Robert Wilson - Los asesinos ocultos

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Una terrible explosión en un edificio de Sevilla ha causado la muerte de varios ciudadanos. Cuando se descubre que los bajos de la edificación alojaban una mezquita, los temores que apuntan a un atentado terrorista se imponen. El miedo se apodera de la ciudad: bares y restaurantes se vacían, se multiplican las falsas alarmas y las evacuaciones.
Sometido a la presión tanto de los medios En Escocia en pleno siglo XIV, el clan de los Fitzhugh asesina a toda la familia de Morganna Kil Creggar, la protagonista de esta novela pasional, humorística y llena de fuerza. Alta, delgada y atractiva, Morganna jura venganza por este acto al clan enemigo y, para llevar a cabo su cometido, se viste de chico y se hace llamar Morgan. Ello le brinda la oportunidad de trabajar como escudero para Zander Fitzhugh, un miembro del clan y caballero empeñado en unificar su tierra y liberarla del dominio inglés, como del sector político, el inspector Javier Falcón descubre que el terrible suceso no es lo que parece. Y cuando todo apunta a que se trata de una conspiración, Falcón descubre algo que le obligará a dedicarse en cuerpo y alma a evitar que se produzca una catástrofe aún mayor más allá de las fronteras españolas.

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Las escaleras ya no le inspiraban temor, y aunque el dolor del costado significaba que no pudo subirlas corriendo, llegó a la puerta con cierta ligereza en el ánimo. El pelo le resbaló por los hombros cuando cerró la puerta. Al instante sintió la presencia de Esteban avanzando hacia ella. Inés ya tenía una sonrisa en la cara cuando él le agarró un mechón de pelo y lo retorció alrededor de la muñeca. Inés cayó hacia atrás, de rodillas, y él acercó su cara hasta dejarla a pocos centímetros del puro odio de la suya.

18

Sevilla. Martes, 6 de junio de 2006, 22:05 horas

Mark Flowers ya había comido. Su sistema digestivo estadounidense nunca se había habituado a la costumbre española de no pensar en la cena hasta las nueve y media. Rechazó las ofertas de Falcón de cerveza y manzanilla y optó por un whisky de malta. Falcón engulló un bocadillo preparado velozmente en la cocina y siguió con la manzanilla. Seguía haciendo mucho calor, y se sentaron bajo el cielo, en el patio.

– Así pues, ¿de qué querían hablarte «los tuyos»? -preguntó Flowers, que era de los que siempre preguntan primero.

– Intentan convencerme de que haga labores de reclutamiento para ellos.

– ¿Y qué vas a hacer?

– Tengo hasta las seis de la mañana para decidirme.

– Bueno, han sido muy amables al esperar hasta ahora, como si no tuvieras bastantes preocupaciones -dijo Flowers, que siempre estaba dispuesto a demostrarle que no a todos los norteamericanos les habían extirpado la ironía-. No sé a quién quieren que reclutes, pero si es un amigo puede que no siga siéndolo. Según mi experiencia, es lo que suele pasar.

– ¿Por qué lo dices?

– La gente reacciona de manera extraña cuando le piden que haga de espía. Cuestionan la relación anterior que tenían contigo: ¿Se hizo amigo mío sólo para reclutarme? También implica una doblez moral. Tú, en cuanto que reclutador, tienes un solo propósito, que exige pedirle a alguien que mienta y engañe en tu nombre. Es una extraña relación.

– ¿Algún consejo?

– Es como cuando sales con una chica. Todo consiste en saber cuándo actuar. Si te precipitas, la chica te acusa de ser un fresco. Si te retrasas demasiado, puedes acabar aburriéndola, mostrándole tu indecisión. Es un proceso delicado, y, al igual que salir con chicas, la única manera de hacerlo bien es practicando… mucho.

– Me has dado mucha confianza, Mark. Hace más de un año que no salgo con una chica.

– Algunos dicen que es como montar en bici -dijo Flowers-. Pero hay una gran diferencia entre un chaval de dieciocho años que aprende a montar en bici y un hombre de mediana edad que vuelve después de un tiempo. Ojalá cambiaras de whisky, Javier. Esto es como beber turba.

– A lo mejor quieres mezclarlo con un poco de Coca Cola -dijo Falcón.

Flowers se rió entre dientes.

– ¿Los tuyos saben si tu amigo marroquí es «seguro»? -le preguntó.

– ¿He mencionado que iba a reclutar a un amigo y que era marroquí?

Flowers volvió a reír entre dientes y bebió un buen lingotazo de whisky.

– No lo has dicho, pero dadas nuestras actuales circunstancias, era una apuesta segura.

– Parece que lo han investigado bastante bien -dijo Falcón, renunciando a seguir con ese juego.

