– El primer obstáculo es el dinero -dijo Falcón-. No podemos meter la mano en la caja. El dinero ya está en el Banco de Bilbao y no tengo autoridad sobre él. Eso depende del comisario Elvira, y no nos conviene que él se implique en esto.
– Los rusos probablemente lo saben, o se lo han imaginado -dijo Consuelo esperanzada-. Probablemente decidieron que tenían que pedir el dinero, sobre todo tratándose de esa cantidad, porque si no parecería que los discos son demasiado importantes. Serán comprensibles con el dinero.
– No les queda otra -dijo Falcón-. No es una posibilidad.
– Si los rusos tienen a su gente en la Jefatura, ¿por qué no roban ellos los discos?
– No, es cierto, no somos exactamente una institución de alta seguridad -dijo Falcón-, los discos están en una caja fuerte en la sala de pruebas, que tiene mucho ajetreo y control durante las horas de oficina, sobre todo mientras se guardaba ahí dinero hasta que se lo llevaron esta tarde. Sólo hay dos personas que tengan la llave y la combinación de la caja fuerte: Elvira y yo.
– ¿Y sólo existen los originales?
– No, hay copias de algunas partes de los discos en el ordenador del Grupo de Homicidios y, para acceder a ellos, no sólo se necesitan las contraseñas del sistema, sino también el software de encriptación para descifrar las fotos.
Volvieron a guardar silencio. Falcón se centró en el problema. Si, tal como intuía el cerebro empresarial de Consuelo, I4IT y Horizonte estaban excluyendo a los rusos de este nuevo trato, entonces podría ser crucial para los rusos saber que Juan Valverde, Antonio Ramos y Charles Taggart iban a estar en Sevilla al día siguiente por la noche.
– Has vuelto a quedarte callado, Javier.
Falcón cogió el móvil y llamó a Ramírez.
– ¿Cómo sabías que el dinero del accidente de Lukyanov había salido de la Jefatura? -le preguntó.
– Como tú habías firmado la entrada del dinero en la Jefatura, era técnicamente una prueba del Grupo de Homicidios, así que tuve que acompañar al comisario Elvira a la sala de pruebas y firmar la entrega a él, para que él pudiera firmar la entrega a Prosegur para el traslado al banco -dijo Ramírez.
– ¿Estaba el dinero en la caja fuerte?
– Todo lo que cabía -dijo Ramírez-. Había un bloque más en la caja de Prosegur.
– ¿Viste el interior de la caja fuerte cuando Elvira la abrió?
– Claro. Sacamos el dinero juntos.
– ¿Quedaba algo dentro?
– Los discos del accidente.
– ¿Comprobaste que se cerrase la caja fuerte con llave después?
– La cerró Elvira.
– ¿No se hizo otra copia de los discos?
– El chico del departamento de Tecnologías de la Información de la Jefatura vino a nuestro despacho. Sacó una, a veces dos, imágenes de cada fragmento de secuencia, que mostraba mejor las caras de los participantes, y eso es todo lo que tenemos en el ordenador de Homicidios.
– ¿Y las imágenes que me enviaste y que yo le pasé por correo electrónico al CNI?
– Eran sólo caras recortadas. No se veía nada sexual. Si alguien accediera a tu ordenador, esas imágenes no le servirían de nada -dijo Ramírez-. ¿Qué te preocupa?
– Sólo quería asegurarme -dijo Falcón-. ¿Cómo os fue a Pérez y a ti con el coche del Pulmón?
– Encontramos sus huellas por todo el coche y había una camiseta ensangrentada en el asiento trasero. Todas las manchas de sangre del coche se corresponden con el cubano Miguel Estévez -respondió Ramírez-. Es todo lo que encontramos in situ . Han llevado el vehículo a la Jefatura para que los forenses puedan examinarlo mañana.
El móvil de Consuelo, el que utilizó para llamar a los rusos, sonó. Falcón le lanzó una mirada. Ella miró la pantalla.
– El restaurante -dijo, y atendió la llamada.
– ¿Alguien vio salir al Pulmón del vehículo? -preguntó Falcón.
