– Cayo Oeste -dijo en voz alta, y Quinn asintió levemente con expresión avergonzada-. París, Londres o Berlín. Hubieran podido incluir Roma y otras importantes ciudades. Cualquier sitio donde pudieran colocarme en un vuelo directo a Miami, ¿eh?
– Supongo que sí.
– ¿En qué lugar exacto de Cayo Oeste?
– Eso ya no lo sé. De veras que no lo sé.
Bond se encogió de hombros como para dar a entender que no le importaba.
Se abrió la puerta y entró Kirchtum. Sonreía de oreja a oreja y llevaba en la mano un cuenco cubierto con un lienzo.
– Creo que tengo lo que necesita.
– Muy bien -contestó Bond, devolviéndole la sonrisa-. Y yo creo que tengo lo que necesito. Déjele fuera de combate, Herr Doktor.
Quinn no opuso resistencia mientras Kirchtum le subía la manga, le limpiaba con algodón una zona del brazo y le clavaba una aguja hipodérmica. Antes de que transcurrieran diez segundos, Quinn se le relajó el cuerpo y la cabeza le cayó hacia adelante. Bond ya estaba nuevamente ocupado con las correas.
– Dormirá unas cuatro o cinco horas. ¿Se va usted?
– Sí, tan pronto como me cerciore de que no se podrá escapar en cuanto despierte. Uno de los míos llegará primero para encargarse de que reciba la llamada telefónica de su vigilante y la transmita a la fuente. Tengo que disponerlo todo. Mi hombre utilizará las palabras «Me encontrará la luz de la luna». Y usted contestará: «Orgullosa Titania». ¿Entendido?
– Eso es Shakespeare, El sueño de una medianoche de verano, ja ?
– El sueño de una noche de verano. Ja .
– Noche o medianoche, ¿qué importancia tiene eso?
– Para el señor Shakespeare está claro que debía tenerla. Es mejor decir las cosas correctamente -dijo Bond mirando con una sonrisa al corpulento médico-. ¿Podrá hacer todo eso que le pido?
– Póngame a prueba Herr Bond.
Cinco minutos más tarde, Bond subió al Saab y regresó a toda prisa al hotel. Desde su habitación, llamó a Nannie para disculparse por el retraso.
– Ha habido un pequeño cambio de planes -le dijo-. Espera aquí. Díselo a Sukie. Volveré a llamarte enseguida. Con un poco de suerte, saldremos antes de una hora.
– Pero, ¿qué demonios pasa? -preguntó Nannie, visiblemente enojada.
– Quedaos aquí y no os preocupéis, que no me iré sin vosotras.
– Eso faltaría -replicó ella, colgándole el teléfono.
Bond sonrió para sus adentros, abrió la cartera que contenía el desmodulador CC-500 y lo ajustó al teléfono.
Aunque, a todos los efectos, estaba completamente solo, ya era hora de llamar al Servicio y pedirle un poco de ayuda.
Marcó el número de Regent's Park, de Londres, sabiendo que la línea era segura, y preguntó por el oficial de guardia, el cual se puso casi inmediatamente al aparato. Tras identificarse, Bond empezó a darle instrucciones. Quería transmitir rápidamente una información a «M» y después al residente de Viena. Se mostró muy firme y concreto y aseguró que sólo había una manera de abordar el asunto: la suya. De otro modo, podían perder la mayor oportunidad de su vida. ESPECTRO se había convertido en un blanco fácil que sólo él podía atacar. Sus instrucciones deberían cumplirse a rajatabla. Terminó repitiendo el número de su habitación del hotel y pidió que le devolvieran la llamada cuanto antes.
La respuesta apenas tardó quince minutos. «M» había dado el visto bueno a todas las instrucciones de Bond y la operación ya se había transmitido a Viena. Un avión privado transportaría a un equipo de cinco personas, tres hombres y dos mujeres. Estos esperarían en el aeropuerto de Salzburgo a Bond, el cual debería conseguir autorización para un vuelo privado a Zurich por medio de su pasaporte B de la Universal Export. Se hicieron reservas en el vuelo 115 de la Pan American de Zurich a Miami con salida a las 10.15, hora local. Bond dio las gracias al oficial de guardia y estaba a punto de colgar el aparato cuando el oficial le detuvo.
