Steve Berry - La conexión Alejandría

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La legendaria biblioteca desaparecida esconde el futuro de tres religiones.
Fundada en el siglo III a.C., la biblioteca de Alejandría era la mayor fuente de conocimiento del mundo entero. Pero hace 1.500 años desapareció entre el mito y la leyenda sin dejar rastro arqueológico alguno. Su saber ha sido desde entonces codiciado por académicos, buscadores de tesoros y aquellos que creen que sus secretos esconden la llave del poder. Cotton Malone, el ya célebre agente del gobierno norteamericano, vive retirado en Copenhague, donde regenta una librería de segunda mano. Pero su tranquila vida se ve truncada de repente: su hijo es secuestrado y alguien prende fuego a la librería. Cotton Malone tiene una valiosa información capaz de revelar los secretos de la desaparecida biblioteca de Alejandría, y alguien parece dispuesto a cualquier cosa para conseguirla.

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«Reorganiza las catorce piedras y después sírvete de la escuadra y el compás para dar con el camino. A mediodía siente la presencia de la luz roja, ve enrojecer de ira el anillo infinito de la serpiente.»

En Belém todo había sido bastante obvio: una mezcla de historia y ciencia aplicada, al parecer el sello de los Guardianes. Al fin y al cabo la idea era que el invitado saliera airoso. Sin embargo esa parte suponía un desafío.

Pero no era imposible.

Inspeccionó el ruinoso edificio y la improvisada tumba.

Entonces las vio y las contó: catorce.

McCollum se planteó matarlos sin más allí mismo. ¿Estaría lo bastante cerca para averiguar el resto él solo? Malone lo había llevado hasta allí y, tal como esperaba, había echado mano de sus recursos para conducirlos de Inglaterra a Portugal y luego hasta allí.

Sin embargo se dijo que debía tener paciencia.

Él nunca habría descifrado la búsqueda solo, y mucho menos tan deprisa. A esas alturas el viejo lo estaría buscando. La asamblea estaba reunida, así que esperaba que eso lo distrajera hasta el día siguiente. Pero sabía las ganas que tenía Hermann de enterarse de si esa pista era prometedora. También conocía los otros planes del anciano y cuan crítica sería su propia participación en la próxima semana. Se habían servido de tres emisarios para negociar con Bin Laden; él los había ido a ver a los tres, había matado a dos y había dejado con vida a uno.

Esa persona y la biblioteca serían sus monedas de cambio.

Eso suponiendo que allí hubiera algo que encontrar.

En caso contrario, mataría a Malone y a su ex, y confiaría en salir del apuro contando unas mentiras.

Malone miraba fijamente uno de los lados de la ruinosa construcción. A unos tres metros se encontraba una de las desnudas aberturas. Dio la vuelta hasta el otro lado y observó la otra, que se hallaba a una altura similar.

Volvió con McCollum y Pam y anunció:

– Creo que lo tengo. La construcción es cuadrada, igual que las dos aberturas.

– «Sírvete de la escuadra y el compás» -recordó Pam.

Él apuntó arriba y dijo:

– Esas dos aberturas son la clave.

– ¿A qué se refiere? -inquirió McCollum-. Va a ser algo difícil subir hasta allí.

– No lo creo. Eche un vistazo. ¿Se ha fijado en las piedras?

Pam se acercó a una de ellas, se agachó y la tocó.

– Cuadrada, de unos treinta centímetros de lado, ¿no?

– Yo diría que sí. Acuérdate de la pista: «Reorganiza las catorce piedras y después sírvete de la escuadra y el compás para dar con el camino.» Hay catorce piedras desperdigadas por aquí.

Pam se puso en pie.

– Es evidente que esta búsqueda entraña un esfuerzo físico. No todo el mundo podría cargar con esos pedruscos. Supongo que con ellas se alcanzará la ventana, ¿no?

Malone dejó la mochila en el suelo, al igual que McCollum, que dijo:

– Sólo hay una manera de averiguarlo.

Necesitaron veinte minutos para recoger las catorce piedras cuadradas y formar con ellas una pirámide achatada: seis abajo, luego cinco y por último tres. Si fuese preciso, una de esas tres se podía superponer a las otras dos para conseguir más altura, pero en opinión de Malone la pila ya era lo suficientemente alta.

Subió y, una vez arriba, mantuvo el equilibrio.

McCollum y Pam se aseguraron de que la torre permaneciera estable.

