Robert Wilson - Los asesinos ocultos

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Una terrible explosión en un edificio de Sevilla ha causado la muerte de varios ciudadanos. Cuando se descubre que los bajos de la edificación alojaban una mezquita, los temores que apuntan a un atentado terrorista se imponen. El miedo se apodera de la ciudad: bares y restaurantes se vacían, se multiplican las falsas alarmas y las evacuaciones.
Sometido a la presión tanto de los medios En Escocia en pleno siglo XIV, el clan de los Fitzhugh asesina a toda la familia de Morganna Kil Creggar, la protagonista de esta novela pasional, humorística y llena de fuerza. Alta, delgada y atractiva, Morganna jura venganza por este acto al clan enemigo y, para llevar a cabo su cometido, se viste de chico y se hace llamar Morgan. Ello le brinda la oportunidad de trabajar como escudero para Zander Fitzhugh, un miembro del clan y caballero empeñado en unificar su tierra y liberarla del dominio inglés, como del sector político, el inspector Javier Falcón descubre que el terrible suceso no es lo que parece. Y cuando todo apunta a que se trata de una conspiración, Falcón descubre algo que le obligará a dedicarse en cuerpo y alma a evitar que se produzca una catástrofe aún mayor más allá de las fronteras españolas.

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– Lo vi con españoles. Le preocupaba mucho la imagen del Islam a la luz de lo que ha ocurrido en los últimos años. Procuraba mantenerse en contacto con sacerdotes católicos, y cuando se reunía con ellos los tranquilizaba diciendo que no todos los norteafricanos son terroristas.

– ¿Sabe algo de su vida?

– Es argelino. Antes de venir aquí estaba en Túnez. Debió de pasar un tiempo en Egipto, porque lo mencionaba mucho, y dijo que había estudiado en Jartum.

– ¿Cómo aprendió español? -preguntó Falcón-. En los países que ha mencionado se habla francés o inglés como alternativa al árabe.

– Lo aprendió aquí. Los conversos le enseñaron -dijo Harrouch-. Se le daban bien los idiomas, hablaba varios…

– ¿Cuáles más? -preguntó Ramírez.

– Alemán. Hablaba alemán -dijo Harrouch, que se había puesto a la defensiva.

– ¿Significa eso que vivió en Alemania? -preguntó Ramírez.

– Supongo que sí -dijo Harrouch-, pero eso no tiene por qué significar nada. Sólo porque los terroristas del 11-S vinieran de Hamburgo, no todos los musulmanes que han estado en Alemania son radicales. Espero que no se olviden de que la bomba la han puesto en la mezquita, ni de que dentro había más de diez personas, casi todas ellas ancianos, con esposas e hijos, y que no se trataba de terroristas jóvenes y radicales. Yo diría que hemos sido el objetivo de un atentado…

– Muy bien, señor Harrouch -dijo Falcón, calmándolo-. Quiero que sepa que estamos analizando todas las posibilidades. Ha mencionado VOMIT. ¿Conoce algún otro grupo antimusulmán que, en su opinión, fuera capaz de llegar a esos extremos?

– Hubo algunas manifestaciones muy desagradables en contra de la construcción de nuestra mezquita en Los Bermejales -dijo Harrouch-. Puede que no lo recuerde… mataron un cerdo sobre el lugar donde se iba a construir la mezquita en mayo del año pasado. Hay un grupo de protesta que arma mucho ruido.

– Los conocemos -dijo Ramírez-. Seguimos muy de cerca sus actividades.

– ¿Alguna vez se ha sentido observado, o como si le vigilaran? -preguntó Falcón-. ¿Últimamente ha aparecido alguien nuevo por la mezquita, alguien que no conociera o que, en su opinión, se comportara de manera extraña?

– La gente nos mira con suspicacia, pero no creo que nadie nos vigile.

Ramírez cotejó las descripciones de los dos hombres del Peugeot Partner con los individuos que Harrouch había visto con las cajas en la mezquita. Harrouch contestó con la mente en otra parte. Se levantaron para marcharse.

– Ahora me acuerdo de que la semana pasada ocurrió otra cosa -dijo Harrouch-. Alguien me dijo que el ayuntamiento había hecho una inspección en la mezquita. Porque como técnicamente es un edificio público, tiene que cumplir ciertas normas antiincendios y de seguridad, y sin previo aviso aparecieron dos hombres y lo repasaron todo: desagües, tuberías, la instalación eléctrica… todo.

13

Sevilla. Martes, 6 de junio de 2006, 16:55 horas

– ¿Qué te ha parecido? -le preguntó Falcón a Ramírez mientras regresaban a la guardería para reunirse con el comisario Elvira y el juez Calderón.

