Steve Berry - La conexión Alejandría

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La legendaria biblioteca desaparecida esconde el futuro de tres religiones.
Fundada en el siglo III a.C., la biblioteca de Alejandría era la mayor fuente de conocimiento del mundo entero. Pero hace 1.500 años desapareció entre el mito y la leyenda sin dejar rastro arqueológico alguno. Su saber ha sido desde entonces codiciado por académicos, buscadores de tesoros y aquellos que creen que sus secretos esconden la llave del poder. Cotton Malone, el ya célebre agente del gobierno norteamericano, vive retirado en Copenhague, donde regenta una librería de segunda mano. Pero su tranquila vida se ve truncada de repente: su hijo es secuestrado y alguien prende fuego a la librería. Cotton Malone tiene una valiosa información capaz de revelar los secretos de la desaparecida biblioteca de Alejandría, y alguien parece dispuesto a cualquier cosa para conseguirla.

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Ella quería creerlo.

– A decir verdad, pensábamos que el paradero de Haddad era una información relativamente inofensiva. Dejar que los israelíes supieran que Haddad seguía vivo no parecía tan arriesgado, especialmente dado que en el archivo no había nada que indicase dónde se escondía.

– Excepto una pista que llevaba directamente hasta Cotton.

– Y supusimos que, si alguien se enfrentaba a él, Malone sabría qué hacer.

– ¡Está fuera, Brent! -dijo ella casi a gritos-. Ya no trabaja para nosotros. No ponemos a ex agentes en peligro, sobre todo sin su conocimiento.

– Sopesamos los riesgos y decidimos que merecía la pena correrlos para dar con la fuga. El secuestro del muchacho lo cambió todo. Me alegro de que Cotton pudiera rescatarlo.

– Qué amable eres. Tendrás suerte si no te parte la nariz.

– Esta Casa Blanca da asco -musitó Green-. Es un puñado de capullos corruptos que se creen moralmente superiores.

Ella nunca había oído a Green hablar así.

– Anuncian a los cuatro vientos lo cristianos que son, lo buen norteamericanos que son, pero su lealtad es sólo para ellos mismos… y para el dólar. Se ha tomado una decisión tras otra, cada una de ellas envuelta en la bandera norteamericana, que no hace sino engordar los bolsillos de importantes empresas, entidades que han efectuado fuertes contribuciones a la causa de su partido. Me pone enfermo. Asisto a reuniones donde la política se expresa en términos de qué es bueno para la televisión, en lugar de qué es bueno para la nación. Guardo silencio. «No digas nada, ten espíritu de equipo.» Pero eso no significa que vaya a dejar que este país se vea comprometido. Presté un juramento, y a diferencia de muchos en esta Administración, ese juramento significa algo para mí.

– Entonces ¿por qué no desenmascararlos?

– Por ahora no sé de ninguno que haya infringido la ley. ¿Repugnantes, inmorales, codiciosos? Eso sí, pero no es ilegal. Te aseguro que si alguien, incluido el presidente, hubiese cruzado la línea, habría actuado. Pero nadie ha llegado tan lejos.

– Salvo la fuga.

– Precisamente la razón de mi interés: un dique se agrieta antes de romperse.

Ella no se dejó engañar.

– Afrontémoslo, Brent: te gusta ser la máxima autoridad policial, y no durarías mucho si fueras tras uno de ellos y fallases.

Green la miró con preocupación.

– Me gusta más que continúes con vida.

Ella le restó importancia a su comentario.

– ¿Encontraste la fuga?

– Creo que…

Cassiopeia entró corriendo en la cocina.

– Tenemos visita: dos hombres acaban de aparcar al lado. Visten de traje y llevan intercomunicador. Del servicio secreto.

– Vienen a efectuar la comprobación nocturna -dijo Green.

– Debemos irnos -apuntó Cassiopeia.

– No -objetó Green-. Soltadme y me ocuparé de ellos.

Cassiopeia se dirigió hacia la puerta de atrás, y Stephanie tomó una decisión, similar a la que había tomado un centenar de veces. Y aunque ese día sus decisiones habían sido desastrosas, como solía decir su padre: «Bien o mal, qué más da. Lo importante es hacer algo.»

– Espera.

Stephanie se acercó a la encimera y rebuscó en un par de cajones hasta encontrar un cuchillo.

– Vamos a soltarlo. -Se aproximó a Green y dijo-: Espero saber lo que hago.

