– Me han quitado el liguero con la funda de la pistola.
En aquel instante, sonó el teléfono y Bond se puso al aparato.
– Depredador.
– Un oficial de mucha antigüedad ya está en camino con un equipo de colaboradores -dijo el residente-. Sé discreto, por lo que más quieras, y diles sólo lo que sea absolutamente necesario. Después, trasládate a Viena inmediatamente. Es una orden de arriba.
– Diles que traigan ropa de mujer -contestó Bond; e indicó las tallas aproximadas.
Mientras colgaba el teléfono, oyó unos gritos de alegría procedentes de uno de los cuartos de baño: las chicas habían encontrado su ropa en el interior de un armario. Sukie salió completamente vestida y Nannie apareció sujetándose descaradamente las medias al liguero que aún llevaba ajustada la funda con la pistola.
– Vamos a abrir un poco para que entre el aire -dijo Sukie, acercándose a la puerta vidriera.
Bond se interpuso en su camino, diciéndole que no le aconsejaba que descorriera las cortinas y mucho menos que abriera las ventanas. Luego explicó rápidamente la razón y les dijo a las chicas que se quedaran en el salón principal mientras él se introducía por detrás de los cortinajes y entreabría el balcón para que entrara un poco el aire en la estancia.
El timbre de la puerta sonó con apremio. Tras las oportunas identificaciones, Bond explicó en alemán a través de la puerta cerrada que no podía abrir desde dentro. Oyó el rumor de unas llaves. Al séptimo intento, los de fuera consiguieron abrir la puerta y en el acto entró en el apartamento lo que parecía ser la mitad de las fuerzas policiales de Salzburgo, encabezadas por un elegante y autoritario personaje de cabello canoso a quien los demás trataban con gran respeto. Este se presentó como el comisario Becker. El equipo de investigadores inició su labor en la terraza mientras Becker hablaba con Bond. A Sukie y Nannie las acompañaron unos hombres de paisano que probablemente las iban a interrogar por separado en otro sitio.
Becker tenía una larga nariz aristocrática y una mirada amable. Parecía muy experto y fue inmediatamente al grano.
– He recibido instrucciones de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores y de los Departamentos de Seguridad -dijo en un inglés casi sin acento-. Tengo entendido que el jefe del Servicio al que usted pertenece también ha establecido contacto. Lo único que yo quiero de usted es una declaración detallada. Después será libre de irse. Pero, considero aconsejable que abandone usted Austria antes de veinticuatro horas, míster Bond.
– ¿Es una orden oficial?
– No, no lo es -contestó Becker, sacudiendo la cabeza-. Sólo es mi opinión personal. Algo que yo le aconsejo. Ahora, míster Bond, empecemos por arriba, tal como se dice en los círculos musicales.
Bond le contó la historia, omitiendo cuanto sabía sobre Tamil Rahani y la Caza de Cabezas organizada por ESPECTRO. Señaló que el tiroteo de la autobahn era uno de los gajes del oficio con que tiene que contar cualquier persona que desarrolle actividades clandestinas.
– No hay por qué avergonzarse de este trabajo -dijo Becker, esbozando una sonrisa bonachona-. En nuestra labor policial aquí, en Austria, entramos en contacto con todo tipo de personas extrañas de muy diversos orígenes (americanos, británicos, franceses, alemanes y soviéticos). Usted ya me entiende. Somos casi un centro de distribución de espías, aunque ya sé que a ustedes no les gusta utilizar esta palabra.
– Es todo un poco anticuado -dijo Bond sonriendo-. En muchos sentidos, somos una tribu pasada de moda y muchas personas quisieran arrojarnos a la basura. Los satélites y los ordenadores han asumido buena parte de nuestra labor.
– Lo mismo nos ocurre a nosotros -contestó el policía, encogiéndose de hombros-.
No obstante, nada puede sustituir a los agentes que patrullan por las calles, y estoy seguro de que, en su actividad, es necesario todavía el hombre sobre el terreno. Lo mismo sucede en la guerra. Por muchos misiles tácticos y estratégicos que aparezcan en el horizonte, los militares necesitan cuerpos vivos en el campo de batalla. Aquí estamos situados en una peligrosa encrucijada geográfica. Tenemos un dicho especial para las potencias de la OTAN. Si vienen los rusos, estarán en Viena a la hora del desayuno, pero tomarán el té de la tarde en Londres.
