Steve Berry - La conexión Alejandría

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La legendaria biblioteca desaparecida esconde el futuro de tres religiones.
Fundada en el siglo III a.C., la biblioteca de Alejandría era la mayor fuente de conocimiento del mundo entero. Pero hace 1.500 años desapareció entre el mito y la leyenda sin dejar rastro arqueológico alguno. Su saber ha sido desde entonces codiciado por académicos, buscadores de tesoros y aquellos que creen que sus secretos esconden la llave del poder. Cotton Malone, el ya célebre agente del gobierno norteamericano, vive retirado en Copenhague, donde regenta una librería de segunda mano. Pero su tranquila vida se ve truncada de repente: su hijo es secuestrado y alguien prende fuego a la librería. Cotton Malone tiene una valiosa información capaz de revelar los secretos de la desaparecida biblioteca de Alejandría, y alguien parece dispuesto a cualquier cosa para conseguirla.

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A Stephanie le entraron ganas de preguntar quién, pero decidió dejarlo hablar.

– Algo se ha puesto en marcha, y todo empezó cuando se llevaron al hijo de Cotton Malone. Por suerte esos tipos no saben con quién se enfrentan. Él les dará su merecido. Y eso nos permite a nosotros hacer lo que nos interesa. Uno de mis tíos solía decir: «¿Quieres matar serpientes? Es fácil: prende fuego a la maleza y espera a que salgan. Entonces podrás aplastarles la cabeza.» Eso es lo que vamos a hacer.

Cassiopeia hizo un gesto negativo.

– Como decía, señor presidente, tiene usted un buen lío. Yo sólo llevo metida en él uno o dos días, pero no tengo ni idea de quién dice la verdad.

– ¿Incluido yo?

Los ojos verde esmeralda de Cassiopeia se entrecerraron.

– Incluido usted.

– Eso está bien. Debería recelar de vosotras. -Su voz sonó sincera-. Pero necesito vuestra ayuda. Por eso te despedí, Stephanie. Necesitabas libertad de movimientos, y ahora la tienes.

– Para hacer ¿qué?

– Dar con mi traidor.

60

Viena

23:20

Thorvaldsen llevó a Gary de la segunda planta del castillo a la primera. No había sabido más de Alfred Hermann desde la conversación que habían mantenido un rato antes. Gary había pasado la tarde con algunos de los otros invitados. Dos miembros habían acudido con sus hijos adolescentes, y Hermann había dispuesto que cenaran en el invernadero, en la parte posterior de la mansión.

– Ha estado bien -comentó el chico-. Las mariposas se te posan en el plato.

El danés había ido varias veces a la Schmetterlinghaus y también la encontraba fascinante. Incluso se planteaba incorporar una a Christiangade.

– Son unas criaturas extraordinarias que necesitan grandes cuidados.

– Ese sitio era como una selva.

Ninguno de los dos podía dormir. Por lo visto Gary también era un noctámbulo, así que se dirigieron a la biblioteca de la mansión.

Thorvaldsen había oído antes que Hermann tenía intención de reunirse con el comité económico. Las deliberaciones durarían un buen rato, lo cual le daría a él tiempo para leer y prepararse. La asamblea del día siguiente sería decisiva, así que en el debate habría que ser preciso. Todo el mundo se marcharía el domingo, la asamblea nunca se prolongaba. El personal y los comités limitaban las cuestiones a aquellas que requerían el voto colectivo, y a continuación éstas se exponían, discutían y resolvían. De esta forma, los planes de la Orden quedaban fijados durante los meses que faltaban hasta la primavera.

De modo que debía estar preparado.

La oscura biblioteca tenía dos alturas y estaba revestida de relucientes paneles de madera de nogal. Una chimenea de mármol negro, flanqueada por estatuillas barrocas y coronada por un tapiz francés, dominaba una pared. Las tres restantes las recorrían estanterías empotradas del suelo al techo. Un fresco muy realista cubría la estancia de tal modo que daba la impresión de que la biblioteca se abría al cielo.

Una escalera de caracol llevaba hasta las estanterías superiores. Thorvaldsen se agarró a la ornada barandilla de hierro e inició un lento ascenso por los estrechos peldaños.

– ¿Qué hacemos aquí? -preguntó Gary cuando se vieron arriba.

– Quiero leer una cosa.

Conocía el atril de la biblioteca de Hermann, el cual exhibía una magnífica Biblia. El austriaco se jactaba de que la edición era una de las primeras. Thorvaldsen se aproximó al antiguo volumen y admiró sus tapas.

