, quieres decir. O al menos como tú.
– No. Como todas las mujeres que quieren subir de rango en el ejército. La única forma de conseguir lo que se proponen es demostrar que son más implacables y están más dispuestas que los chicos a aceptar lo que sea por el equipo, aunque eso suponga acabar con sus amigos. No es justo, pero así es como funciona, y ella lo sabe.
– Así que tú crees que me entregaría por otro galón. Suponiendo que hubiera algo que entregar, que no lo hay.
– Olvida el galón. Sólo intenta sobrevivir. Salir de aquí de una pieza antes de que Fowler acabe con su carrera. Entre su relación con Boustani y ahora contigo, prácticamente es radiactiva, según las pautas actuales. No me preguntes qué es lo que hace saltar la aguja (aparte de nuestro pequeño acuerdo, por supuesto), pero parece ser que has conseguido un lugar destacado en el último organigrama de las conspiraciones de Fowler. Y si Pam puede agregar algunos esbozos, lo hará. Así que no llores su pérdida, es lo único que te digo. De todos modos, vosotros dos habríais acabado cuando terminara este número.
¿De veras? ¿Estaría Bo celoso simplemente? En cualquier caso, ahora Falk estaba cabreado.
– ¡Oye! El que una mujer no se rinda a tus pies no significa que sea un problema para todos los hombres.
– ¡Ojalá estés en lo cierto! -repuso Bo, con una risa sarcástica-. Pero no lo olvides. No es necesario que vayas a pique por ella si es ella quien te ha llevado allí. Eso es lo que estoy diciendo.
– En tu opinión.
– Sí. En mi humilde opinión.
Siguieron en silencio casi medio kilómetro y pararon en el puesto de control del Campo Delta. El centinela se apoyó en la ventanilla para mirar sus documentos.
Falk descubrió que después de haber pasado unos días fuera, volvía a ver con ojos nuevos las vistas del lugar. Nunca se le había ocurrido hasta qué punto deja su huella en un paisaje una operación militar (incluso una que sólo construye una prisión). No pudo evitar fijarse en los puestos protegidos con sacos de arena, excavados en la línea de dunas cerca de la playa. Habían abierto el terreno para los refugios y la alambrada. Vio claramente una atalaya cubana en el dorsal de una montaña que se alzaba a una distancia cercana hacia el este. Tal vez alguien siguiera desde allí sus pasos en aquel preciso momento. A la derecha, en una ladera pedregosa cubierta de cactus que dominaba los barracones del Campo América, los policías militares habían pintado los números de su unidad y otros graffitis, su dudosa recompensa por haber completado la subida a la cima, a menudo por aburrimiento.
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