– Salir del vehículo no, pero encontramos a un viejo que vio a un tipo desnudo de cintura para arriba, con una mancha roja en todo el pecho y una mancha oscura en la parte delantera de los pantalones, corriendo por la calle Héroes de Toledo hacia el centro de la ciudad.
– Sigue trabajando en esa línea, José Luis -dijo Falcón-. Necesitamos al Pulmón.
– Tenemos a Serrano y Baena trabajando en eso. No estaban llegando a ninguna parte con los de Estupefacientes. Creo que ésta es una apuesta más segura. Se pondrán con ello mañana por la mañana a primera hora.
Falcón colgó. Consuelo puso fin a su llamada.
– ¿No es ése el móvil que supuestamente debe estar grabando el inspector jefe Tirado?
– Es el que utilicé para llamar a los rusos.
– ¿Eran ellos?
– Le di el número al gerente del restaurante antes de salir.
– ¿No llevas tu móvil habitual?
– Los rusos no me van a llamar a ése. Lo dejé en casa.
– ¿Quién sabe que estás aquí?
– Nadie.
– ¿Y la gente que está en tu casa?
– Creen que estoy durmiendo -dijo Consuelo-. Entré en el jardín del vecino, lo atravesé hasta la puerta principal y allí cogí un taxi.
– ¿Ya no confías en los chicos?
– No puedo -dijo Consuelo, con cara de desesperación.
– De acuerdo -dijo Falcón, levantando las manos para tranquilizarla-. ¿Qué quería el gerente del restaurante?
– Hace unos minutos ha entrado una persona que ha entregado un sobre a uno de los camareros y le ha dicho que me lo diesen a mí esta noche.
Restaurante de Consuelo Jiménez, La Macarena, Sevilla. Lunes, 18 de septiembre de 2006, 23.25
El sobre estaba encima de la mesa de Consuelo. Cerró la puerta de su despacho y encendió el ordenador mientras Falcón se ponía los guantes de látex. Era un sobre acolchado donde ponía «SRA. JIMÉNEZ» escrito con rotulador negro. En el interior había un sobre blanco con la solapa doblada, sin pegar. En una tarjeta blanca decía: «PARA HABLAR CON DARÍO LLAMAR AL 655926IO9». Se lo dio a Consuelo, que ya había accedido a su cuenta de correo de casa y había abierto el único mensaje que había en la bandeja de entrada.
– Está enviado a las 22.20, una hora después de que saliera de casa -dijo Consuelo-. Dice: «NUESTRA PACIENCIA NO ES INFINITA. LLAME AL 619238741».
– Así que ya están los dos jugadores en la mesa -dijo Falcón-. Uno de los dos se está marcando un farol.
– Llamaremos primero a los nuevos -dijo Consuelo-. Veamos lo que quieren y cómo lo piden. Podremos hacernos una idea de a qué grupo pertenecen.
– Hazles una petición -dijo Falcón-. Pide que te dejen hablar con Darío antes de nada. Es lo que te han ofrecido, pero probablemente no lo permitirán. No querrán revelar demasiadas cosas tan pronto. En un secuestro como éste, la información se proporcionará paulatinamente. «Haz esto y te diremos algo sobre él, haz lo otro y te dejaremos oír su voz…». Luego te enviarán una foto y al final te dejarán hablar con él. Queremos averiguar quién lo tiene, así que debemos pedir una prueba razonable. ¿Hay algo de Darío que no sepa la gente normal?
– Tiene una marca roja de nacimiento en la parte inferior del brazo izquierdo, cerca de la axila. Lo llamamos su fresita -dijo Consuelo.
– Diles que le pregunten a Darío por esa marca y cómo la llama -dijo Falcón-. ¿Tienes un dictáfono?
Sacó de un cajón un pequeño dictáfono digital. Lo probaron. Lo encendió, se limpió las palmas húmedas con pañuelos de papel, cogió el teléfono, encendió el altavoz, marcó el número. Respiró profundamente, se preparó para la actuación de su vida.
– Diga -dijo una voz.
– Me llamo Consuelo Jiménez y quiero hablar con Darío.
– Espere.
El teléfono cambió de manos.
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