– La Biblia fue el primer libro que salió de la imprenta cuando ésta finalmente se perfeccionó, en el siglo xv. Gutenberg hizo muchas Biblias, y ésta es una de ellas. Como te dije antes, deberías leerla.

Gary miró fijamente el libro, y Thorvaldsen supo que el muchacho no comprendía su importancia, de modo que le explicó:

– Estas palabras cambiaron el curso de la historia de la humanidad, modificaron el desarrollo social del género humano y forjaron sistemas políticos. Éste y el Corán tal vez sean los dos libros más importantes del mundo.

– ¿Cómo pueden ser las palabras tan importantes?

– No se trata sólo de las palabras, Gary, sino de lo que hacemos con ellas. Después de Gutenberg iniciara la impresión a gran escala, los libros se difundieron rápidamente. No eran baratos, pero para el año 1500 sí habituales. Tener más acceso a la información trajo consigo un debate más fundamentado, una crítica de la autoridad más generalizada. La información cambió el mundo, lo convirtió en un lugar distinto. -Señaló la Biblia-. Y este libro lo cambió todo.

Abrió con cuidado la cubierta.

– ¿Qué idioma es ése? -preguntó Gary.

– Latín.

El danés echó una ojeada al índice.

– ¿Lo entiende?

Él sonrió al percibir el tono de incredulidad.

– Me lo enseñaron de pequeño. -Le dio unos golpecitos al muchacho en el pecho-. Tú también deberías aprenderlo.

– Si lo hiciera ¿para qué me serviría?

– En primer lugar para leer esta Biblia. -Señaló el índice-. Treinta y nueve libros. Los judíos veneran los cinco primeros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Relatan la historia del antiguo pueblo de Israel desde la creación del mundo hasta la entrega a Moisés de las Tablas de la Ley en el Sinaí, pasando por el diluvio universal, el éxodo de Egipto y la travesía por el desierto. Toda una epopeya.

Él sabía que esos escritos significaban mucho para los judíos, al igual que la siguiente división, los profetas -Josué, Jueces, Samuel y Reyes-, que referían la historia de los israelitas desde el paso del río Jordán hasta la conquista de Canaán, el auge y la caída de sus numerosos reinos y su derrota a manos de los asirios y los babilonios.

– Estos libros nos cuentan la historia del pueblo de Israel durante miles de años antes de Cristo -le dijo a Gary-. Eran un pueblo cuyo destino iba ligado directamente a Dios y a las promesas que éste hizo.

– Pero eso fue hace mucho tiempo, ¿no?

Thorvaldsen asintió.

– Hace cuatro mil años. Sin embargo, árabes y judíos luchan desde hace siglos para intentar demostrar su verdad.

Hojeó despacio el Génesis y dio con el pasaje que había ido a analizar:

– «Dijo Yavé a Abram: “Alza tus ojos, y desde el lugar donde estás mira al norte y al mediodía, al oriente y al occidente. Toda esa tierra que ves te la daré yo a ti y a tu descendencia para siempre”» -Hizo una pausa-. Estas palabras le han costado la vida a millones de personas.

Releyó de nuevo en silencio las cinco palabras más importantes.

– ¿De qué se trata? -preguntó Gary.

Él clavó la vista en el chico. ¿Cuántas veces le había preguntado Caí eso mismo? Su hijo había aprendido latín, leído la Biblia y practicado su religión. Era un buen muchacho, pero terminó siendo víctima de la violencia sin sentido.

– La verdad es importante -respondió, más para sí que para Gary.

«Desde el lugar donde estás.»

– ¿Ha sabido algo de mi padre? -quiso saber Gary.

Él lo miró y negó con la cabeza.

– Nada. Ha ido a buscar algo muy parecido a lo que nos rodea: una biblioteca, una que podría encerrar la clave para entender estas palabras bíblicas.

Un alboroto en la parte de abajo captó su atención. La puerta de la biblioteca se abrió, y se oyeron voces. Reconoció una. Era la de Alfred Hermann.

Thorvaldsen hizo una señal y ambos retrocedieron hasta donde las estanterías superiores se veían interrumpidas por el hueco de una ventana. La parte inferior estaba débilmente iluminada por varias lámparas distintas; la galería de arriba, por focos encastrados en el techo. Le indicó a Gary que no hiciera ruido, y el muchacho asintió.

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