Thorvaldsen se percató de que Hermann parecía disfrutar, como si llevase mucho tiempo preparándose para ese instante. Pero se preguntó si su imprevista jugada con Margarete no habría acelerado los planes de su anfitrión.
– Los arqueólogos se han pasado los últimos cuarenta años investigando el montículo y no han encontrado una sola prueba que confirme que ése es el bíblico Dan. -Hermann hizo un gesto y la pantalla cambió otra vez. En el mapa aparecieron unos nombres-. Esto es lo que Haddad descubrió: la bíblica Dan se puede identificar fácilmente con una aldea del oeste de Arabia llamada al-Danadina, que se encuentra en una región costera llamada al-Lith, cuya población principal también se llama al-Lith. Traducido, ese nombre es idéntico a la palabra bíblica Lais. Y, además, en la actualidad, cerca de ella hay un pueblo llamado Sidón. Más cerca incluso de al-Danadina se halla al-Sur, que, traducido, es Sora.
Thorvaldsen tenía que admitir que las coincidencias geográficas eran intrigantes. Se quitó sus gafas de montura al aire y se llevó la mano al caballete de la nariz, pensando mientras se lo frotaba.
– Y existen más correlaciones topográficas. En el segundo libro de Samuel, 24, 6, la aldea de Dan se encontraba cerca de una tierra llamada Tahtim. En Palestina no hay ningún lugar con ese nombre, pero en el oeste de Arabia la aldea de al-Danadina se halla próxima a una cordillera costera llamada Yabal Tahyatayn, que es la forma árabe de Tahtim. No puede ser accidental. Haddad escribió que si los arqueólogos excavaran en esta zona encontrarían pruebas para sustentar la presencia de un antiguo asentamiento judío. Pero eso nunca ha ocurrido, ya que los saudíes prohíben tajantemente cavar. A decir verdad, hace cinco años, cuando se enfrentaban a una posible amenaza procedente de las eruditas conclusiones de Haddad, los saudíes arrasaron algunas aldeas de esa zona, haciendo que resulte casi imposible encontrar pruebas arqueológicas definitivas.
Thorvaldsen notó que, a medida que la asamblea prestaba más atención, Hermann cobraba más confianza en sí mismo.
– Y hay más: en todo el Antiguo Testamento, Jordán equivale al hebreo yarden, pero ese nombre no se describe en ningún momento como un río. Lo cierto es que esa palabra significa «descender», un desnivel en el terreno. Sin embargo traducción tras traducción describe el Jordán como un río, y su paso como un suceso trascendental. El palestino río Jordán no es ninguna gran vía fluvial; los habitantes de ambas riberas llevan siglos cruzándolo sin esfuerzo. Pero aquí -señaló en el mapa- se encuentran las grandes montañas del oeste de Arabia, imposibles de cruzar salvo por unos pocos pasos, y así y todo es difícil. En cada ejemplo del Antiguo Testamento en que se habla del Jordán, la geografía y la historia casan con esta zona de Arabia.
– ¿El Jordán es una cadena montañosa?
– Ninguna otra traducción del hebreo antiguo tiene sentido.
El anciano estudió los rostros que lo miraban y añadió:
– Los topónimos se transmiten como si de una tradición sagrada se tratase. En la memoria del pueblo sobreviven nombres antiguos, Haddad descubrió que eso era especialmente cierto en Asir.
– ¿No ha habido descubrimientos que relacionan Palestina con la Biblia?
– Los ha habido, pero ninguno de los hallazgos desenterrados hasta la fecha demuestra nada. La estela moabita, encontrada en 1868, habla de guerras libradas entre Moab e Israel, como se menciona en Reyes. Otro hallazgo que se encontró en el valle del Jordán en 1993 cuenta lo mismo. Sin embargo, ninguno dice que Israel se ubicara en Palestina. Documentos asirios y babilonios refieren conquistas en Israel, pero ninguno indica dónde se hallaba ese Israel. En Reyes se asevera que ejércitos de Israel, Judá y Edom marcharon siete días por un árido desierto, pero el valle tectónico de Palestina, al que se suele considerar ese desierto, se atraviesa en no más de un día y tiene abundante agua.
