El té que esperaba en la mesa situada entre ellos dos se había enfriado, pero Willoughby dio un sorbo al suyo. Se había empeñado en preparar el té, organizando ceremoniosamente todas las cosas, los dos tazones altos y las dos bolsitas de Lipton, y ella consintió, pensando seguramente que era un hombre muy solitario y que quería alargar lo máximo posible esa visita. Y, sin embargo, Willoughby no era nada solitario, y no quería alargar la visita ni un segundo más de lo necesario. Desvió la mirada hacia el escritorio que había pertenecido a su mujer, y escuchó los tristones arrullos de algún pájaro en el tejado de Edenwald. «Demasiado tarde, demasiado tarde.»
– Pero este detalle que le digo -siguió Willoughby- no era necesariamente conocido por la persona que se llevó a las niñas, y es casi seguro que de haberlo conocido ya no lo recuerde. Porque no le debió de parecer importante en ningún momento. En cambio, una de las niñas… Cualquiera de ellas lo recordaría. Como lo recordaría usted, sobre todo a esa edad…
– He de admitir que yo era muy poco femenina, seguro que ya se lo imaginaba usted. Pero en todo caso es cierto, yo lo recordaría.
– Entonces, avance hacia ese dato. Consiga que se vaya soltando, que se emborrache con sus propias palabras. No necesitará nada más. No necesita que yo se lo explique, me ha dicho que estuvo en Homicidios antes de la baja por maternidad, ¿no es así? -Willigouhby se sorprendió sonrojándose, como si fuese de mala educación recordarle a esa mujer que su cuerpo era capaz de realizar toda clase de funciones fisiológicas, que se había reproducido-. Sabe muy bien cómo se lleva un interrogatorio. Apuesto a que es usted muy buena a la hora de interrogar a cualquiera.
Ahora le llegó el turno a ella de tomar un sorbo de té, quedarse un poco atascada. Cuando era joven, Willoughby no hubiese sentido seguramente la misma atracción por ella que en ese momento. Antes de cumplir los treinta le atraían más bien las mujeres de su misma clase social, como hubiera dicho su madre, aquella mujer tan esnob, mujeres flacas hasta parecer quebradizas, con un estilo comparable al de Katherine Hepburn, con aquella forma de andar con la pelvis por delante y con unas caderas afiladas como cuchillos. Evelyn era así, elegante desde todos los puntos de vista. Pero las ondulaciones y suavidades también tenían su qué, y Nancy Porter tenía una carita de muñeca adorable con esas mejillas encendidas y esos ojos azul claro. «Familia de campesinos», habría dicho la madre de Willoughby, pero él pensó que a su propia familia no le habría perjudicado un poquito de mezcla con gente algo más robusta.
– Hemos pensado… ellos han pensando, quiero decir que el sargento Lenhardt, el oficial a cargo del inspector Infante, y también el comisario jefe, todos ellos han dicho que sería bueno que estuviera usted presente.
– ¿Viendo el interrogatorio?
– E incluso participando en él…
– ¿No sería ilegal?
– Hay ocasiones en las que se permite a policías retirados trabajar para el departamento. Como asesores externos, claro. Podemos organizarlo de esa manera.
– Mire…
– ¿Por qué no me tutea?
– No creas, Nancy, que soy un machista. Mira, de repente no me acordaba de tu nombre propio… A veces me pasan cosas así… Soy un sesentón. Se me olvidan algunas cosas. Antes era más rápido que ahora. No voy a servir de gran cosa. Tú misma conoces mejor el caso que yo, a estas alturas.
– Su sola presencia bastaría para desengañarla antes de tratar de colarnos algún engaño. Infante está aún en Georgia, y su madre llegará esta noche…
– ¿Va a venir Miriam? ¿La habéis encontrado?
– Está en México, tal como dijo usted. Tenía una cuenta abierta en un banco de Texas, que nos dio los datos que nos permitieron ponernos en contacto con ella. Lenhardt la localizó ayer noche, pero no pensábamos que fuera posible traerla inmediatamente. En realidad el sargento intentó convencerla de que no viniera. Se pasará el día entero viajando, pero en cuanto llegue no habrá modo de mantenerla al margen. Tampoco queríamos tener hoy mismo la sentada con esa mujer, pero el sargento dijo que había que aprovechar la oportunidad.