– No es así como se averigua si alguien es «seguro» -dijo Flowers-. Investigar a alguien es como aprender a triunfar en los negocios con un libro de autoayuda.

– Sé que es seguro.

– Bueno, eres un policía de homicidios, así que deberías saber cuándo alguien te miente -dijo Flowers-. ¿Qué conversaciones habéis mantenido acerca del terrorismo, Irak, la cuestión palestina, que te han llevado a pensar que tu amigo es «seguro»?

– Ninguna de la que pueda sacar una conclusión definitiva, si te refieres a eso.

– Puedo encontrarte a miles de musulmanes en los cafés del norte de África que condenarían los actos de esos grupos extremistas y su violencia indiscriminada -comentó Flowers-, pero me costaría encontrar a uno que me diera información que condujera a la captura y posible muerte de un yihadista. Es una de las extrañas contradicciones de este tipo de espionaje: hace falta una profunda certeza moral para comportarse de manera inmoral. Y ahora, dime, ¿cómo sabes que es «seguro»?

– No sé muy bien qué decirte para que me creas sin parecer un idiota -dijo Falcón.

– Ponme a prueba.

– Desde el momento en que nos conocimos vimos algo el uno en el otro.

– ¿Qué significa eso?

– Hemos tenido experiencias comparables, que nos han proporcionado un grado de comprensión automática.

– Sigo sin verlo claro -dijo Flowers, cerrando un ojo sobre el vaso levantado.

– ¿Qué ocurre cuando dos personas se enamoran?

– No te embales, Javier.

– ¿Cómo esas dos personas sortean toda esa comunicación a la fuerza complicada que les permite saber que esa noche se acostarán?

– ¿Sabes cuál es el problema? Que los amantes se engañan continuamente.

– Lo que estás diciendo, Mark, es que nunca podemos tener una certeza absoluta, sino sólo aproximada.

– La analogía con el amor es acertada -dijo Flowers-. Sólo tienes que asegurarte de que no ame a otro más que a ti.

– Gracias.

– ¿De quién estás hablando, por cierto?

– Has tardado mucho en preguntarlo.

– De haber sabido que ibas a ser tan reservado, te habría sacado a cenar.

– Esto no es cosa mía, sino del CNI.

– ¿Crees que podrás salir del aeropuerto de Casablanca sin que mis chicos te vean? -preguntó Flowers.

– Me sorprende que aún no me hayáis seguido.

Silencio. Flowers sonrió.

– Lo has sabido desde el primer momento -dijo Falcón, levantando las manos-. ¿Por qué te traes estos jueguecitos conmigo?

– Para demostrarte que, en mi mundo, eres un aficionado -dijo Flowers-. ¿Qué esperas sacarle a Yacoub Diouri?

– No lo sé. Ni siquiera estoy seguro de aceptar la tarea, y, de aceptarla, si mis superiores lo permitirán.

– ¿Qué me dices de la investigación que tienes entre manos?

– Queda mucho por hacer, pero al menos sabemos lo que pasaba dentro y fuera de la mezquita en los días anteriores a la explosión.

– ¿Por eso querías que investigara I4IT?

– Esto queda en un segundo plano… muy en segundo plano -dijo Falcón, que le contó todo lo que había averiguado de Horizonte e Informaticalidad.

– I4IT no tiene, de hecho, su centro de operaciones en Indianápolis -dijo Mark Flowers-. La central de la empresa está en Columbus, Ohio, por su proximidad con Westerville, Ohio, que es donde comenzó el movimiento por la abstinencia en Estados Unidos, y donde surgió la Prohibición Nacional de bebidas alcohólicas en los años veinte.

– Lo dices como si fuese importante.

– Dos cristianos renacidos -dijo Flowers-, que descubrieron la fe a través de los excesos de su juventud son los dueños y directores activos de la empresa. Cortland Fallenbach era un programador de ordenadores que trabajaba para Microsoft hasta que «le dejaron ir» debido a sus problemas con el alcohol y otras sustancias. Morgan Havilland era vendedor de IBM, hasta que su adicción al sexo se descontroló y hubo que despedirlo antes de que la empresa acabara en un tribunal al final de un pleito por acoso sexual.

– ¿Esta pareja se conoció haciendo terapia?

– En Indianápolis -dijo Flowers-. Y como los dos habían trabajado para las empresas tecnológicas más importantes del mundo, decidieron fundar un grupo para invertir en empresas de alta tecnología. Fallenbach era el rey del software, y Havilland comprendía el hardware. Al principio solamente invertían y aprovechaban su conocimiento de los intríngulis de la industria. Luego comenzaron a comprar empresas, las fusionaban y luego o las vendían o las colocaban en grupos de su propiedad. Pero había, y todavía hay, una importante condición que cumplir si quieres formar parte de I4IT…

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