Con su especial habilidad de investigador, Becker abandonó la digresión, volvió al tema principal del interrogatorio y preguntó cuáles eran los motivos de Heinrich Osten, Der Haken. Bond le explicó palabra por palabra lo ocurrido, excluyendo de nuevo todo lo relativo a la Caza de Cabezas.
– Al parecer, llevaba muchos años esperando la ocasión de llenarse los bolsillos y largarse.
– No me sorprende -dijo Becker, esbozando una amarga sonrisa-. Der Haken, como casi todo el mundo le llamaba, ejercía un extraño dominio sobre las autoridades. Aún hay muchas personas, algunas de ellas en altos cargos de la administración, que sienten todavía muy cercana la época nazi. Me temo que recuerdan demasiado bien a Osten. Quienquiera que le haya llevado a este desagradable final, nos ha hecho un favor -añadió-. Luego, volviendo a cambiar de tema, el policía acabó diciendo-: Dígame, ¿por qué cree usted que se ha fijado un rescate tan alto por las dos damas?
– En realidad, ignoro las condiciones de ese rescate -contestó Bond, adoptando su expresión más inocente-. Es más, aún me tienen que contar toda la historia del secuestro.
Becker sonrió de nuevo, y agitó el dedo en dirección a Bond como si éste fuera un travieso colegial.
– Vamos, vamos, me parece que conoce muy bien las condiciones. Al fin y al cabo, estuvo algún tiempo en compañía de Osten tras el anuncio de su muerte. Yo me hice cargo del caso anoche. Como sabe usted bien, el rescate es usted mismo, míster Bond. Hay asimismo la cuestión de los diez millones de francos suizos, literalmente suspendidos sobre su cabeza.
– De acuerdo -dijo Bond, haciendo un gesto de capitulación-, los rehenes son el precio de mi persona y su colega se enteró de lo del contrato, que vale mucho dinero…
– Aunque usted fuera responsable de su muerte -le interrumpió Becker-, no creo que ningún policía, ni aquí ni en Viena, se empeñara en acusarle de nada…, siendo Der Haken lo que era -Becker arqueó inquisitorialmente una ceja-. Usted no le mató, ¿verdad?
– Si así fuera, se lo hubiera dicho. No, no lo hice, pero creo saber quién lo hizo.
– ¿Sin conocer siquiera los detalles del secuestro? -preguntó Becker sabiamente.
– Sí. Miss May -mi ama de llaves- y miss Moneypenny son el anzuelo. Tal como usted dice, es a mí a quien quieren. Esta gente sabe que haré cualquier cosa para rescatar a las damas y que, en último extremo, me entregaría para salvarlas.
– ¿Está dispuesto a dar su vida por una anciana solterona y una compañera de edad indeterminada?
– También solterona -dijo Bond sonriendo-. La respuesta es que sí lo haría…, aunque mi intención es conseguirlo sin perder la cabeza.
– Mi información, míster Bond, es que usted ha estado muchas veces a punto de perder la cabeza por…
– ¿Lo que antes se llamaba pollita?
– Esa es una expresión que no conozco…, pollita.
– Una pollita, unas faldas…, una mujer atractiva -le explicó Bond.
– Sí. Sí, comprendo, y tiene usted razón. Nuestros informes le muestran a usted como un auténtico San Jorge matando dragones para salvar a hermosas doncellas. Esta es una situación insólita para usted. Yo…
– ¿Puede decirme lo que ocurrió de verdad? -preguntó Bond, cortándole en seco-. ¿Cómo se produjo el secuestro?
El comisario Becker hizo una pausa al ver entrar en la estancia a un oficial de paisano con quien intercambió rápidamente unas frases. El oficial le dijo a Becker que las mujeres habían sido interrogadas. El comisario le ordenó que esperara con ellas un ratito. El equipo de hombres del balcón estaba ultimando también las investigaciones preliminares.
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