Una cena de comida rápida a base de burritos y soda le hizo sentirse hinchado, así que se recostó en la cama a ver un partido de béisbol, se quedó dormido con la televisión puesta y despertó sobresaltado a la una con el estruendo de un programa de madrugada.
La mañana siguiente se quedó en la cama, aliviado por no tener que afrontar reuniones ni plazos de entrega. Los hombres de Endler estarían furiosos a aquella hora. ¿O habrían previsto que actuara así? Una desaparición inofensiva antes de reaparecer en Gitmo. La sensación de haberse escabullido entre las rendijas era familiar, como viejas prendas de vestir cómodas, y se sorprendió todo el día pensando en Maine y en su padre. ¿Habría tenido éste también momentos frenéticos de inquietud cuando Falk había desaparecido? Sólo cuando estaba lo bastante sobrio. Tal vez hubiese aceptado la desaparición de su hijo como algo inevitable.
A última hora de la tarde hizo una llamada en un teléfono público a Cal Perkins, un amigo de la Oficina experto en blanqueo de dinero. Cuando empezó a dejar el mensaje después de oír la señal, Cal descolgó.
– ¿Estás trabajando un domingo?
– ¡Pues mira quién habla, Falk! Tiene que ser algo urgente.
– En realidad, no. Sólo quería consultarte una cosa. Los nombres de un par de bancos. Si no estás demasiado ocupado, claro.
– Ya sabes cómo son los domingos. Esto parece un depósito de cadáveres. Sólo poniendo al día algunos trámites. Dime los nombres.
– El primero es peruano, Conquistador Nacional. El segundo… Sorpresa, sorpresa… está en las islas Caimán, Primer Banco de Georgetown. ¿Te suenan?
Cal soltó una risilla.
– Verás. Ambos son importantes objetivos de la DEA. Conductos de los cárteles peruanos, y, si mal no recuerdo, consiguieron colocar a un agente infiltrado en el Conquistador. Acumuló porquería suficiente para convencer a la directiva del banco de que les encantaría cooperar.
– ¿Cuándo fue eso?
– Hace unos cinco o seis años. Tendría que comprobarlo. ¿Por qué el interés? ¿Los han nombrado en alguno de tus interrogatorios?
– ¿Deberían?
– Bueno, el dinero del tráfico de drogas no era su única actividad suplementaria. También manejaban cuentas que canalizaban donaciones estadounidenses para algunas de las organizaciones benéficas menos limpias de Oriente Próximo. Al Conquistador le congelaron algunos de los primeros activos del exterior después del 11-S, principalmente por lo que había detectado este agente infiltrado.
– ¿Comunicó la DEA buena parte de lo que había averiguado?
– Eso nos dijeron. Es probable que la Agencia supiese más, pero ya sabes cómo funciona. En cualquier caso, conseguimos suficiente para tener ocupados a dos jurados de acusación. Y, según mis últimas noticias, el de Chicago sigue en ello.
– ¿Quién era el agente infiltrado?
– Excelente pregunta. Un secreto bien guardado en su momento, aunque seguro que a estas alturas es del dominio público. ¿Quieres que mire lo que puedo averiguar?
– Sería estupendo.
– ¿Alguna razón concreta?
– Curiosidad profesional.
Perkins soltó una risilla. Casi toda la gente de la Oficina que conocía estaba acostumbrada a la forma de actuar de Falk, aunque a algunos no les gustaba su estilo. Por suerte, a Perkins no le importaba, siempre que Falk estuviese dispuesto a devolver el favor.
– Me pondré en contacto contigo. Pero es bastante extraño que hayas llamado. Hay bastante curiosidad por ti últimamente. Ahora mismo no estás en Gitmo, ¿verdad?
– No.
– Entonces, ¿dónde?
– No puedo decírtelo.
– No hace falta. El número es de Florida. ¿Jacksonville?
– Un teléfono público de la carretera.
– ¡Vaya! Un hombre que no para.
– Escapada de fin de semana. Te aseguro que lo comprenderías si pasaras más de quince días en Gitmo alguna vez.
