Laura Lippman - Lo que los muertos saben

Здесь есть возможность читать онлайн «Laura Lippman - Lo que los muertos saben» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Lo que los muertos saben: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Lo que los muertos saben»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Hay preguntas que sólo los muertos podrían responder…
En 1975, dos hermanas, de once y quince años, desaparecieron en un centro comercial. Nunca fueron encontradas, y cientos de preguntas quedaron sin respuesta: ¿cómo pudieron secuestrar a dos niñas?, ¿quién o qué consiguió atraerlas fuera del centro sin dejar rastro? Treinta años después, una extraña mujer que se ha visto envuelta en un accidente de tráfico asegura ser una de las niñas. Pero su confesión y las posteriores evasivas con que responde a los investigadores sólo profundizan el misterio. ¿Dónde ha estado todos estos años?

Lo que los muertos saben — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Lo que los muertos saben», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Y dónde cae eso de Brunswick, por cierto? -dijo Infante-. ¿Cómo se va?

– El sargento te ha reservado un vuelo a Jacksonville que sale a las siete. Eso está muy abajo. Y Brunswick está a una hora de Jacksonville, hacia el norte. Penelope Jackson trabajaba en un restaurante, el Mullet Bay, en no sé qué zona turística de la isla de St. Simons, pero dejó ese trabajo hace un mes. Podría ser que viviese aún por esa zona, pero ya no se la encuentra en su anterior casa.

Claro, porque a lo mejor estaba ahora mismo en Baltimore, jugando a una extraña tomadura de pelo con todos ellos.

Capítulo 22

– ¿Estarás bien? ¿Seguro?

– Seguro -dijo ella, pensando: «Vete, vete, por favor»-. Si Seth no quiere irse, puedo cuidar yo de él.

– ¡Bien! -exclamó el chico, mientras Kay respondía.

– ¡Cómo se me iba a ocurrir imponerte una cosa así!

«Lo que no se te ocurriría es correr un riesgo así. Pero no importa, Kay. Tampoco yo me confiaría a mí misma el cuidado de ningún niño. Me he ofrecido a hacerlo para que no sospecharas de mis intenciones. »

– ¿Te importa que me quede en la casa, viendo la televisión?

Notaba que Kay no tenía ganas de ofrecerle una hospitalidad que llegara hasta esos extremos. Kay no se fiaba de ella, y hacía bien desconfiando, aunque no se diera cuenta. Hubo en Kay una breve lucha interna, pero al final triunfó el espíritu de justicia. A ella le encantaba Kay, una persona que siempre haría lo más adecuado, lo correcto. Sería fantástico ser como Kay, pero ella no podía permitirse lujos como la amabilidad o el espíritu de justicia.

– Desde luego que no. Y si quieres comer alguna cosa…

– ¿Después de una cena tan maravillosa? -Se dio unos golpecitos en el estómago-. No soy capaz de tragar nada más.

– Se necesita haber estado dos días en el hospital para decir que la comida para llevar de Wung Fu es maravillosa.

– Mi familia iba a ese restaurante chino. Bueno, ya sé que no es exactamente el mismo ni lo lleva la misma gente. Pero cuando nos dirigíamos en coche hacia allí me acordé de cuando nosotros íbamos.

Kay la miró con escepticismo. Tal vez estaba exagerando la nota, pero era verdad, esa parte era verdad. Quizás había llegado al punto en el que las mentiras que contaba eran más auténticas que las verdades. ¿Era consecuencia de haber vivido tantísimo tiempo una mentira?

– Salsa de pato -dijo, tratando de no atropellarse al hablar, de no parecer demasiado animada-, de pequeña yo pensaba que era algo que salía de los patos, como la leche salía de las vacas. Estaba convencida de que, si un día nos levantábamos muy temprano e íbamos al parque de Woodlawn, encontraríamos a los chinos ordeñando a los patos. Los imaginaba con sus sombreros de paja, dios mío, los llamábamos sombreros de culi. ¡Qué racistas éramos en aquellos tiempos!

– ¿Por qué? -preguntó Seth.

A ella le gustaba aquel niño, y también le caía bien Grace, casi a pesar suyo. Por lo general despreciaba a los niños, le fastidiaban. Pero los de Kay eran cariñosos, poseían una amabilidad heredada o aprendida de su madre. Dependían muchísimo de ella, debido tal vez al divorcio.

– Porque éramos unos ignorantes. Y probablemente, dentro de treinta años, hablando con un niño, tengas que reconocer algo parecido delante de él, y el niño tendrá la sensación de que lo que tú dices ahora, tu forma de vestir y de pensar, resulta increíble.

