Steve Berry - La conexión Alejandría

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La legendaria biblioteca desaparecida esconde el futuro de tres religiones.
Fundada en el siglo III a.C., la biblioteca de Alejandría era la mayor fuente de conocimiento del mundo entero. Pero hace 1.500 años desapareció entre el mito y la leyenda sin dejar rastro arqueológico alguno. Su saber ha sido desde entonces codiciado por académicos, buscadores de tesoros y aquellos que creen que sus secretos esconden la llave del poder. Cotton Malone, el ya célebre agente del gobierno norteamericano, vive retirado en Copenhague, donde regenta una librería de segunda mano. Pero su tranquila vida se ve truncada de repente: su hijo es secuestrado y alguien prende fuego a la librería. Cotton Malone tiene una valiosa información capaz de revelar los secretos de la desaparecida biblioteca de Alejandría, y alguien parece dispuesto a cualquier cosa para conseguirla.

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Sin darle ocasión de responder, se volvió hacia Cassiopeia.

– Usted debe de ser la señorita Vitt. He oído hablar mucho de usted. Tiene una vida fascinante. ¿Qué hay de ese castillo que está reconstruyendo en Francia? Me encantaría verlo.

– Debería ir, yo se lo enseñaré.

– Me han dicho que lo está levantando igual que hace seiscientos años. Increíble.

Stephanie comprendió que Daniels le estaba mandando un mensaje: ellas se hallaban allí y él estaba informado, así que a relajarse tocaban.

Muy bien, era hora de ver adonde llevaba todo aquello.

– A diferencia de lo que piensas, Stephanie -comenzó Daniels-, no soy ningún idiota.

Estaban sentados en el porche delantero de la cabaña, cada uno en una mecedora de madera de alto respaldo. Daniels mecía la suya con energía, los tablones del piso sufrían bajo el uno noventa de su corpachón.

– No creo haberle llamado nunca idiota -respondió ella.

– Mi padre solía decirle a mi madre que nunca la había llamado zorra a la cara. -La fulminó con la mirada-. Lo cual también era verdad.

Ella no dijo nada.

– Me tomé muchas molestias para sacarte de ese museo. Es uno de mis lugares preferidos. Me encantan los aviones y el espacio. Cuando era joven me los estudié de cabo a rabo. ¿Sabes qué es lo bueno de ser presidente? Puedes ir a ver un lanzamiento siempre que quieras. -El presidente cruzó las piernas y se retrepó en la mecedora-. Tengo un problema, Stephanie. Y gordo.

– Ya somos dos. Estoy en paro y, según su viceconsejero de seguridad nacional, detenida. Por cierto, ¿no fue usted quien me despidió?

– Sí. Larry me lo pidió, y yo accedí. Pero era preciso hacerlo para que estuvieses aquí hoy.

Cassiopeia se echó hacia delante.

– Tenía mis dudas, pero ahora lo sé: usted colabora con los israelíes, ¿no? He estado intentado atar cabos, y ahora tiene sentido. Ellos acudieron a usted.

– Me han dicho que su padre era uno de los hombres más listos de España. Levantó un imperio económico de la nada, el que ahora dirige usted.

– No es mi punto fuerte.

– Sin embargo tengo entendido que es usted una excelente tiradora, valiente como el que más y con el coeficiente intelectual de un genio.

– Y en este momento estoy en medio de un lío político.

Daniels entrecerró los ojos con aire divertido.

– Un lío, eso es exactamente. Y tiene razón, Israel se puso en contacto conmigo. Están molestos con Cotton Malone.

Stephanie sabía que Daniels sentía debilidad por Malone. Dos años antes éste se había visto envuelto en un juicio por asesinato en ciudad de México. La víctima era un supervisor de la DEA, compañero de habitación de Daniels en la facultad, al que básicamente ejecutaron. Ella había mandado a Malone a conseguir una condena, pero durante un almuerzo se vio en medio de un fuego cruzado cuyo resultado fue la muerte del fiscal mexicano y del hijo de Henrik Thorvaldsen. Cai. Malone les disparó a los agresores y volvió a casa con una bala en el hombro, pero consiguió la condena. Cuando quiso retirarse prematuramente a cambio de lo que había hecho, Daniels en persona se lo permitió.

– ¿Y usted, señor? -preguntó ella-. ¿También está molesto con Malone?

– ¿«Señor»? Vaya, esto sí que es nuevo. Las escasas ocasiones en que hemos coincidido nunca habías utilizado esa palabra.

– No sabía que prestara tanta atención.

– Stephanie, presto mucha atención a muchas cosas. Por ejemplo, hace un rato Cotton Malone llamó al Magellan Billet. Como tú estabas ocupada, pasaron la llamada a Brent Green.

– Creía que Daley estaba al mando.

– También yo. ¿Por qué haría eso Green?

– ¿Cómo sabe que lo hizo? -intervino Cassiopeia.

