– ¿Cuál es su hipótesis? -preguntó Gregorio.
– No lo sé -dijo Falcón-. Tan sólo intento ver qué fallos tiene esta teoría. Intento encontrarle una lógica, pero hay muchas lagunas. No quiero que nuestra investigación siga una sola línea en las primeras veinticuatro horas. Probablemente tengamos que esperar dos o tres días antes de que la policía científica pueda darnos información de la mezquita, y hasta entonces creo que debemos mantener abiertas las dos posibilidades: que se produjo un accidente mientras se fabricaba una bomba, o que se cometió un atentado contra la mezquita.
– ¿Y por qué iban a atentar contra la mezquita? -preguntó Calderón.
– Venganza, xenofobia extrema, motivos políticos o financieros, o quizá una combinación de las cuatro cosas -dijo Falcón-. El terror no es más que una herramienta para provocar un cambio. Miren el caos que ha creado esta bomba. El terror concentra la atención de la gente y crea oportunidades para los poderosos. La población de esta ciudad ya está huyendo. Con un pánico así, lo más inimaginable se vuelve posible.
– La única manera de contener el pánico -dijo el comisario Elvira-, es que la gente vea que controlamos la situación.
– Aunque no sea cierto -dijo el juez Calderón-. Aunque no tengamos ni idea de dónde empezar a buscar.
– Quienquiera que esté detrás de esto, ya sean militantes islámicos u «otras fuerzas», ha planeado su asalto a los medios de comunicación -dijo Falcón-. El ABC recibió el texto de Abdulá Azzam en una carta con matasellos de Sevilla. La TVE nos dice que el MILA ha reivindicado el atentado.
– ¿Reivindicarían un atentado en el que vuelan una mezquita y matan a los suyos? -preguntó Calderón.
– En Bagdad es el pan nuestro de cada día -dijo Elvira.
– Si le mandas al ABC un texto como el de Azzam -dijo Gregorio-, esperas que el atentado ocurra de inmediato… no a las veinticuatro horas. Que yo sepa, los militantes islámicos nunca han advertido de sus intenciones exactas; los atentados importantes han sucedido de manera inesperada, con la intención de matar y mutilar a la mayor cantidad de gente posible.
Gregorio contestó una llamada de su móvil y se excusó.
– Los artificieros nos han dado este informe preliminar acerca de la explosión -dijo Falcón-, pero ¿y el explosivo? ¿De dónde viene y por qué tiene tantos nombres distintos?
– El hexógeno es el nombre alemán, la ciclonita el estadounidense, el RDX es el nombre inglés, y los italianos lo llaman T4 -dijo Elvira-. Puede que cada uno tenga sus características especiales, y que estas permitan identificar el origen, pero de momento no vamos a saberlo.
– Podríamos utilizar fotos de Hammad y Saoudi -dijo Ramírez.
– Si se dedicaban a falsificar documentos probablemente tengan montones de fotos en su piso de Madrid -dijo Falcón-. ¿Ya han dicho cuánto tardarán los trabajos de demolición?
– Dicen que cuarenta y ocho horas como mínimo, y eso si no encuentran nada que los obligue a ir más despacio.
El juez Calderón respondió a una llamada y anunció el descubrimiento de otro cadáver. Falcón le lanzó una mirada a Ramírez y este salió.
– ¿Sigue sin haber noticias del CGI? -preguntó Falcón-. Esperaba poder juntar nuestros recursos y esfuerzos con la unidad antiterrorista, y la única persona que hemos visto es al inspector jefe Ramón Barros, que no dice gran cosa y parece humillado.
– Me han dicho que en esta fase su trabajo consiste sobre todo en reunir datos -dijo el comisario Elvira.
– ¿Y no podrían ayudarnos algunos de sus agentes con los interrogatorios?
– Imposible.
– Lo dice como si supiera algo que no puede contar…
– Todo lo que puedo decirle es que desde el 11 de marzo uno de los aspectos de las medidas antiterroristas ha sido verificar que nuestras propias organizaciones estén limpias.
– No me diga -dijo Falcón.