Supo, viendo la expresión de Seth, que no le había convencido, pero era un crío muy educado que ni soñó en la posibilidad de contradecirla. Él pensaba que su generación lo haría todo bien, que sería perfecta en todos los sentidos, que desvelaría todos los misterios. Al fin y al cabo, ellos tenían sus i- Pods, y era como si tenerlos les hiciera creer que todo era posible, que podrían controlar la vida de la misma manera que controlaban y administraban la música, para lo cual bastaba con darle vueltas a una ruedecita. «Pues muy bien, cariño. La vida será una gigantesca lista de canciones esperando a que tú decidas cuál quieres escuchar, será un mundo feliz, fácilmente controlable. Será lo que tú quieras y cuando lo quieras.»

– No tardaremos más de una hora -dijo Kay.

– No te preocupes por mí. -«O por decirlo como solía el hombre al que yo tenía que llamar tío: no te vuelvas loca por irte; vete, simplemente.»

Cuando la dejaron sola puso la televisión y se forzó a permanecer sentada viendo un programa estúpido durante diez minutos. «Los niños siempre se olvidan algo -pensó-, pero al cabo de diez minutos en el coche, ningún padre regresa a por esa cosa a no ser que se trate de algo realmente esencial.» Cuando comenzó la segunda tanda de anuncios, se levantó y conectó el ordenador familiar.

«Que no tenga contraseña, que no tenga contraseña», rezó, y naturalmente no tenía. Aquel sencillo ordenador Dell no opuso resistencia. Dejaría rastro, por fuerza, pero ¿a quién se le ocurriría buscar allí su rastro? Trabajó con celeridad, buscó su correo electrónico en la web, miró si había algo urgente. Y después le escribió un correo al supervisor de su departamento, le explicó que había sufrido un accidente y que se había producido una urgencia de tipo familiar -lo cual era verdad: ella misma era su propia familia- y que había tenido que irse de la ciudad de manera precipitada. Lo envió y salió de su correo electrónico al instante, por si acaso el supervisor estaba conectado y le enviaba una respuesta inmediata. Después, a sabiendas del riesgo que corría, tecleó «Heather Bethany» en el buscador Google.

Apenas había pulsado dos teclas, la «H» y la «e» cuando Google repitió su búsqueda anterior. Vaya con la fisgona de Kay. Llevaba unos días haciendo horas extras en su propia casa. De todos modos, eso fue un alivio, pensar que Kay no era sólo noble, una mujer dispuesta a ayudar en lo que fuera, sino que también tenía instintos tan básicos como la curiosidad más rastrera. Revisó el historial de búsquedas, tratando de averiguar por dónde había estado mirando Kay, pero no eran más que los sitios más evidentes y elementales. Llegó a los archivos del diario Beacon Light, pero se negó a pagar por mirar páginas antiguas. No importaba, esas noticias se las sabía de memoria. Estaba la web de los niños desaparecidos, con aquellas fotos fantasmales del pasado, los datos más básicos. Y un blog estremecedor en el que cierto señor de Ohio afirmaba haber resuelto el caso Bethany. «Muy bien.»

Deseó que Kay, siendo como era asistente social, hubiese tenido libre acceso a ciertos archivos secretos del gobierno, las webs donde se guardaban los datos confidenciales. Pero en realidad eso no existía, y en caso de haber existido ella sola habría acabado encontrando el modo de colarse y revisarlos. Hacía siglos que ella sólita había agotado todos los recursos que ofrecía por ahora Internet.

A pesar suyo, se desconectó y apagó el ordenador. Echó de menos su ordenador personal. Hasta ese mismo momento nunca había calibrado hasta qué punto era intensa su relación con él, ni comprendido la enorme cantidad de horas diarias que dedicaba a mirar su pantalla. Sin embargo, ahora que se daba cuenta, esa información acerca de sus propias costumbres y sus propios sentimientos no le resultó tan patética como pudiera parecer. Todo lo contrario. Le encantaban los ordenadores, que fueran tan pulcros y lógicos en su funcionamiento. Durante los años más recientes se había reído a gusto de toda esa preocupación por la existencia de Internet, por la posibilidad que ofrecía de establecer contacto con niños y niñas, por el aumento de difusión de la pornografía infantil: ¡como si el mundo hubiera sido absolutamente seguro antes de la aparición de los ordenadores!

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Lo que los muertos saben»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Lo que los muertos saben» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Lo que los muertos saben»

Обсуждение, отзывы о книге «Lo que los muertos saben» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x