– Quieres decir que esa mujer podría no ser quien es, pero la veis capaz de engañar incluso a Miriam, sacarle información, casi sin que ella misma se entere. -Negó con la cabeza-. No. A Miriam no la engañará. No hay nadie capaz de engañar a Miriam.
– No nos preocupa tanto eso como… Podemos analizar las células del epitelio, como último recurso. Pero iría bien eliminar las dudas, hacerla caer en alguna trampa hasta conseguir que se delatase, y librarnos de ella.
– ¿Epi qué?
– El ADN, disculpe que haya usado un término científico, que ni siquiera he empleado adecuadamente.
– Claro, el ADN. El mejor amigo de los polis, hoy en día.
Tomó otro sorbo de té frío. Eso quería decir que ni Miriam les había dicho nada, ni ellos habían sido tan listos como para preguntarlo. Nancy y todos los demás habían hecho sus deducciones, por supuesto, dando algunas cosas por sentadas, asumido cosas evidentes. Claro. Pensó que era culpa suya, por haber callado, tuvo muchísimos años para aclararlo. Pero no lo hizo, se lo debía a Dave.
Apartó los papeles, y lo hizo con tanta fuerza que algunos resbalaron hasta caer de la mesa baja de caoba. Una mesa, sólo ahora lo notó, en presencia de aquella mujer vibrante y joven, cubierta de polvo y con exceso de cera.
– Seguro que ella no se imagina lo que supone pasar por semejante ordalía. Seguro que piensa que va a resultar fácil. El tópico dice que los caballos de guerra reaccionan a la que huelen el humo. Lo que no se sabe es si eso significa que los caballos quieren ir a la guerra o huir en dirección contraria. Yo he pensado siempre que debía de significar lo segundo. Como inspector hice algunas cosas bastante bien, no era del todo malo. Y cuando me retiré hice las paces con el hecho de que este caso permanecería abierto, que hay cosas que nunca llegan a averiguarse. Incluso pensé, y no te rías de mí, en que habría alguna explicación sobrenatural. Una abducción de extraterrestres. ¿Por qué no?
– Pero si se pueden obtener respuestas…
– Mi instinto me dice que al final resultará que se trata de un testigo falso, que todo habrá sido una espantosa pérdida de tiempo y energías para todo el mundo. Lo siento por la pobre Miriam, tener que hacer un vuelo larguísimo, la necesidad inevitable de contemplar algo que nunca se permitió creer. Era Dave el que se agarraba a la esperanza, y eso le mató. Miriam en cambio era capaz de aceptar la realidad, encontró el modo de sobrevivir y seguir viviendo, aunque sin ninguna plenitud.
– Su instinto… eso es lo que necesitamos. Que esté en la sala conmigo, mirándole a los ojos. Dice el comisario en jefe que quiere hablar detenidamente con usted de toda esta situación, cree que su presencia cambiará todo.
Willoughby se levantó y caminó hasta la ventana. Estaba nublado y hacía frío, mucho frío incluso para los temperamentales marzos que solía hacer en la ciudad. Pero si le apetecía, podía irse a jugar al golf. El golf, un juego en el que nunca se alcanza la perfección, un juego que siempre te está recordando que eres humano, limitado. Aunque había dicho toda su vida que no quería jugar, que jamás se dejaría arrastrar a esa vida de club de campo que era la suya debido a la familia en la que había nacido, en los días vacíos del retiro había terminado empezando a jugar, y ahora estaba enganchado. Se había retirado con sólo cuarenta y cinco años. «¿Quién se retira a esa edad?»
«Un fracasado.»
Nunca quiso hacer carrera como policía. Ingresó en el cuerpo con la idea de permanecer apenas unos cinco años, más o menos, y saltar luego a la Oficina del Fiscal de Distrito, y tratar luego de obtener el puesto de fiscal general como alguien que conocía el mundo de las leyes en todos sus niveles, y tal vez presentarse a las elecciones de gobernador algún día. De joven, recién licenciado en Derecho por la Universidad de Virginia, trazó planes precisos para su futuro, armado de una especial confianza en sus fuerzas: planes a cinco años vista, a diez años, a veinte. Al cumplir la treintena ingresó en Homicidios y decidió quedarse algún tiempo más, investigar un caso importante para adquirir fama. Se encontraba todavía en su primer año cuando tropezó con el caso Bethany. Se quedó cinco años, y luego acabaron siendo diez.
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