– La rama de Sevilla está siendo investigada. Nadie nos va a dar ningún detalle, pero, por lo que he deducido, el CNI puso a prueba a la unidad antiterrorista de Sevilla y no la pasaron. Creen que están un tanto desacreditados. En estos momentos se está discutiendo al más alto nivel si se les debe permitir participar o no en la investigación. El CGI de Madrid tampoco le va a ayudar de ninguna manera. Están trabajando frenéticamente con su propia red de confidentes, y tienen que aclarar todo el lío de Hammad y Saoudi.
– ¿Recibiremos alguna información de la red del CGI de Sevilla?
– Por el momento no -dijo Elvira-. Lamento ser tan reticente, pero la situación es delicada. No sé qué les han dicho a los miembros de la unidad antiterrorista para hacerles creer que no están bajo sospecha, pero el CNI está jugando con dos barajas. No quieren que el topo, si existe, sepa que están detrás, pero tampoco quieren que ponga en peligro la investigación sin que ellos sepan quién es. Lo que les gustaría sería encontrarlo y dejar que el CGI participara en la investigación y así tener la oportunidad de utilizarlo.
– Eso parece una maniobra arriesgada.
– Por eso tardan tanto en decidirse. Y los políticos también están diciendo la suya -dijo Elvira.
Fuera, el chirrido de las máquinas se había convertido en un aceptable ruido ambiental. Los hombres se movían como extraterrestres en un paisaje lunar y gris, sobre los suelos apilados como obleas, con serpientes de mangueras neumáticas detrás. A todos los seguían hombres enmascarados con antorchas de oxiacetileno y motosierras. Por encima de ellos se movía el cable retorcido de la grúa. Los martillazos, los gruñidos y los aullidos, el ruido de los escombros al caer, el momentáneo sonido de un gong cuando arrojaban los trozos de suelo a los volquetes, mantenían al curioso gentío a raya. Sólo quedaban unos equipos de televisión y unos fotógrafos, que enfocaban con sus cámaras la destrucción con la esperanza de poder hacer un zoom sobre un cuerpo aplastado, una mano ensangrentada, un hueso astillado.
Otro helicóptero tartamudeó sobre sus cabezas y se dirigió hacia el Parlamento Andaluz. Mientras Falcón bajaba a paso vivo por la calle Los Romeros, llamó a Ramírez para que le diera el nombre del fiel mencionado por el señor Harrouch que iba a la mezquita por las mañanas. Se llamaba Majid Merizak. Ramírez se ofreció a acompañarlo, pero Falcón prefirió ir solo.
La razón por la que Majid Merizak no había muerto en la mezquita es que se encontraba enfermo en cama. Era viudo, y lo cuidaba una de sus hijas. Esta no había podido impedir que su padre se encaminara hacia las escaleras para averiguar lo que había pasado, pero al final sus piernas no habían resistido. Ahora estaba en una silla, la cabeza echada hacia atrás, los ojos como platos y jadeando, con la televisión a todo volumen porque estaba sordo.
El piso hedía a vómito y diarrea. Había estado levantado casi toda la noche y aún se sentía débil. La hija apagó el televisor y obligó a su padre a ponerse el audífono. Le dijo a Falcón que su padre no hablaba muy bien español, y este le dijo que podían hacer el interrogatorio en árabe. La hija se lo explicó a su padre, que parecía confuso e irritable, superado por las circunstancias. En cuanto su hija hubo comprobado que el audífono funcionaba y salió de la habitación, Majid Merizak pareció despabilarse.
– ¿Habla árabe? -preguntó.
– Todavía estoy aprendiendo. Parte de mi familia es marroquí.
Merizak asintió y bebió té durante la explicación de Falcón, y se relajó visiblemente al oír el tosco árabe de Falcón. Falcón había acertado con su táctica. Merizak se mostró mucho menos receloso que Harrouch.
Falcón comenzó preguntándole a qué hora asistía a la mezquita, y Merizak le respondió que todas las mañanas, sin falta, y se quedaba allí hasta después de mediodía. Luego le preguntó por los desconocidos.
Читать дальше