– El problema con esta gente es que luego hay que separar la verdad de las mentiras. No creo que el señor Harrouch sea un mentiroso. Lleva dieciséis años como inmigrante, y ha desarrollado la habilidad de contarte la historia que le dé menos problemas y haga quedar a los suyos lo mejor posible -dijo Ramírez-. Dice que el imán nunca ha predicado el radicalismo, pero vaciló al mencionar las dotes lingüísticas del imán. ¿Por qué no quería revelar los idiomas que sabía hablar? Porque uno era el alemán. No se trata sólo de la conexión con Hamburgo, sino que también significa que se ha movido por Europa. Hace que el imán parezca más sospechoso.

– Fue sincero con los dos jóvenes que aparecieron con las cajas de cartón.

– Cajas de azúcar -dijo Ramírez-. Insistió en ello. Y se mostró reacio a revelar nada más. Le habría gustado poder decir que los conocía, pero no podía. Le habría gustado poder defenderlos de alguna manera. Pero si sólo trajinaban azúcar, ¿cuál es el problema? ¿Por qué siente la necesidad de protegerlos?

– Por lealtad hacia otros musulmanes -dijo Falcón.

– ¿O por las repercusiones? -dijo Ramírez.

– Aun cuando no se conocieran, hay un instinto de lealtad -dijo halcón-. El señor Harrouch es un honrado trabajador y le gustaría pensar que todos los suyos también lo son. Cuando sucede algo como el atentado de hoy, se sienten asediados, y su instinto es levantar todas las defensas, aun cuando acaben defendiendo a la clase de gente que aborrecen.

Elvira y Calderón estaban con Gregorio, del CNI.

– En Madrid ha habido novedades -dijo Elvira-. Gregorio se lo explicará.

– Hemos trabajado en las notas encontradas en los márgenes del ejemplar del Corán que estaba en la Peugeot Partner -dijo Gregorio-. Hemos enviado copias a Madrid por fax, y las han comparado con la letra del propietario de la furgoneta, Mohammed Soumaya, y de su sobrino, Trabelsi Amar. No coinciden.

– Esas notas, ¿revelan algo? -preguntó Calderón-. ¿Expresan opiniones extremistas?

– Nuestro experto en el Corán dice que las interpretaciones del texto que hace el propietario del libro son, más que radicales, interesantes -dijo Gregorio.

– ¿Todavía no han encontrado a Trabelsi Amar? -preguntó Ramírez.

– Seguía en Madrid -dijo Gregorio, asintiendo-. Se escondía de su tío hasta que recuperara la furgoneta, cosa que debía ocurrir esta noche. Cuando se enteró de lo de la bomba se ocultó, lo cual obviamente no formaba parte del plan, porque el mejor escondite que encontró fue la casa de un amigo, no un piso franco preparado de antemano. La policía lo encontró hace un par de horas.

– ¿Ha identificado a la gente a la que le prestó la furgoneta? -preguntó Ramírez.

– Sí, está muy asustado -dijo Gregorio-. La brigada antiterrorista de Madrid del CGI dice que no se ha comportado como un terrorista. Le ha alegrado poder contar toda la historia.

– Comencemos por los nombres -dijo Ramírez.

– El tipo de la cabeza afeitada es Djamel Hammad, de treinta y un años, nacido en Tlemcen, Argelia. Su amigo es Smail Saoudi, de treinta años, nacido en Tiaret, Argelia. Los dos eran residentes en Marruecos y deberían seguir allí.

– ¿Qué antecedentes tienen?

– Estos son sus nombres verdaderos. Actuaban con muchos seudónimos. Son sospechosos de terrorismo entre grado medio y alto, lo que significa que no es probable que cometan un atentado, pero que se sospecha que puedan haber falsificado documentación y llevado a cabo actividades de reconocimiento y logística. Los dos tienen parientes que han sido miembros activos de la GIA: Grupo Islámico Armado.

– ¿Cómo los conoció Trabelsi?

– Todos son inmigrantes ilegales. Llegaron juntos por el Estrecho, en la misma remesa. Hammad y Saoudi se hicieron amigos suyos. Lo llevaron a Madrid y lo ayudaron a conseguir papeles. Luego le pidieron un favor a cambio.

– Su labia, ¿no le pareció sospechosa? -preguntó Calderón.

– Le pareció mejor no pensar en ello -dijo Gregorio-. Trabelsi no es muy listo.

– ¿Qué pasó con la furgoneta? -preguntó Ramírez.

– Amar ha trabajado con su tío haciendo repartos. También hizo algunas cosillas por su cuenta, para sacar un dinero extra. Recados, algunos para Hammad y Saoudi. Y un día le piden prestada la furgoneta; la primera vez una tarde, la segunda un día entero. Todo ocurrió poco a poco, de manera que cuando le pidieron la furgoneta por tres días para ir a Sevilla y le dijeron que le darían doscientos cincuenta euros, Trabelsi sólo vio el dinero.

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