Sabre atravesó el bosque de Oxfordshire a la carrera para llegar hasta donde había dejado el coche. Estaba a punto de amanecer en la campiña inglesa. La neblina envolvía los campos que lo rodeaban, el aire era frío y húmedo. Estaba contento con su primer encuentro con Cotton Malone: lo justo para despertar su curiosidad y satisfacer cualquier paranoia. Cargarse a los hombres que había contratado para atacar a Malone se le antojaba una presentación perfecta. Les habría pegado un tiro a los tres de no haberse encargado Malone de uno.

Sin duda Malone habría registrado a los cadáveres después de que él se marchara, pero Sabre se había asegurado de que ninguno llevase documento alguno. Sus instrucciones habían sido que se enfrentaran a Malone y lo acorralaran. Pero cuando él eliminó al primero el juego cambió. No lo sorprendía: en Copenhague Malone había demostrado que sabía desenvolverse.

Menos mal que había encontrado la grabadora en el piso de Haddad. Eso, junto con la información que había sacado del computador, le había enseñado lo bastante para tentar a Malone a que se fiara de él. Ahora lo único que tenía que hacer era regresar al Savoy y esperar.

Malone acudiría.

Salió del bosque y divisó su coche. Tras él había aparcado otro vehículo, y vio a su agente yendo de un lado a otro.

– ¡Hijo de puta! -chilló ella-. Has matado a esos hombres.

– ¿Cuál es el problema?

– Yo los contraté. ¿A cuántos más crees que podré contratar si se sabe que nos cargamos a los nuestros?

– ¿Quién va a saberlo? Aparte de ti y de mí.

– Maldito huevón: te vi desde fuera. Les disparaste por la espalda, no se lo olieron. Pensabas hacerlo desde un principio.

Sabre llegó a su coche.

– Siempre has sido muy lista.

– Que te den, Dominick. Esos hombres eran amigos míos.

Ahora él sentía curiosidad.

– ¿Te acostaste con alguno de ellos?

– Eso no es asunto tuyo.

Él se encogió de hombros.

– Tienes razón.

– Se acabó, no aguanto más. Búscate a otro para que te ayude.

Se abalanzó, furiosa, hacia su coche.

– Ni lo sueñes -gritó Sabre.

Ella giró en redondo, esperando una reprimenda. No era la primera vez que discutían. Sin embargo ésta él le pegó un tiro en plena cara.

Nada ni nadie interferiría. Había invertido mucho en lo que había planeado. Estaba a punto de traicionar a uno de los cárteles económicos más poderosos del planeta. Si fracasaba, las consecuencias serían nefastas, de manera que no iba a fallar. No habría pistas que llevaran hasta él.

Abrió la portezuela del coche y entró. Sólo restaba ocuparse de Cotton Malone.

En la cocina, con Cassiopeia al lado, Stephanie oyó que Brent Green abría la puerta principal y hablaba con los dos agentes del servicio secreto. O su intuición era acertada o no tardarían en detenerlas.

– Esto es una estupidez -susurró Cassiopeia.

– Es mi estupidez, y no os pedí ni a ti ni a Henrik que os implicarais.

– Eres una cabezota.

– Mira quién fue a hablar. Podrías haberte ido, así que yo diría que la cabezota eres tú.

Escuchó a Green hablar del tiempo que hacía esa noche y de que se le había derramado un vaso de agua en el albornoz. Ella había liberado a Green de la silla y observado divertida mientras se arrancaba la cinta de las muñecas y los tobillos. Lo que habrían dado los humoristas de los programas nocturnos por verlo estremecerse cuando el vello de brazos y piernas le salía con cada tirón. Pero el de Nueva Inglaterra se alisó con presteza el mojado cabello y salió de la cocina.

Stephanie oyó de nuevo lo que Green dijera con autentica convicción: «A este amigo le preocupa mucho lo que te ocurra.»

– Si nos vende estamos perdidas -musitó Cassiopeia.

– No lo hará.

– ¿Qué te hace estar tan segura?

– Veinte años de errores.

Finalmente Green les dio las buenas noches a los agentes. Ella abrió la puerta batiente y vio que Green echaba una última ojeada a través de la persianilla. A continuación se volvió hacia ella y le dijo:

– ¿Satisfecha?

Stephanie cruzó el comedor, y Cassiopeia fue tras ella.

– Muy bien, Brent. Y ahora ¿qué?

– Salvaremos tu pellejo y daremos con la fuga juntos.

– Por cierto, no has mencionado de quién se trata.

– No lo he hecho porque no lo sé.

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