Ahora las palabras de Hermann fluían con profusión, como si hubiese contenido esas verdades demasiado tiempo.
– No queda un solo resto del templo de Salomón, nunca se ha encontrado nada, aunque en Reyes se asegura que el rey empleó «grandes piedras escogidas para los cimientos de la casa, piedras labradas». ¿Cómo es que no se ha encontrado ninguna? Lo que ha ocurrido es que los estudiosos han permitido que sus ideas preconcebidas influyeran en sus interpretaciones. Querían que Palestina fuese la tierra de los judíos del Antiguo Testamento, así que pusieron los medios. La realidad es muy diferente. La arqueología sí ha demostrado una cosa: que la Palestina del Antiguo Testamento la componían gentes que vivían en aldeas, en su mayoría agricultores primitivos, con escasas muestras de una cultura desarrollada. Era una sociedad rústica, no los extremadamente astutos israelitas de la era postsalomónica. Ése es un hecho científico.
– Pero en Salmos se dice: «La verdad brotará de la tierra.» -argumentó un miembro.
– ¿Qué quiere decir? -quiso saber alguien.
Hermann agradeció la pregunta.
– Independientemente de que los saudíes se negaran a permitir cualquier investigación arqueológica, Haddad pensaba que aún existen pruebas de su teoría. Ahora mismo estamos intentando localizar esas pruebas. Si su teoría se puede corroborar (al menos lo bastante para poner en tela de juicio la validez de las promesas del Antiguo Testamento), pensad en las consecuencias. No sólo Israel, sino también Arabia Saudí, se desestabilizarían. Y todos nos hemos visto perjudicados por la corrupción de ese gobierno. Imaginad lo que harían los musulmanes radicales si su lugar más sagrado es la bíblica patria judía. Sería similar a la Explanada del Templo, en Jerusalén, reclamada por las tres religiones principales. Ese sitio lleva miles de años engendrando discordias. Esta revelación sobre Arabia provocaría el caos.
Thorvaldsen ya había permanecido bastante tiempo callado. Se puso en pie.
– No creerás que esas revelaciones, aun cuando se probaran, tendrían un efecto tan trascendental, ¿no? ¿Qué más hay que tanto interesa al comité político?
Hermann lo miró con un desdén que sólo ellos dos comprendieron. Se habían cebado con Cotton Malone, llevándose a su hijo, y ahora él se cebaba en Hermann. Claro está que la Silla Azul nunca revelaría esa debilidad. Thorvaldsen había jugado sabiamente su mejor carta, allí, en la asamblea, donde Hermann había de ser cauteloso. Sin embargo, algo le dijo que el austriaco todavía se guardaba un as en la manga. Y la sonrisa que afloró a los finos labios del anciano hizo que Thorvaldsen vacilara.
– Cierto, Henrik, hay algo más, algo que también involucrará en la lucha a los cristianos.
Viena
22:50
Alfred Hermann cerró la puerta de sus habitaciones y se quitó el hábito y el collar. El peso de ambos cargaba sus fatigados miembros. Dejó la ropa en la cama, satisfecho con la asamblea. Al cabo de tres horas, los miembros finalmente habían comenzado a entender. El plan de la Orden era vasto e ingenioso a un tiempo. Ahora necesitaba respaldar su afirmación de que la prueba llegaría pronto.
Sin embargo, empezaba a preocuparse. Llevaba demasiado tiempo sin tener noticias de Sabre.
El nerviosismo le revolvía el estómago. Era una sensación desconocida. Para ganar fuerza había acelerado sus planes. Aquél bien podía ser su último gran empeño sentado en la Silla Azul. El ejercicio de su cargo tocaba a su fin. A la Orden del Vellocino de Oro le interesaba el éxito. Más de un gobierno se había visto desestabilizado, algunos incluso habían sido derrocados, para que la Orden pudiese prosperar. Lo que había tramado quizá pudiera doblegar a unos cuantos más, tal vez incluso a los mismísimos americanos, si jugaba bien sus cartas.
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