– Eso me ha contado Whitaker. Dice que si no sale de allí en un mes será alcohólico.
– Él y muchos más. ¿Y qué es lo que te han dicho de mí?
– Bueno, lo habitual. No juega bien con otros. No es un hombre de equipo.
– ¿En serio?
– Yo no le daría importancia. Viene del exterior, y aquí es una señal de honor, teniendo en cuenta los roces que hemos tenido allí.
– Ya, bueno. Si te enteras de algo más específico, hazme un favor y mándame un mensaje electrónico. Y el nombre del infiltrado si lo averiguas. Pero con cautela. Se supone que nuestras líneas de datos son seguras, pero nunca se sabe.
– Entendido. Típico del DOD.
Al día siguiente a primera hora, Falk fue en el coche a recoger la bolsa y la cartera a la agencia de Hertz. Luego fue directamente al puesto aeronaval, aunque el vuelo no salía hasta mediodía, suponiendo que podría liquidar la facturación y los trámites de seguridad. Además, si los hombres de Endler seguían buscándole, habrían reestablecido el contacto en la oficina de Hertz, así que ya no tenía sentido dar más vueltas. De todos modos, no advirtió indicios de que le siguieran.
La sorpresa llegó en el mostrador de facturación, cuando entregó el billete y le dijeron:
– Tiene suerte. Algunos familiares han cancelado el billete esta mañana, así que tendría que hacerlo en lista de espera. De lo contrario, habría tenido que esperar como mínimo hasta el jueves.
– ¿Qué quiere decir? Tengo reserva.
– La tenía hasta que la canceló. ¿Qué ha pasado? ¿Ha vuelto a cambiar de idea?
– ¿Cuándo se canceló?
El individuo dio a unas cuantas teclas.
– Ayer, según lo que figura en la pantalla.
Falk se inclinó sobre el mostrador, estirando el cuello mientras el empleado giraba el monitor para que pudiese ver.
– Mire, aquí está el código de cancelación.
– Pero yo no llamé.
– Tal vez lo haya hecho su comandante.
– No soy militar.
– Pues su jefe, entonces. Claro que también podría ser un problema técnico. No sería la primera vez. En cualquier caso, puede arreglarlo ahora. Hemos tenido diez cancelaciones ya, y seguro que habrá más después del último parte meteorológico.
– ¿Cuál es el pronóstico?
El hombre miró a Falk como si le preguntase si había estado viviendo en una caverna.
– Tormenta tropical Clifford . Nada importante, pero se dirige hacia la región oriental de Cuba. Llegará en un par de días.
– Estupendo.
– Eso es lo que dicen todos. Mire el lado bueno. Le permite embarcar.
El vuelo tenía muchos asientos vacíos, en realidad, pero nadie habría dicho que se acercaba una tormenta por el tiempo que hacía en Gitmo cuando aterrizaron. El mismo cielo azul y el mismo mar verde y cristalino, y todas las colinas pardas seguían pidiendo lluvia a gritos. Hacía también calma chicha, y Falk respiró con dificultad mientras bajaba la escalerilla metálica hasta la pista.
Bo estaba esperando a la sombra del hangar. Mejor él que una compañía de la policía militar, pensó Falk, aunque no había perdido la esperanza de ver a Pam. Se fijó en el bronceado y la camisa estampada que lucía Bo; sólo le faltaba una piña colada.
– ¡Que me aspen si no es el mismísimo Tommy Bahama!
– ¡Vaya! Y tú eres el desaparecido en acción en Florida del Sur. ¿Qué has estado haciendo? ¿Correteando con Paco? Ayer tuve que soportar todo el santo día los lamentos de ese chaval, Morrow. Dice que los dejaste tirados. Creo que al final captaron el mensaje de que no querías verlos cuando apareció en el aparcamiento el tipo de Hertz.
Falk se rió entre dientes, y también Bo, a quien no parecía importarle Morrow más que a Falk.
Doblaron por la esquina, hasta donde los perros acababan de olfatear el equipaje. Falk se inclinó hacia Bo y le susurró, con el corazón en un puño:
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