Él miró por el cuadrado que se abría en la desmoronada pared. Por la abertura opuesta, a unos seis metros, divisó unas montañas que se alzaban a menos de un kilómetro de distancia. «A mediodía siente la presencia de la luz roja, ve enrojecer de ira el anillo infinito de la serpiente.»

La construcción había sido orientada deliberadamente de este a oeste.

Esa construcción no era una vivienda. No. Al igual que el rosetón de Belém, también con orientación este-oeste, era un «compás», o sea, como una brújula.

«Sírvete de la escuadra y el compás para dar con el camino.»

Consultó su reloj. Eso es lo que haría dentro de una hora.

70

Maryland

7:30

Stephanie conducía la ranchera que les había proporcionado el presidente. Daniels también les había dado dos pistolas del servicio secreto con cargadores extra. Ella no estaba muy segura de dónde iban a meterse, pero por lo visto el presidente quería que estuviesen preparadas.

– Eres consciente de que es probable que el coche esté controlado electrónicamente, ¿no? -comentó Cassiopeia.

– Esperemos.

– Y te das cuenta de que toda esta historia es una locura, ¿no? No sabemos de quién fiarnos, incluido el presidente de Estados Unidos.

– Sin duda. Somos peones en un tablero de ajedrez. Pero un peón puede comerse al rey si se coloca adecuadamente.

– Stephanie, somos el cebo.

Ella estaba de acuerdo, pero no dijo nada.

Entraron en una población pequeña que se encontraba a unos cincuenta kilómetros al norte de Washington, una de las incontables ciudades dormitorio que rodeaban la capital. Siguiendo las indicaciones que le habían dado, reconoció el nombre del restaurante, que se hallaba bajo un manto de frondosos árboles y exhibía una cristalera por fachada: Aunt B's.

Uno de los sitios preferidos de Larry Daley.

Aparcó y entraron. Las recibió un acre olor a patatas fritas con beicon y manzana. Entusiastas comensales atacaban un humeante bufé. Pasaron ante el cajero y vieron a Daley, sentado, solo.

– Comed algo -sugirió-. Invito yo.

Ante sí tenía un plato de huevos, sémola y una chuleta de cerdo.

Tal y como habían convenido, Cassiopeia ocupó otra mesa desde donde podía vigilar la sala, y Stephanie se sentó con Daley.

– No, gracias. -Reparó en un letrero cerca del bufé con dos enormes cerdos rodeados del eslogan: «Recupera la grasa en Aunt B's.» Ella lo señaló-. ¿Por eso comes aquí? ¿Para recuperar la grasa?

– Me gusta el sitio. Me recuerda a la comida de mi madre. Sé que te cuesta creerlo, pero soy una persona.

– ¿Por qué no estás dirigiendo el Billet? Ahora estás al mando.

– Estoy en ello. Tenemos un problema más acuciante.

– Como salvar el culo.

Él cortó un trozo de la chuleta.

– Esto está buenísimo. Deberías comer algo, necesitas recuperar algo de grasa, Stephanie.

– Es muy amable por tu parte que te hayas fijado en mi esbelta figura. ¿Dónde está tu novia?

– Ni idea. Supongo que se acostaba conmigo para ver qué podía sacarme. Que fue nada. Yo hacía lo mismo. En contra de lo que puedas pensar, no soy tan idiota.

A instancias de Daniels había llamado a Daley dos horas antes y le había propuesto que se vieran. Él había accedido encantado. Lo que no entendía era por qué Daniels había interrumpido el encuentro en el museo si de verdad quería que ella hablara con Daley. Sin embargo, se limitó a añadir esa pregunta a la cada vez más larga lista que tenía.

– No terminamos nuestra conversación.

– Es hora de que te enfrentes a la realidad, Stephanie. Te puedes quedar con mis memorias USB. Utilízalas, me da igual. Si yo caigo, el presidente caerá conmigo. Lo cierto es que quería que las encontrases.

A ella le costaba creerlo.

– Sabía lo de tu investigación. En cuanto a la puta que me enviaste, no soy tan idiota. ¿Acaso crees que es la primera vez que una mujer intenta sonsacarme? Sabía que andabas fisgando, así que te facilité que encontrases lo que buscabas. Pero te tomaste tu tiempo.

– Buen intento, Larry, pero no cuela.

Él cogió con el tenedor un trozo de huevo con sémola y dio cuenta de él.

– Sé que no te vas a creer nada de esto, pero, para variar ¿podrías olvidar que me odias y escuchar?

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