– Sus teléfonos están pinchados.

¿Había oído bien Stephanie?

– ¿Le han intervenido los teléfonos?

– Como lo oyes. A él y a otros cuantos. Y sí, uno de ellos es Larry Daley.

La incertidumbre se apoderó de ella, y obligó a su cerebro a centrarse. Por lo visto aquel puzzle tenía muchas piezas.

– Stephanie, llevo toda la vida trabajando para estar aquí. Es una posición desde la que realmente se puede hacer algo, y yo he hecho muchas cosas: la tasa de desempleo es la más baja de los últimos treinta años, la inflación es inexistente, los tipos de interés son moderados, e incluso hace dos años hice aprobar una reducción de impuestos.

– Con Larry Daley amañando las cosas es difícil perder. -Stephanie no lo pudo evitar. Aquel hombre sería el presidente, pero en ese momento no estaba dispuesta a oír más sandeces.

Daniels se mecía en silencio, contemplando el denso bosque.

– ¿Te acuerdas de Rocky III ?

Ella no contestó.

– Me encantaban esas películas. A Rocky siempre le sacudían hasta llegar al límite, luego sonaba esa música tan buena, con trompetas y demás, y él lo veía todo con claridad, cobraba nuevas fuerzas y le daba lo suyo al otro tío.

Stephanie escuchaba divertida.

– En Rocky III él descubre que Mickey, su entrenador, ha estado organizando combates fáciles, con los que conseguir victorias seguras, para que Rocky conserve el título y no salga herido. Stallone lo hacía genial. Quiere pelear con Mr. T, pero Mickey dice que no, que lo matará. Rocky se pone hecho una furia cuando cae en la cuenta de que tal vez no sea todo lo bueno que él piensa. Naturalmente Mickey muere y al final Rocky noquea a Mr. T.

En las palabras del presidente se percibía un tono de respeto.

– Daley es mi Mickey -dijo casi en un susurro-. Él amañó mis combates. Y yo soy como Rocky.

– ¿Y usted no lo sabía? -le preguntó Stephanie.

Él movió la cabeza en una extraña mezcla de enfado y perplejidad.

– Yo mismo intentaba pillarlo cuando descubrí que tú estabas investigando. Valerte de una buscona… Imaginativo. Mi gente no fue tan creativa. Debo decir que cuando me lo contaron la opinión que tenía de ti cambió.

Stephanie tenía que saber algo.

– ¿Cómo supo que lo estaba haciendo?

– A mis muchachos les encantan los teléfonos y el vídeo, así que escucharon y observaron. Sabíamos lo de las memorias USB, y también conocíamos su escondite, así que sólo estábamos esperando.

– Esa investigación se realizó hace meses. ¿Por qué no hizo nada?

– ¿Por qué no lo hiciste tú?

La respuesta era evidente.

– Yo no puedo despedirlo. Usted, sí.

Daniels apoyó los dos pies en el suelo y se meció en el borde del asiento.

– El escándalo es complicado, Stephanie. Nadie en este país se creería que yo no sabía lo que hacía Daley. Tenía que quitarlo de en medio, pero sin dejar huellas.

– Así que era necesario que lo hiciese el propio Daley -apuntó Cassiopeia.

Daniels la miró.

– Ésa era la mejor forma, pero Larry es especialista en supervivencia. Y he de decir que se le da bien.

– ¿Qué puede utilizar contra usted?

La audacia de Stephanie pareció satisfacerlo en lugar de enfadarlo.

– Aparte de esas comprometedoras fotos mías con una cabra, no mucho.

Ella sonrió.

– Tenía que preguntar.

– Cierto. Ahora entiendo lo que dicen de ti, que puedes ser exasperante. ¿Y si volvemos a mi pregunta, ésa que ninguna de las dos cree que es importante? ¿Por qué quería hablar Brent Green directamente con Cotton?

Ella recordó lo que Daley le había dicho en el museo.

– Daley me dijo que Brent quiere ser el próximo vicepresidente.

– Con lo que llegamos al propósito de esta reunión -Daniels se echó hacia atrás y comenzó a balancearse de nuevo-. Me gusta hacer de bueno de la película, es lo que tiene haber crecido en las montañas de Tennessee. Ése es uno de los motivos por los que me gusta tanto Camp David. Me recuerda a mi casa. Pero ahora es hora de ejercer de presidente. Alguien accedió a nuestros archivos protegidos y consiguió echar un vistazo a la Conexión Alejandría. Después filtraron esa información a dos gobiernos extranjeros, y ahora ambos andan alborotados. Los israelíes están cabreados de veras. Sí, públicamente parece que nos llevamos como el perro y el gato, pero en privado me caen bien esos chicos. Nadie, y quiero decir nadie, va a joder a Israel mientras yo esté de guardia. Por desgracia en mi administración hay quien piensa de otra manera.

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