– Depredador.
– ¿Si?
– «M» dice: «Inglaterra espera». Nelson, supongo… «Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber.»
– Sí -contestó Bond, exasperado-. Sí, conozco la cita.
– Y dice que buena suerte, señor.
Sabía que la iba a necesitar. Retiró el CC-500 y marcó el número de la habitación de Nannie.
– Todo arreglado. Ya estamos casi listos para la partida.
– Ya era hora -la voz de la chica parecía llevar la huella de una sonrisa-. ¿Adónde vamos?
– A ver al Mago -contestó Bond, riéndose sin ganas-. El maravilloso Mago de Oz.
13 Buenas noches, mister Boldman
– James, James, te equivocas de camino. Dejaste el Bentley en el aparcamiento de la izquierda. ¿No te acuerdas?
– No lo vayas pregonando por ahí, Sukie. No utilizaremos el Bentley.
A la vuelta, tras aparcar el Saab, Bond efectuó un desvío y utilizó el viejo truco de introducir las llaves del Bentley en el tubo de escape. No era tan seguro como a él le hubiera gustado, pero no tenía más remedio que conformarse. Ahora estaban cargando el equipaje en el Saab.
– No… -empezó a decir Nannie, respirando hondo.
– Tenemos un medio de transporte alternativo -contestó Bond en tono autoritario.
Su plan de desbordar el flanco de ESPECTRO dependía enteramente de la precaución y de la habilidad. Pensó incluso en dejar a Sukie y a Nannie en el hotel. Sin embargo, a menos que pudiera aislarlas, era mejor llevarlas consigo. De todos modos, ya le habían demostrado su intención de permanecer a su lado. Si ahora las dejara, tal vez hubiera problemas.
– Espero que vuestros visados norteamericanos estén al día -dijo Bond, tras haber cargado el equipaje y puesto en marcha el motor.
– ¿Norteamericanos? -repitió Sukie con voz estridente.
– ¿No tenéis los visados en regla?
Bond salió del aparcamiento y empezó a circular por las calles que les llevarían al aeropuerto.
– ¡Pues claro que lo están! -contestó Nannie, ofendida.
– No tengo nada que ponerme -dijo Sukie.
– Unos pantalones vaqueros y una blusa serán suficientes allí donde vamos.
Bond esbozó una sonrisa mientras enfilaba la carretera de Innsbruck. Los faros delanteros del automóvil iluminaron por un instante la señal indicadora del Flughafen.
– Os tengo que decir otra cosa -añadió-. Antes de que abandonemos este automóvil, tendréis que guardar vuestra quincallería en una de mis maletas. Vamos a Zurich y luego tomaremos un vuelo directo a los Estados Unidos. Tengo un compartimento protegido en la maleta grande y nuestras armas deberán guardarse allí. En Zurich, tomaremos un vuelo comercial.
Nannie empezó a protestar y Bond la cortó en seco.
– Las dos habéis decidido permanecer a mi lado. Si os queréis marchar, decidlo ahora y dispondré que os acompañen nuevamente al hotel. Os lo pasaréis muy bien, yendo a todos estos conciertos de Mozart.
– Vendremos pase lo que pase -dijo Nannie con firmeza-. Las dos. ¿No es cierto, Sukie?
– Pues claro.
– Todo arreglado entonces -Bond vio que las indicaciones del Flughafen eran cada vez más numerosas-. Un aparato privado vendrá a recogernos. Tendré que pasar cierto tiempo con las personas que viajan a bordo del mismo. Me temo que vosotras no podréis estar presentes. Después nos iremos a Zurich.
En el aparcamiento del aeropuerto, Bond abrió la portezuela trasera del coche y sacó una maleta plegable Samsonite. La Rama Q la había modificado, colocando en el centro un resistente compartimento adicional de cierre por cremallera, impermeable a todos los controles habituales de los aeropuertos y muy útil para Bond cuando viajaba con líneas aéreas que no permitían llevar armas personales.
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